Las huellas nos confunden.
Proceden de todas partes.
De ayer, de este momento, de mañana.
Son pisadas interminables
una invasión de rastros voraces
un suelo de zumbantes pasos.
Idas y venidas, migraciones
familias errantes en nosotros
que nos cruzan sin cesar, que salen, entran
deambulan por todos los rincones
en cada lugar del piso
y hasta en los muros donde sus huellas digitales
son largas heridas sangrantes.
El viento sopla en vano sobre esos rastros.
No los puede aventar hacia otros sitios
más bien los riega por las moradas
por los aposentos
por los desvanes cerrados
por las cuevas donde vive el loco del lugar
entre los helechos de la colina
donde pace el caballo
en las rocas donde yo jugaba a Prometeo.
No los puede aventar
ni puede secar la sangre sobre los muros.
Proceden de todas partes.
De ayer, de este momento, de mañana.
Son pisadas interminables
una invasión de rastros voraces
un suelo de zumbantes pasos.
Idas y venidas, migraciones
familias errantes en nosotros
que nos cruzan sin cesar, que salen, entran
deambulan por todos los rincones
en cada lugar del piso
y hasta en los muros donde sus huellas digitales
son largas heridas sangrantes.
El viento sopla en vano sobre esos rastros.
No los puede aventar hacia otros sitios
más bien los riega por las moradas
por los aposentos
por los desvanes cerrados
por las cuevas donde vive el loco del lugar
entre los helechos de la colina
donde pace el caballo
en las rocas donde yo jugaba a Prometeo.
No los puede aventar
ni puede secar la sangre sobre los muros.
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