Hay un número en cada calle,
en cada cuerpo, en cada nombre,
pero no aquel que señale
la distancia que me separa
de los umbrales del misterio,
la cantidad de palabras necesarias
para que se abran por fin sus puertas;
no el que me indique
cuánto tardaré en recorrer
los pasillos de la tarde;
cuál el camino que conduce
al centro de la fiesta;
a qué hora sabré el secreto del jardín,
la edad azul del sueño,
la extensión de luz
que me corresponde.
Lucía Estrada