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jueves, agosto 01, 2024

Ahora Hablo De Gaitas



Gaitas lejanas la noche
nos ha metido en el alma.
¿Vienen sus voces de adentro
o de allá de la distancia?



—De adentro y de la distancia,
¡porque aquí entre nosotros
cada cual lleva su gaita
en los repliegues del alma!


—Compadre José Morillo,
no toque más su guitarra:
¡oigamos mejor las gaitas
que nos cuentan su nostalgia!


—¡Llenen mi copa de ron,
de ron blanco como el agua!
¡Yo quiero sentir lo mismo
que sintieron mis abuelos
cuando escuchaban las gaitas,
colmando sus noches hondas
con aguardiente de caña!


—En este camino largo,
lleno de sombra y distancia,
sobre la tierra sentado
voy a escuchar mi gaita.


—Y aquellos que no comprenden
la voz que suena en sus almas
y apagan sus propios ecos
con las músicas extrañas,
que se sienten en la tierra
para que escuchen lo dulce
que han de sonar sus gaitas.


Cuando la estrella del alba
nos venga a bañar el rostro
y ya nos inunde a todos
fresca luz de la mañana,
compadre José Morillo:
¡entonces serán más puras
las voces de nuestras gaitas!

















Jorge Artel


domingo, febrero 25, 2018

¡Danza, Mulata!


Danza, mulata, danza,
mientras canta
en el tambor de los abuelos
el son languidecente de la raza.


Alza tus manos ágiles
para apresar el aire,
envuélvete en tu cuerpo
de rugiente deseo,
donde late la queja de las gaitas
bajo el ardor de tu broncínea carne.

Deja que el sol fustigue
tu belleza demente,
que corra por tus flancos inquietantes
el ritmo que tus senos estremece.

Aprisiona en tu talle atormentado
esa música bruja
que acompasa la voz de la canción.

¡Danza, mulata, danza!
En tus piernas veloces y en el son
que ha empapado tus lúbricas caderas
doscientos siglos se agazapan.

¡Danza, mulata, danza!
Tú y yo sentimos en la sangre
galopar el incendio de una misma nostalgia.





Jorge Artel



jueves, diciembre 15, 2016

La Canción Imposible


Hace tiempo que traigo, estrangulada, 
La canción imposible que enmudece mis labios,
Y la siento ulular por toda el alma.
Poeta sin palabras,
Marinero sin cantos,
Yo entoné mi silencio.
La voz de mi espíritu dejó extraviar su eco
En el puerto expectante de mi insomne tristeza.
Un alcatraz de sombras picoteó insaciable
Los peces de colores de mi ensueño.
Ignoro aún si es negra o blanca,
Si ha de cantar en ella el indio adormecido que llora en mis entrañas
O el pendenciero ancestro del abuelo
Que me dejó su ardiente
Y sensual sangre mulata.
Si ha de llevar sabor de agua salada
O tambores al fondo
O claridades de sol de la mañana
O nebulosos fríos de montaña.
La canción imposible
Crucifica mis ansias bajo un gotear de hieles.
Y, en el mástil de todas las angustias,
Flamea mi vida, como los gallardetes,
Erguida de deseos, cautiva de los vientos.
He sentido un retoñar de alas.
Alma adentro,
Una sed de dilatadas lejanías
Que me impulsa a beber todo el azul del cielo,
A hundir, como un náufrago, los brazos
En mi ancha quimera sin orillas.
(La canción imposible
se ovilla y desovilla, enredada
En el alma).
Si acaso floreciera –tal vez alguna noche
Como un grito desnudo sediento de horizontes,
Aquella canción enigmática
Que mi corazón desconoce,
La escribiría con sangre.
Vieja canción imposible
Que crucifica mis ansias,
Misteriosa de ensueños, mi canción sin palabras.





Jorge Artel



martes, agosto 11, 2015

Poema Sin Odios Ni Temores

Negro de los candombes argentinos,
bantú, cuya sombra colonial se esparce
quién sabe en cuáles socavones del recuerdo.
—¿Qué se hicieron los barrios del tambor?—.
Aunque muchos te ignoren
yo sé que vives, y despierto
cantas aún las tonadas nativas,
ocultas en los ritmos disfrazados de blanco.


Negro del Brasil,
heredero de antiquísimas culturas,
arquitecto de músicas,
en el sortilegio de las macumbas
surge la patria integral,
robustecida por tus alegrías y tus lágrimas.


Negro de las Antillas,
de Panamá, de Colombia, de México,
de todos los surlitorales,
—dondequiera que estés,
no importa que seas nieto de chibchas,
españoles, caribes o tarascos—
si algunos se convierten en los tránsfugas,
si algunos se evaden de su humano destino,
nosotros tenemos que encontrarnos,
intuir, en la vibración de nuestro pecho,
la única emoción ancha y profunda,
definitiva y eterna:
somos una conciencia en América.


Porque solo nuestra sangre es leal
a su memoria. Ni se falsifia ni se arredra
ante quienes nos denigran
o, simplemente, nos niegan.
Esos que no se saben indios,
o que no desean saberse indios.
Esos que no se saben negros,
o que no desean saberse negros.
Los que viven traicionando su mestizo,
al mulato que llevan —negreros de sí mismos—
proscrito en las entrañas,
envilecido por dentro.


Muros impertérritos nos han traducido a piedra,
como un eterno testimonio;
su victoriosa voz prolonga,
bajo la acústica de los siglos,
nuestra feraz presencia.


A través de nosotros
hablan innumerables pueblos,
islas y continentes,
puertos iluminados de pájaros
y canciones extrañas,
cuyos soles
mordieron para siempre
el alma de los conquistadores
cuando un mundo amanecía en Guanahaní.



Tomada de Besouro


Y, óigase bien,
quiero decirlo recio y alto.
Quiero que esta verdad traspase el monte,
la cumbre, el mar, el llano:
¡no hay tal abuelo ario!
El pariente español que otros exaltan
—conquistador, encomendero,
inquisidor, pirata, clérigo—
nos trajo con la cruz y el hierro,
también, sangre de África.


Era, en realidad un mestizo,
¡como todos los hombres y las razas!
¡Un mestizo igual a su monarca,
al de Inglaterra o el Congo,
a Felipe Tomás Cortina!


Y aquellos que se escudan
tras los follajes del árbol genealógico,
deberían mirarse al rostro
—los cabellos, la nariz, los labios—
o mirar aún mucho más lejos:
hacia sus palmares interiores,
donde una estampa nocturna,
irónica, vigila
desde el subfondo de las brumas…


Nuestro dolor es la fuente
de nuestras propias ansias.
Nuestra voz está unida, por su esencia,
a la voz del pasado,
trasunto de ecos
donde sonoros abismos
pusieron su profundidad, y el tiempo
sus distancias.


No lleva nuestro verso cascabeles de clown,
ni —acróbata turístico—
plasma piruetas en el circo
para solaz de los blancos.
En su pequeño mar
no huyen los abuelos fugándose en la sombra,
cobardes, obnubilados
por un sol imaginario.
¡Ellos están presentes,
se empinan para vernos,
gritan, claman, lloran, cantan,
quemándose en su luz
igual que en una llama!


Negros de nuestro mundo,
los que no enajenaron la consigna,
ni han trastocado la bandera,
este es el evangelio:
¡somos —sin odios ni temores—
una conciencia en América!




 Jorge Artel



viernes, julio 17, 2015

Tambores En La Noche


Los tambores en la noche,
parece que siguieran nuestros pasos… 
Tambores que suenan como fatigados
en los sombríos rincones portuarios,
en los bares oscuros, aquelárricos,
donde ceñudos lobos
se fuman las horas,
plasmando en sus pupilas
un confuso motivo de rutas perdidas,
de banderas y mástiles y proas.

Los tambores en la noche
son como un grito humano.
Trémulos de música les he oído gemir,
cuando esos hombres que llevan
la emoción en las manos
les arrancan la angustia de una oscura saudade,
de una íntima añoranza,
donde vigila el alma dulcemente salvaje
de mi vibrante raza, 
con sus siglos mojados en quejumbres de gaitas.

Los tambores en la noche
parece que siguieran nuestros pasos.
Tambores misteriosos que resuenan
en las enramadas de los rudos boteros,
acompasando el golpe con los cantos
de los decimeros, con el grito blasfemo
y la algazara, con los juramentos
de los marineros… en tanto que se anuncia
tras los gibosos montes
un caprichoso recorte de mañana.
Los tambores en la noche, hablan.
¡Y es su voz una llamada
tan honda, tan fuerte y clara,
que parece como si fueran sonándonos en el alma!



Gaitas y Tambores Oleo de Jorge Urango




Jorge Artel





lunes, julio 13, 2015

La Voz De Los Ancestros

A doña Carmen de Arco

 
Oigo galopar los vientos
bajo la sombra musical del puerto.
Los vientos, mil caminos ebrios y sedientos,
repujados de gritos ancestrales,
se lanzan al mar.
Voces en ellos hablan
de una antigua tortura,
voces claras para el alma
turbia de sed y de ebriedad.


¿De qué angustia remota será el signo fatal
que sella en mí este anhelo
de claves imprecisas?
Oigo galopar los vientos,
sus voces desprendidas
de lo más hondo del tiempo
me devuelven un eco
de tamboriles muertos,
de quejumbres perdidas
en no sé cuál tierra ignota,
donde cesó la luz de las hogueras
con las notas de la última lúbrica canción.

Mi pensamiento vuela
sobre el ala más fuerte
de esos vientos ruidosos del puerto,
y miro las naves dolorosas
donde acaso vinieron
los que pudieron ser nuestros abuelos.
—¡Padres de la raza morena!—
Contemplo en sus pupilas caminos de nostalgias,
rutas de dulzura,
temblores de cadena y rebelión.


¡Almas anchurosas y libres
vigorizaban los pechos y las manos cautivas!
Una doliente humanidad se refugiaba
en su música oscura de vibrátiles firas…
—Anclados a su dolor anciano
iban cantando por la herida…—


¡Oigo galopar los vientos,
temblores de cadena y rebelión,
mientras yo —Jorge Artel—
galeote de un ansia suprema,
hundo remos de angustias en la noche!








Jorge Artel