Estoy cada vez más cerca de la confusión absoluta:
no ser nada, no saber nada.
No saber incluso si algún día supe cosa alguna: sombra de sombra.
¿Qué sé yo de qué?
¿Por qué hablaría de algo, con qué autoridad, y a quién?
¿Por qué tendría la certeza de que si digo alguna cosa, esa cosa le es necesaria a alguien?
Imagino ahora un cuerpo que se deshace, que pierde sustancia, que asiste a su declinación definitiva, pero al que le sobrevive el deseo de hablar; imagino sus labios que intentan el balbuceo de una frase para Dios en sus últimos instantes:
¿qué lenguaje le asistirá,
qué palabras podrán otorgar sentido a su pérdida y a su deseo de permanencia,
qué palabra podrá mostrar ese sitio vacío y desesperado en el que sin embargo parece sobrevivir la nostalgia de un saber?
Cosas así me conducen hacia el silencio.