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viernes, octubre 09, 2015
jueves, octubre 08, 2015
Primer Lamento De Orfeo
Todo el amor no alcanzaría para
cubrir de besos tus delgadas cejas.
Todo el dolor no bastaría para
llorar de hinojos tu ternura intacta.
Ni mañana ni nunca ha de lograrte.
Por una eternidad inconmovible
estoy llorando con tus ojos. Arde
un fuego extraño que te viste entera,
que te vela de músicas secretas.
Un laberinto negro te confunde.
Oh tú, pequeña, tierna, áspera
criatura que te das y que te escapas
con la facilidad de tu sonrisa!
cubrir de besos tus delgadas cejas.
Todo el dolor no bastaría para
llorar de hinojos tu ternura intacta.
Ni mañana ni nunca ha de lograrte.
Por una eternidad inconmovible
estoy llorando con tus ojos. Arde
un fuego extraño que te viste entera,
que te vela de músicas secretas.
Un laberinto negro te confunde.
Oh tú, pequeña, tierna, áspera
criatura que te das y que te escapas
con la facilidad de tu sonrisa!
David Ledesma Vásquez
El Tormento de Eurídice
Nada de esto existe. No. Lo ven mis ojos,
la mano triste palpa su contorno,
el agua aquella moja ya mis labios;
pero no existe. No.
No existe el viento. No existe el alma.
No hay sobre la tierra un ser que me ame,
que crea en mí, que espere de mí algo
sino su propia forma de alegría.
Nada tengo que dar también es cierto,
sino mi llanto sólo. Y esta agonía
de mirar
mis propios ojos ciegos contemplándome,
mi propia voz diciendo el nombre mío.
No existe nada grato, nada amable;
ni una palabra húmeda de amor,
ni un dulce llanto que verter, ni acaso
el fuego alucinado en que me quemo!
la mano triste palpa su contorno,
el agua aquella moja ya mis labios;
pero no existe. No.
No existe el viento. No existe el alma.
No hay sobre la tierra un ser que me ame,
que crea en mí, que espere de mí algo
sino su propia forma de alegría.
Nada tengo que dar también es cierto,
sino mi llanto sólo. Y esta agonía
de mirar
mis propios ojos ciegos contemplándome,
mi propia voz diciendo el nombre mío.
No existe nada grato, nada amable;
ni una palabra húmeda de amor,
ni un dulce llanto que verter, ni acaso
el fuego alucinado en que me quemo!
David Ledesma Vásquez
martes, octubre 06, 2015
La Canción De Orfeo
Como aquel que posee muchas tierras
y no conoce todos sus linderos,
quiero aprender tu rostro de memoria:
Déjame contemplarte ardientemente.
Quiero tener entre mis brazos toda
la alegría inaudita de tu cuerpo,
y el gesto alado con que caen tus hombros
un tanto abandonados y otro tristes.
Dime cómo es tu piel, qué resorte,
qué mecanismo ideal hace encender
esa luz tan purísima que, a veces,
te alumbra desde el fondo las pupilas.
Enséñame tu risa. Tu silencio
y tu aliento también, esa fragancia
cálida cual crepúsculo incendiado,
como el crepúsculo, estremecedora.
O mejor tú, en completa desnudez,
dejáme ser en ti, ignorante y ciego,
una tibieza leve que te siente
sin explicarse todos tus misterios.
y no conoce todos sus linderos,
quiero aprender tu rostro de memoria:
Déjame contemplarte ardientemente.
Quiero tener entre mis brazos toda
la alegría inaudita de tu cuerpo,
y el gesto alado con que caen tus hombros
un tanto abandonados y otro tristes.
Dime cómo es tu piel, qué resorte,
qué mecanismo ideal hace encender
esa luz tan purísima que, a veces,
te alumbra desde el fondo las pupilas.
Enséñame tu risa. Tu silencio
y tu aliento también, esa fragancia
cálida cual crepúsculo incendiado,
como el crepúsculo, estremecedora.
O mejor tú, en completa desnudez,
dejáme ser en ti, ignorante y ciego,
una tibieza leve que te siente
sin explicarse todos tus misterios.
Tomada de: Orfeu Negro |
David Ledesma Vásquez
Primer Lamento De Eurídice
Aquel que está a la diestra
de los dioses, borracho de su luz
y su armonía.
Aquel que brota lirios
cuando mira. Y que sabe
que su intacta sonrisa
es un sol inasible.
Aquel que tiene un ramo
de mirto entre las manos
y una rosa de fuego
quemándole los labios.
Anchos ríos de música
le atraviesan el torso.
Su cabeza inaudita
remata un dulce cuello
por donde gruesas venas
fingen lianas salvajes.
Tiene el vientre de mármol,
las caderas estrechas
y la esbelta cintura
de metálico brillo.
Largos ruedan sus muslos
-¡oh, purísima carne!-
a encontrar las rodillas
firmes y consteladas
y sus brazos se mueven
en caricia infinita
impulsados por músculos
de una tierna dureza.
Aquel que está a la diestra
de los dioses,
y que, -desnudo y tenso-
se yergue contra el viento
con una lucidez
de estatua estremecida!
de los dioses, borracho de su luz
y su armonía.
Aquel que brota lirios
cuando mira. Y que sabe
que su intacta sonrisa
es un sol inasible.
Aquel que tiene un ramo
de mirto entre las manos
y una rosa de fuego
quemándole los labios.
Anchos ríos de música
le atraviesan el torso.
Su cabeza inaudita
remata un dulce cuello
por donde gruesas venas
fingen lianas salvajes.
Tiene el vientre de mármol,
las caderas estrechas
y la esbelta cintura
de metálico brillo.
Largos ruedan sus muslos
-¡oh, purísima carne!-
a encontrar las rodillas
firmes y consteladas
y sus brazos se mueven
en caricia infinita
impulsados por músculos
de una tierna dureza.
Aquel que está a la diestra
de los dioses,
y que, -desnudo y tenso-
se yergue contra el viento
con una lucidez
de estatua estremecida!
Tomada de: Orfeu Negro |
David Ledesma Vásquez
lunes, octubre 05, 2015
Canción Última
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza
Miguel Hernández
Momentos Nocturnos
Miré el tiempo y conocí la noche.
Mi mente puso incendios en la nada.
Fueron soles, miríadas, que llenaban
el cielo. Todo era cielo.
Tuve todo, menos dioses en impasible
felicidad. Viví con embeleso
en el radiante concierto de los mundos.
De astro en astro, hasta el infinito
pudieron ojos mortales
medir al fin la pequeñez humana.
De galaxia en galaxia, iba el alma
tras la vista, hacia firmamentos
en donde nada medra ni concluye.
Cantó en el cielo el azul de la noche
y el ruiseñor huyó al umbral del tiempo.
Los cerros llamaron con música de vuelo
a las estrellas. Pasó un ciervo blanco
por el sigilo húmedo del bosque,
y en la sombra despertó tu desnudo.
La tierra fue de nuevo mi deseo.
Mi mente puso incendios en la nada.
Fueron soles, miríadas, que llenaban
el cielo. Todo era cielo.
Tuve todo, menos dioses en impasible
felicidad. Viví con embeleso
en el radiante concierto de los mundos.
De astro en astro, hasta el infinito
pudieron ojos mortales
medir al fin la pequeñez humana.
De galaxia en galaxia, iba el alma
tras la vista, hacia firmamentos
en donde nada medra ni concluye.
Cantó en el cielo el azul de la noche
y el ruiseñor huyó al umbral del tiempo.
Los cerros llamaron con música de vuelo
a las estrellas. Pasó un ciervo blanco
por el sigilo húmedo del bosque,
y en la sombra despertó tu desnudo.
La tierra fue de nuevo mi deseo.
Por: William Blake. |
Jorge Gaitán Durán
domingo, octubre 04, 2015
Envío
No he podido olvidarte. He conseguido
que este inútil desorden de mis días
solitarios, concluya en las porfías
de un corazón que da cada latido
a tu memoria. En tu mundo abolido,
he luchado por ti contra las pías
obras de Dios. Cuanto ayer le exigías
será invención del hombre que ha nacido.
Tantas razones tuve para amarte
que en el rigor oscuro de perderte
quise que le sirviera todo el arte
a tu solo esplendor y así envolverte
en fábulas y hallarte y recobrarte
en la larga paciencia de la muerte.
que este inútil desorden de mis días
solitarios, concluya en las porfías
de un corazón que da cada latido
a tu memoria. En tu mundo abolido,
he luchado por ti contra las pías
obras de Dios. Cuanto ayer le exigías
será invención del hombre que ha nacido.
Tantas razones tuve para amarte
que en el rigor oscuro de perderte
quise que le sirviera todo el arte
a tu solo esplendor y así envolverte
en fábulas y hallarte y recobrarte
en la larga paciencia de la muerte.
Jorge Gaitán Durán
viernes, octubre 02, 2015
Yeilord In Memorian
A la memoria de Yeison Gómez Acevedo
Salía temprano a tomar el sol. Había estado expuesto a la sombra toda una vida atrás. Cuando yo salía a pedalear mi camino diario, él ya estaba allí sentado, enseguida de mi casa, absorto en la luz naciente. Eso fue lo primero que extrañé cuando lo mataron: verlo más decidido que el sol a iniciar el día.
Otras habían sido las noches. Le habían dado por
muerto y no acabaron el trabajo.
Después se supo, le dejaron el cuerpo maltrecho:
hasta se dijo que más nunca se levantaría de la cama. A causa de esto, lo que
en él animaba a su cuerpo tuvo que sublevarse: ya no se podía tratarlo sino como
inteligencia, como un brillo en los ojos. Y así como su cuerpo pudo levantarse
a recibir el sol cada mañana, él al fin hizo su arribo a un mediodía donde
ninguna sombra puede alcanzarlo.
Mauricio Alejandro Moreno
jueves, octubre 01, 2015
Canción De Amor Y Soledad
Como en el áureo dátil de solitaria palma,
orillas de mi predio todo el valle resuena,
tú en mi corazón, dátil amargo, tiemblas
y te inclinas desnuda, sollozo y carne trémula.
De palma en que acongojase con vago son el viento,
dátil fiel donde todos los horizontes suenan,
mi corazón es una carne tuya, tu carne,
cantando entre distancias y entre nieblas.
Tuyo es el viento y el rumor, dorados,
tuyo el canto en la noche sin palmeras,
tuyo el trémolo al fondo de los huesos,
y el palpitar oscuro de mis venas.
El país que en tus ojos vive entre parpadeos,
canta en mí con su largo sollozar innegable,
rumora en mí, y el ansia de tu boca madura,
y rumoran sin fin los valles de tu carne.
Oscura tú, y entre tu luz sin tregua,
eres un son tan hondo, tan hondo y dolorido.
Dátil maduro, dátil amargo, escucha
mi corazón al filo del viento, tu gemido,
tu gemido gozoso, tu olor de flor abierta.
Mecido en ti, lleno de ti se escucha,
y da al viento ceniza de sus gritos.
orillas de mi predio todo el valle resuena,
tú en mi corazón, dátil amargo, tiemblas
y te inclinas desnuda, sollozo y carne trémula.
De palma en que acongojase con vago son el viento,
dátil fiel donde todos los horizontes suenan,
mi corazón es una carne tuya, tu carne,
cantando entre distancias y entre nieblas.
Tuyo es el viento y el rumor, dorados,
tuyo el canto en la noche sin palmeras,
tuyo el trémolo al fondo de los huesos,
y el palpitar oscuro de mis venas.
El país que en tus ojos vive entre parpadeos,
canta en mí con su largo sollozar innegable,
rumora en mí, y el ansia de tu boca madura,
y rumoran sin fin los valles de tu carne.
Oscura tú, y entre tu luz sin tregua,
eres un son tan hondo, tan hondo y dolorido.
Dátil maduro, dátil amargo, escucha
mi corazón al filo del viento, tu gemido,
tu gemido gozoso, tu olor de flor abierta.
Mecido en ti, lleno de ti se escucha,
y da al viento ceniza de sus gritos.
Aurelio Arturo
Lego, y hablaré sin embargo de la música...
Lego, y hablaré sin embargo de la música.
Parto de esta
fracasada ambición: hallar para la poesía escrita la virtud de la música.
La música
transmite, tiene, contiene, lleva arquetípicamente la esencia de lo que somos.
Es perfectamente concebible y real la existencia de una cultura sin tradición
escrita, pero ninguna sin la música.
En la música es
como si reposara, a punto de despertar, un dios necesitado de nosotros, y como
si ahí se expresara, por no sé que extraña razón, la esencia de lo que somos.
¿Quién descubrirá esa razón última?
No será el verbo quien lo diga.
Es como si Dios
fuera esquivo y astutamente nos hablara allí donde sabe que podemos intuir pero
no apresar una razón última.
La música, sin embargo, es como si nos estuviera
diciendo esa razón.
Ella canta
mientras lo demás balbucea.
No hay oración
más alta que la música.
Ella es más
ligera que un pájaro de Perse, pero cuánto, cuánto pesa y cuánto da sentido de
vivir en nuestro corazón tan huérfano.
Las preguntas en el Juicio Final son violines.
Y yo, ¿qué les diré?
Algo haré, claro,
pero no serán sino palabras.
Es horrible.
Gabriel Jaime Franco
En cierto sentido...
En cierto sentido, la poesía que no nace del silencio, o aspira a él, es ruido.
La aspiración al silencio puede surgir de la ilusoria certeza o de la honrada sospecha de que la infinidad de discursos que nos acechan con su zarpa de parloteo no son más que bullicio.
La paradoja y el drama: también la aspiración al silencio quiere ser nombrada.
Y para acabar de ajustar, pensamos con palabras; o mejor, con fulguraciones que se interconectan entre sí a tal velocidad que la palabra ya no podrá nombrarlas, ni dirigirse al sitio en el que ellas, las fulguraciones, hallaban una especie de conclusión.
Es sorprendente que un párrafo cualquiera pueda finalizarse.
Incluso, que comience.
Gabriel Jaime Franco
miércoles, septiembre 30, 2015
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