El ajedrez ha sido tabla de salvación. Más que la poesía. En los momentos aciagos, cuando no entiendo nada de lo que leo o de lo que pasa, cuando el cielo me ha expulsado de sí, emprendo el camino del escaque lleno todo de inercia. Ahí llegan los rivales. Empiezan a hacer maravillas con las piezas a tal punto que a la próxima partida la concentración está indignada, excitada.
en el ojo que redescubre la luz.
Te asiste incluso la alegría de la derrota digna.
Cuando la palabra te abandona, cuando ya la palma no vigila con el amor de la tierra el destino de los hombres, cuando no pronuncia mantras de puro viento sin blanco, el reducto de 64 escaques está ahí para emplazar el mundo, para incendiar tu sangre.