domingo, febrero 03, 2019

Fidelidad










La fidelidad y el amor son dos cosas distintas, como una flor  y una gema. 
Y el amor, como una flor, se marchita, se transforma en otra cosa, 
o no sería florido. 

Oh, las flores se marchitan porque se mueven velozmente; un pequeño torrente de vida 
salta a la cima del tallo, resplandece, se pliega por el recodo 
de la parábola de curvo vuelvo, 
cae y desaparece como un cometa que entra en órbita en el infinito. 

Oh flores, ellas viajan todo el tiempo 
como cometas, y se ponen a nuestro alcance
por un día, dos días, y se retiran, desaparecen de nuevo lentamente. 

Y nosotros, nosotros debemos cogerlas al vuelo y dejarlas partir.
Las flores embalsamadas no son flores; las siemprevivas no son flores;
Las flores no son más que movimiento, un movimiento raudo, un ademán colorido;
y ese es su encanto. Y ese es el amor. 

Pero una joya es diferente. Dura mucho más que nosotros, 
tanto, tantísimo más
que parece durar para siempre. 

Sin embargo, sabemos que se mueve
como las flores, como nosotros, aunque más lentamente.
¡El fluir maravilloso y lento del zafiro!

Todo fluye y cada flujo está relacionado con todos los demás flujos.
Las flores y los zafiros y nosotros fluimos diversamente. 

En los viejos tiempos, cuando fueron engendrados y paridos los zafiros
durante los salvajes orgasmos del caos, 
el tiempo era mucho más lento: cuando aparecieron las rocas. 
Y llevó eones hacer un zafiro, eones que muriera. 

Y una flor dura un verano.

Y el hombre y la mujer son como la tierra que crea flores
en verano, y amor, pero por debajo es de piedra. 
Más vieja que las flores, más vieja que los helechos, que los foraminíferos
y más vieja que el plasma es el alma en el fondo de un hombre. 

Y cuando, a través de todos los salvajes orgasmos del amor, 
se forma lentamente una gema en las antiguas rocas, una vez más fundidas,
de dos corazones humanos, un corazón de hombre y uno de mujer, 
ella es el cristal de la paz, la lenta y dura gema de la confianza, 
el zafiro de la fidelidad;
la gema de mutua paz que surge del salvaje caos del amor.






D. H. Lawrence

Traducción: Marcelo Covián  

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