A la memoria de mi padre, Jesús Emilio Moreno.
Intentaron sembrar en mí el odio. Aún persisten en ello. No necesito recordar para sentir la ausencia de mi padre. Lo asesinaron en la sala de su casa, donde la puerta abierta a la calle, al mediodía, se entregaba a la última trama que él protagonizaría.
Otros,
acaso los mismos, me asaltan con requisas, no sé qué buscan en mis genitales.
Han venido a mi casa con sus gritos y patadas a la puerta. Dentro dan órdenes y
se creen señores donde saben que no hay reyes. No en vano se han visto siervos
a caballo y príncipes que anden como siervos sobre la tierra, ¿pero toda la tierra?
Construyen
murallas a la esquina de mi casa y con toda clase de vallas quieren delimitar
mi deseo. Hasta música componen los canallas. Míralos, míralos cómo se ocultan
entre las líneas. ¿Los has visto? Te dicen que no puedes, que lo más a lo que
se puede aspirar es a disfrutar el momento y te dicen cómo y dónde comprarlo.
Que no puedes soñar con encontrar un sentido, que no puedes hacer nada para
sanar el hambre o el dolor, y que las muertes de cada día son necesarias o
inevitables. Maestros de la impotencia, todo lo pueden. He creído verlos, pero
están por todos lados y en ninguno. Obedecen a corrientes que también siguen
las nubes y que hacen estación en cada casa, no siempre por asalto, sutiles
corrientes.
Hemos
de emanciparnos, espero. Yo mismo me sacudo y todo el humo negro, toda la
rabia, la disuelvo en luz o en vacío. Entre tanto las grandes estructuras
siguen creciendo, atropellando. Intentan sembrar en mí el odio, persisten en
ello.
Invoco al granizo, ya viene. Lo percibo en el aire.
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