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sábado, julio 20, 2024

Canción Del Que Parte



Por la virtud del alba
quieres cambiar tu vida,
y aferrado a la jarcia
partes sin rumbo conocido.


Todo es propicio, los acantilados
y el arrecife duermen en la espuma,
tan sólo una gaviota espera
sobre el palo mayor de caoba y de luna.


Quizá te aguarden para darte
el amor y la palma del vino
o en la orilla sin nombre,
pescadores vestidos de un luto azul.


Vas solo con tu alma, barajando
canciones y presagios
que hablan del bosque donde la hierba es tenue,
lejos de la desgracia que en ti se confabula.


A tu paso verás las islas
que otorgan el sonido de un caracol,
verás tu casa, el humo
que ya aspiraron otros en la aurora.


Mas, ay, si te detienes
tal vez allí se acabe tu destino;
¿y quién podrá salvarte,
quién te daría lo que buscas entre hadas?


Duro es partir a la fortuna;
el hombre solo cierra los ojos ante el cielo
y oye su propia historia
si se rompe el encanto.


Pero, si quieres seguir, sigue
con la felicidad entre tu barca,
todo está a tu favor, el cielo, la lejanía que se abre
como el amor, como la muerte.


Cántico de dos rosas


No digas nada, escucha a las estrellas.
Tal vez te digan algo
de la rosa que hay en tu jardín
y la rosa del tiempo,
-la que está viva o muerta-
en la arena que arde.
La rosa que hay en tu jardín es bella.
No la amarga hechicera que te llama
desde tu nacimiento, rosa oscura
que te alumbra el final y las orillas
del aqueronte. No hables, que estás solo
con nada indecible, siempre lejos
del azul más profundo. Mira pues
si el agua va a una isla donde crecen
rosas ya sin ventura o venturosas;
y escribe y canta. Y oye a las estrellas
que hablan desde una página pedida.


















Héctor Rojas Herazo


jueves, mayo 23, 2019

Un Hombre Al Lado Del Camino


Podrán decirme
traga tu saliva
aguanta
tente despacio, pon tu buena letra,
firma no más que lo demás es lodo.
Podrán esto y el otro y lo del otro
repetirme
hasta lijarme huesos y memoria.
¿Y qué más da, respondo,
qué me gano y se llevan de mi luto?
¿Qué más da que me doblen y me entierren
y me encimen de paso mi delirio?
¿Si algo me rompe, si algo me sacude,
si un ala me divide 
si no vivo más que de muerte natural 
si siento
que estoy perdido
que he sido herido por mi propio filo?











Vincent Van Gogh: Autoportrait à la oreille coupée










Héctor Rojas Herazo


lunes, agosto 28, 2017

Encuentro Un Memorial En Mis Costillas


Te parieron de golpe.
Con árboles y todo te parieron.
Con tus fechas amargas,
con tus dientes futuros,
con tu manera de aguantar un susto,
de clavar una viga,
de decir “buenas tardes noche mía”.
Todo eso te lo dieron, te lo hicieron,
te lo fueron poniendo desde siempre.
Para ti se arrastraron.
Por ti fueron canales y aguacero.
Para ti se enfermaron
y tragaron jarabes
y compraron camisas y letreros.
Por eso que ahora dices y suspiras
y pudres en tus sienes
te vinieron pasando por sus venas,
fluyendo en sus orines,
volviéndote dolor en sus espaldas,
navegando de vientre a corazón,
de gestos reverentes a pedidos.
Se abrieron un buen día
dos piernas ante ti como dos puertas.
Te mostraron el mundo,
sus maderas,
el polvo que deshace y que levanta.
Sin decir lo dijeron, te dijeron:
aquí tienes tu manera de ser,
tus palabras dormidas,
lo que viene de atrás y te llevamos,
lo que de ti pesaba demasiado,
lo que sobra en nosotros y te falta.
Vive con todo eso.
Acumula sustancias y latidos.
Camina un poco tú,
usa tu sombra,
tu peso celular,
tu desconcierto de mirar los jazmines y los niños.
No preguntes por nada,
sigue siendo,
sigue aguantando, sigue respirando.
No preguntes por nada.
Te basta con estar y ser un ruido,
con llevar lo que llevas,
con ser un maxilar bajo un sombrero
o un seno sobre un hijo.
Ahora tienes el mundo y un camino.
¡Tanto comer, tanto gastar espasmo,
tanto parir para un sendero sólo!,
para que tú camines,
para que tengas dedos y botones,
para que puedas nivelar un bulto,
asomarte a un balcón
y ver dos ojos que te buscan y piden,
que te llaman,
que suplican un viaje y un camino
con una boca oscura y una risa
que ha de estallar furiosa en otros dientes.





Marietjie Henning: Gogo And The Ancestors 

Héctor Rojas Herazo



domingo, junio 11, 2017

Anciano Ante El Espejo

Nunca fuiste completamente joven
nunca serás completamente anciano.
Un disturbio de fuego equilibra tus años.
¿Ves ese niño que contempla tu rostro en el espejo
y vibra y te envejece mientras arde?
Es el sueño sin tiempo,
el hombre sin edad que en tu cuerpo regresa.
Fluye, pues, en tus años que acompasa la muerte.
El joven que no fuiste
te espera en el anciano que no eres.


* * *


Tus arrugas se funden en un nuevo diseño.
Lentamente ha emergido tu profundo habitante
a mirar con tus ojos los ojos que lo miran.
Al fin conoces esa muerte paciente, casi húmeda,
que anidaba en tu sueño antes de ser tú mismo.






Héctor Rojas Herazo




jueves, febrero 16, 2017

Poema De La Profunda Despedida


Por última vez
toma el íntimo fuego de mis manos
y el brillo de mis ojos en tu cuerpo.
No olvides la manera que teníamos
de andar entre los seres
y de mirar el agua y las palomas.
No olvides el color de los almendros
ni el ojo de las bestias
ni el brocal de los pozos conocidos.
Por última vez
toma esta torre y esta tarde amada
que se irán con tu sangre para siempre.
Toma el sabor maduro de los frutos
y el color de mi piel y de mi traje.
Por última vez
contempla la estatura de mi cuerpo,
la forma de mis labios
y el beso de mi voz en tus cabellos.
Por última vez
bebe el sonido transparente y vago
del cielo entre los árboles inmensos.
Y recuerda la lluvia y los caminos
cuando éramos los dos una mirada
repetida en la niebla por el viento.
No olvides las palabras detenidas
como pájaros ciegos y vencidos
ni el latido profundo de mis venas
al dejar nuestras huellas en la arena.
Recuerda la frescura de los cántaros
a la hora del azahar y de los besos.
No olvides las estrellas
miradas por los dos bajo la bruma.
Ni olvides mi manera
de ser feliz ante los hechos simples:
de tirar piedrecillas en el agua
de cantar en la yerba
o de mirar el vuelo de las nubes
en el húmedo cielo de tus ojos.
Ahora sabrás esta costumbre mía
de regalarte cosas fugitivas:
el aroma de un huerto, la mañana
durmiendo sobre un lirio estremecido,
una palabra vaga
o una espiga sin savia ni sentido.
Por última vez
toma el dolor de este silencio mío,
toma la olaridad de mi agonía;
mira el muro de yedra envejecida,
el patio solitario
y esta breve colina donde flota
el herido temblor de mi pañuelo.
Escucha siempre este secreto llanto
que resbala sin rumbo por mis huesos.
Toma mi soledad y mi dulzura
y viaja con mi nombre hasta la muerte.




Héctor Rojas Herazo



miércoles, febrero 01, 2017

Primera Afirmación Corporal

Dulce materia mía, lento ruido,
de hueso a voz en nervios resbalando.
Tibia saliva mía, espesa mezcla
de mis células vivas y mi lengua.
De sigilosas venas, de sonidos,
por extraños follajes amparados,
mis dos brazos irrumpen, mis dos brazos,
ávidos de tocar, de ser externos,
como dos instrumentos de agonía.
¡Y tanto muro para tantos besos,
para tantas miradas y tobillos
para tanto plumón y cabellera
al viento somatén dolido y frío!
Este soy yo. Lo sé, lo reconozco,
lo dicen mi volumen y mi sombra,
lo repite una casa y una aldaba,
y un vientre azul lo esparce por el aire
a otras narices y rodillas solas.
Este soy yo. Lo digo con mi fuego,
lo afirmo con mi olor y mi latido
y la luz de mi traje lo pregona.
Ahora soy de cartílago y rocío,
de tarde, de vainilla y cementerio.
Un hombre oculto, un hombre que camina,
un pueblo celular, desconocido,
con hígado y pulmón tras su mirada.
¡Con tanta rosa viva, tanta luna,
tanto ruido bramando y yo tan solo!
Yo solo aquí, miradme, entre mis huesos,
embutido en mi piel y mis maneras.
Náufrago de mi sangre.
Responsable de un pecho y una risa,
apretado de nombres y temores,
con orejas corriendo atolondradas,
con suelas que deshacen la madera,
con hambre de vivir y ser vivido,
con hambre de gritar y que me entiendan
los lirios, las monedas y las tapias.
Este soy yo, lo digo simplemente:
un hombre que se muere por la tarde
para encender al alba su garganta,
un hombre que conoce sin saberlo
a todo lo que vive y se incorpora,
a todo lo que muere y resucita,
a lo que duerme entre la sal y el cielo.
No me pongan un rótulo.
No le pongan color a mi destino.
No me pinten de azul o de amarillo
o de rojo encendido o verde mora
el sudor de mi axila o mi cabello.
No pongan a derecha mis sentidos
ni a izquierda mi dolor y mi sonido.
Yo soy de aquí. De aquí, de donde piso,
de donde crezco y muero,
donde tiemblo y espero,
donde tengo parada mi estatura
y mis cinco sentidos verticales.
No me llamen, siquiera, por un nombre.
Llámenme simplemente
como se llama frío a lo que hiela
o fuego a lo que quema
o viento a lo que esparce y multiplica.
Porque ésto soy, no más, esto que miran
sufrir aprisionado en el vacío:
una mezcla de sangre, hueso y nada,
de agua sedienta y anhelante frío.




Héctor Rojas Herazo



martes, marzo 22, 2016

Creatura Encendida


No es solamente el flujo de la tierra
lo que ha de herir el vidrio de mis ojos.
No es este gasto de sudor y lodo
ni esta ceniza que me puso un nombre
lo que he de combatir y me combate.
Es mi propia creatura, mi sonido de siempre,
mi forma de estar vivo aunque no tenga
un cuerpo qué gastar
o un tacto entre los dedos.
Es esta furia mía de saberme encendido,
de tener claridad,
de ser zumbido,
silbo de Dios,
silueta diferente.
De estar dentro de mí constituido
para seguir arando sin arado,
para seguir tejiendo sin aguja,
para tener un poco de mi ruido
disperso en un rincón o en un suspiro.
Es esta firme cantidad de esencia
para sufrir, para escanciar destino,
esto que me suplica y me conoce,
que madura mi luto desde siempre.
Este saber que no hay descanso,
ni agua para apagarse,
ni polvo que nos cubra ni deshaga.
Somos esto, sepamos, somos esto,
esto terrible y encendido y cierto:
algo que tiene que vivir y vive
por siempre sollozando pero vivo.








Héctor Rojas Herazo




jueves, marzo 17, 2016

Límite Y Resplandor

Algo me fue negado desde mi comienzo,
desde mi profundo conocimiento.
Y he velado dulcemente
sobre las espadas que segaron mi luz.
Con nocturno rostro me he alzado
a batallar en el esplendor de mis dormidas normas,
con el pavor de mi júbilo primero
y en otra sombra abatida he pronunciado mi nombre,
mi tremendo, mi orgánico nombre,
mi nombre de filo y de simiente
bajo el sueño de un ángel.
Mis apetitos totales he derramado
como un tributo de reconocimiento,
mi olfato y mi tacto como duros presentes.
Mis olvidados sacrificios he reunido,
mis anteriores fuerzas,
mi casto furor,
mi más antiguo y añorado fuego.
Y he aquí que todas mis potencias
no logran arribar al límite de lo perdido.
En otra edad dichosa
mi palabra fue herida de terrestre amargura.






Héctor Rojas Herazo