no es almacenar palabras
eruditas,
rimbombantes,
ornamentales.
No es disponerlas en su
orden yámbico,
en perfecto soneto gongorino;
ni siquiera clasificarlas
burdamente en función
de la terminación
y la rima.
Porque tú nunca
fuiste matemático, poeta.
Tú nunca fuiste geógrafo ni físico
y no entiendes de distancias
ni unidades de medida,
y no entiendes de lógica pura
ni de leyes invictas.
Porque tú nunca
fuiste científico, poeta
y por eso mismo
no entiendes de estadística
ni de cuántica avanzada
ni de biopolítica
y no es tu oficio
establecer las fórmulas
del cosmos.
No es tu oficio el análisis forense
por más que te empeñes
así como no lo es tampoco
el psicoanálisis y la neurociencia.
Tu oficio, poeta,
es esculpir utopías
donde no puede haberlas,
acabar con la ley de la gravedad
y juntar el cielo con la tierra,
el bien con el mal,
de la forma más humana
y menos despreciable
que te permita tu especie.
Tu oficio, poeta,
es dignificar la especie,
hacer que quepa la duda,
decir: «Algunos eran buenos.
Algunos no eran prescindibles».
Que mañana,
cuando hayan pasado los siglos,
se diga:
«No todos fueron Judas.
Los hubo Robin Hoodes
y Don Quijotes,
los hubo Baudelaires
y Esproncedas
las hubo Antígonas,
las hubo Safos...
Los hubo Valle Inclanes
y Cañameros».
Que de toda nuestra obra
una parte se salve.
Que merezca la pena
el raciocinio.
Que el conocimiento
no sea una amenaza.
Tu oficio, poeta,
es dignificar la especie.
Escoger las palabras
que pondrías en tu lápida.
Decir, por ejemplo:
«No todos eran prescindibles».
Merecerte la vida
hasta tal punto,
que tu muerte
parezca una injusticia.
Y dejarte ir,
como si nada,
como todos,
(poetas o no)
hacia la larga
y aburrida
eternidad.
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