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sábado, febrero 09, 2019

Fidelity


Fidelity and love are two different things, like a flower and a gem.

And love, like a flower, will fade, will change into something else
or it would not be flowery.

O flowers they fade because they are moving swiftly; a little torrent of life
leaps up to the summit of the stem, gleams, turns over round the bend
of the parabola of curved flight,
sinks, and is gone, like a comet curving into the invisible.

O flowers they are all the time travelling
like comets, and they come into our ken
for a day, for two days, and withdraw, slowly vanish again.

And we, we must take them on the wind, and let them go.
Embalmed flowers are not flowers, immortelles are not flowers;
flowers are just a motion, a swift motion, a coloured gesture;
that is their loveliness. And that is love.










But a gem is different. It lasts so much longer than we do
so much much much longer
that it seems to last forever.
Yet we know it is flowing away
as flowers are, and we are, only slower.
The wonderful slow flowing of the sapphire!

All flows, and every flow is related to every other flow.
Flowers and sapphires and us, diversely streaming.
In the old days, when sapphires were breathed upon and brought forth
during the wild orgasms of chaos
time was much slower, when the rocks came forth.
It took aeons to make a sapphire, aeons for it to pass away.

And a flower it takes a summer.

And man and woman are like the earth, that brings forth flowers
in summer, and love, but underneath is rock.
Older than flowers, older than ferns, older than foraminiferae
older than plasm altogether is the soul of a man underneath.

And when, throughout all the wild orgasms of love
slowly a gem forms, in the ancient, once-more molten rocks
of two human hearts, two ancient rocks, a man’s heart and a woman’s,
that is the crystal of peace, the slow hard jewel of trust,
the sapphire of fidelity.
The gem of mutual peace emerging from the wild chaos of love.





D. H. Lawrence


domingo, febrero 03, 2019

Fidelidad










La fidelidad y el amor son dos cosas distintas, como una flor  y una gema. 
Y el amor, como una flor, se marchita, se transforma en otra cosa, 
o no sería florido. 

Oh, las flores se marchitan porque se mueven velozmente; un pequeño torrente de vida 
salta a la cima del tallo, resplandece, se pliega por el recodo 
de la parábola de curvo vuelvo, 
cae y desaparece como un cometa que entra en órbita en el infinito. 

Oh flores, ellas viajan todo el tiempo 
como cometas, y se ponen a nuestro alcance
por un día, dos días, y se retiran, desaparecen de nuevo lentamente. 

Y nosotros, nosotros debemos cogerlas al vuelo y dejarlas partir.
Las flores embalsamadas no son flores; las siemprevivas no son flores;
Las flores no son más que movimiento, un movimiento raudo, un ademán colorido;
y ese es su encanto. Y ese es el amor. 

Pero una joya es diferente. Dura mucho más que nosotros, 
tanto, tantísimo más
que parece durar para siempre. 

Sin embargo, sabemos que se mueve
como las flores, como nosotros, aunque más lentamente.
¡El fluir maravilloso y lento del zafiro!

Todo fluye y cada flujo está relacionado con todos los demás flujos.
Las flores y los zafiros y nosotros fluimos diversamente. 

En los viejos tiempos, cuando fueron engendrados y paridos los zafiros
durante los salvajes orgasmos del caos, 
el tiempo era mucho más lento: cuando aparecieron las rocas. 
Y llevó eones hacer un zafiro, eones que muriera. 

Y una flor dura un verano.

Y el hombre y la mujer son como la tierra que crea flores
en verano, y amor, pero por debajo es de piedra. 
Más vieja que las flores, más vieja que los helechos, que los foraminíferos
y más vieja que el plasma es el alma en el fondo de un hombre. 

Y cuando, a través de todos los salvajes orgasmos del amor, 
se forma lentamente una gema en las antiguas rocas, una vez más fundidas,
de dos corazones humanos, un corazón de hombre y uno de mujer, 
ella es el cristal de la paz, la lenta y dura gema de la confianza, 
el zafiro de la fidelidad;
la gema de mutua paz que surge del salvaje caos del amor.






D. H. Lawrence

Traducción: Marcelo Covián