Creador hermano mío, las flores no son señuelos; en cada partícula de sus pétalos viven granos de polvo de luz que prueban, Creador hermano mío, a quien con su corazón sabe ver, que en una efímera partícula existe suficiente luz para iluminar la tierra entera. Creador hermano mío, la violeta, la amapola, el jacinto y la prímula son capaces de abrirse a la mínima partícula de gota de agua que sobre ellas cae. Creador, hermano mío, si por desgracia juzgas mis palabras como salidas de un ser simplista, en lugar de responderte, iría a recoger flores, con sus raíces, para hacer un ramo; entonces, trataría de descubrir entre las zarzas el suelo más fértil para replantar las flores con sus raíces. Y cuando la primavera esté de vuelta, mis ojos podrán contemplar flores saciadas de humus, flores del todo abiertas. Creador, hermano mío, si no sabes escuchar el lenguaje simple, sólo guardaré un recuerdo fugaz de ti y, a pesar de mí, mi corazón te juzgará, mi corazón pronunciará un veredicto: condenado, tú que podrías haber sido un signo de unidad, condenado por abuso de dialéctica, condenado por los tartamudeos enfermizos que hicieron de ti un ser filosófico.
Creador hermano mío, ten cuidado cuando te encuentres con un hombre de frente clara, aspecto tranquilo y palabras mesuradas: ten cuidado, te digo, Creador, hermano mío, de que todo esto no sea un disfraz. Creador hermano mío, para que viva la vida, hace falta que juntos desterremos a los dialécticos de máscara pacífica, que desterremos, Creador hermano mío, a todos esos que tienen la inmensa pretensión de explicar lo inexplicable.