Sin más posesiones que lo que cabe en una canoa
andaban errantes en los ríos Capanaparo y Cinaruco,
afluentes del Orinoco,
recogiendo su alimentación diaria y pensando
en la vida bienaventurada que les esperaba,
después de ésta,
en la dichosa Tierra de Kuma.
Dormían semienterrados en la arena; arena
era su única protección contra los mosquitos y el frío.
A veces clavaban ramas en la arena
y eso era lo más parecido a una casa que tenían.
Se levantaban en gran silencio al despuntar la aurora
y se quedaban sentados como en meditación,
mirando hacia el oeste.
Más tarde cogían sus pobres utensilios de caza y pesca,
y se iban unos a la selva y otros en canoas por el río.
Volvían con pequeños cocodrilos o huevos de cocodrilo,
tortugas o huevos de tortuga, miel, plantas alimenticias. Después de esa comida, la única del día,
ya no hacían nada. Pronto llegaba la noche
y los yaruros se sentaban a esperar su llegada,
vueltos hacia el oriente, de donde salían las estrellas y la luna.
Se estaban contemplando las estrellas en la noche callada
y el paso de los meteoros,
mensajeros de Kuma que atraviesan la noche.
Los hombres se dedicaban a hablar del cielo
mientras los niños jugaban en la arena.
Petrullo nos describe la emoción de esas noches:
desnudos en la arena tibia contemplando las estrellas,
oyendo la sinfonía del mundo, y cerca la risa de los niños jugando
y el cuchicheo suave de las mujeres. Y entonces el shamán
melodiosamente explicaba el sentido de la existencia
y relataba los mitos, mientras se oía junto con los mitos
el soplar del viento, el chillido de los pájaros nocturnos,
el salto de ciertos peces en el río,
el rugido del jaguar lejos, el aullido de los monos.
Se callaba el shamán; la cara vuelta hacia el oriente
como en una profunda contemplación.
Después comenzaría a cantar suavemente,
poco a poco su canto haciéndose más animado
y después comenzando a danzar ... Lo acompañaban algunos
en el canto y la danza, y después otros y otros más,
la música cada vez más y más animada.
Las estrellas arriba iban pasando
también ellas como en una animada danza, también como con maracas.
Y cuando ya las estrellas y la luna habían descendido en el oeste
y el sol despuntada en el este, suspendían la danza,
conversaban un poco, y se dormían.
Antes esos llanos tuvieron muchas otras tribus
de las que casi no se sabe nada. Desaparecieron
los tamanachi, los guamos, los achaguas, los otomacos.
Los llanos convertidos en fincas.
En el río Capanaparo sólo quedaban 1 50 yaruros
y otros más en el Cinaruco. Eso era en 1934
cuando los visitó Petrullo. Y estaban a punto de extinguirse.
Un pueblo perseguido, sabiendo que su extinción era inminente.
Se dan a sí mismos el nombre Pumeh, que literalmente es "gente"
y lo usan como "pueblo", en el sentido de "pueblo escogido".
Sólo ellos son Pumeh. A los blancos
dan el nombre español de racionales. Los racionales
los habían explotado siempre y les quitaban sus mujeres.
Un tiempo ellos eran muchos, le dijeron a Petrullo.
Ya quedaban pocos. Pero Kuma, su Diosa que vive en el oeste
esperaba que murieran todos para recibirlos en su Tierra.
Pidieron al antropólogo una foto de Kuma o la Tierra de Kuma.
Un pueblo semidesnudo recorriendo los ríos en canoas,
durmiendo en la arena, comiendo cocodrilo; sus campamentos
sin casas, sólo unas ramas clavadas en la arena,
unas cestas rotas, harapos, unas tinajas viejas:
pero día y noche habitando un mundo lleno de misterio.
Una tarde en la arena contemplaban la puesta de sol,
viendo el sol hundirse en el oeste, la Tierra de Kuma.
Estuvieron en silencio hasta que no hubo luz. Cuando se apagaron
los últimos rayos, el shamán explicó a Petrullo
que ese era un saludo de Kuma a su pueblo, los yaruros.
Después siguió en silencio, fumando, meditando
con la cara hacia el oriente. Al salir las primeras estrellas
comenzó a cantar con voz suave y vacilante. Después
dos niños lo acompafiaron en el canto. Después
también algunas mujeres. Cuando la Cruz del Sur estaba alta cogió unas maracas de calabaza y el canto fue más animado.
Empézaron a danzar, las maracas ya más fuertes
y la danza cada vez más movida; a medianoche ya era frenética,
y ya todos danzando con el shamán: las mujeres en un círculo
cada una con el brazo derecho en el hombro de su compañera
y golpeando el suelo con el pie derecho,
los hombres en otro círculo interior alrededor del poste,
el cuerpo del shamán un solo temblor
y el canto y la danza más y más violentos,
las maracas resonando cada vez más
con cada gran golpe que daban con el pie derecho.
Al amanecer fue más recio el soplar del viento,
el aullar de los monos fue más fuerte,
y el canto de los yaruros fue con mayor pasión.
La estrella de la mañana ya estaba alta. Alboreó en el oriente
y sólo entonces se callaron.
Una noche de canto y danza había pasado.
Les interesaba mucho el cielo estrellado, cuenta Petrullo,
y se estaban contemplándolo largamente,
leyéndolo como un libro,
observando los diferentes brillos de las estrellas
y las figuras que forman.
Otra noche estuvieron contemplando las estrellas
y el paso de los meteoros, mensajeros de Kuma,
hablando y hablando de Kuma y las cosas del cielo.
La Cruz del Sur se levantó, y se calmó el viento,
y los monos ya no se oyeron más
y los yaruros también se callaron,
y quedaron inmóviles, igual que la quietud que los rodeaba. La luna salió después sobre los montes de la Guayana
y entonces el shamán comenzó el canto. Esa noche
recibieron del cielo el mensaje de siempre: los yaruros estaban condenados a morir, pero pasarían a un mundo mejor,
y les aguardaba una vida dichosa en compañía de Kuma.
Allí tendrían casas y ganado, vestidos, tabaco.
Y nacerían de nuevo jóvenes y fuertes y hermosos.
Y este mundo se acabaría porque estaban matando a los yaruros.
Terminaron otra vez sus danzas al salir el sol.
Era muy fácil hacerlos hablar de Kuma
y el mundo al cual irían.
Ningún otro tema les interesaba tanto.
Era difícil que hablaran de sus otras creencias,
porque la vida para ellos en este mundo había prácticamente cesado.
Como grupo su voluntad de vivir había terminado. Veían inútil
tratar de mantener su cultura en contra de los racionales.
Sabían que estaban condenados a perecer
y su único consuelo eran Kuma y la Tierra de Kuma.
Seguían yendo a cazar el cocodrilo y la tortuga, la iguana y el zahino,
a pescar el tonino y el manatí, y a recoger el changuango,
y se consolaban con el canto y la danza, el contacto con Kuma,
pero ya no tenían la voluntad de vivir.
Los meteoros son mensajeros.
Siempre están escuchando el viento que allí sopla fuerte,
y descifrando todo lo que en el viento se oye:
el aullar de los monos que un tiempo fueron hombres,
el salto de los toninos en el río que también fueron hombres,
o la voz de los cocodrilos que son hombres metamorfoseados.
La muerte no la temían sino era cosa que deseaban.
Los muertos vivían en la Tierra de Kuma, un mundo feliz,
idéntico al que había antes de la llegada de los blancos.
Lo que querían es que todos los yaruros murieran pronto
para estar pronto reunidos todos en la Tierra de Kuma.
Ninguna explicación tenían de la superioridad de los blancos
a no ser por la maldad de los blancos.
Los yaruros habían sido el pueblo escogido de Kuma,
creados los primeros antes que ninguna otra tribu;
y por eso se les dio los llanos, donde es mayor el cielo,
para qué día y noche pudieran estar en contacto con Kuma. El sol navega en una canoa de oriente a occidente
y por la noche se va a la Tierra de Kuma.
Las plantas de los racionales, plátanos, maíz, tabaco,
los yaruros las tuvieron primero,
pero de ellas ahora sólo tienen la raíz.
La Tierra de Kuma es bella y vasta como los llanos venezolanos.
En ella no hay árboles pero está llena de animales de caza.
En esas sabanas hay una ciudad muy grande: la Ciudad de Kuma.
Un pueblo de místicos, obsesionados por el cielo.
Una noche en la Mena, el shamán comenzó a hablar místicamente
de la belleza del fuego en que se asaban las tortugas,
del brillo de la arena bajo la luna,
de los monos araguatos que aullaban lejos,
de los pájaros que cantaban en lo oscuro
y de los toninos que saltaban en el río,
y de todo el universo.
La despedida del antropólogo fue triste.
Quedaban solos, dijeron
sin nadie con quien hablar de cosas religiosas
más que con ellos mismos.
No salían a buscar los pequeños cocodrilos y las tortugas
y era porque estaban tristes por su partida.
La canoa se alejó lentamente, dejando en la ancha arena
unos pocos seres humanos, solos, en su mundo extrafio.
Él se fue seguro que muy pronto se extinguirían.
Todavía hay yaruros. Yo en Venezuela fui a buscarlos.
Los visité en la Semana Santa de 1977.
Ya no están en el Capanaparo ni en ningún otro río.
Todos sus lugares de caza ahora son latifundios.
Su campamento polvoriento: con conchas de tortuga, calabazas,
junto a recipientes de plástico, viejos, rotos,
y latas de supermercados, chopeadas, oxidadas,
como sacadas de un basurero.
Una mujer nos pidió "ropa vieja".
Fuimos a buscar otro campamento, lejos, en esos llanos. Pasamos por un latifundio robado a los yaruros, donde
de su avioneta particular estaban bajando
unos jovencitos de Caracas con coca-colas y cervezas heladas.
Esa tarde nos perdimos en el mar de los llanos venezolanos.
Escogimos a unos arbustos para colgar hamacas.
Sin agua para beber, sólo un poco para el jeep.
En algún sitio, en ese océano de lomas,
habría otro campamento de "pueblo escogido".
Oímos un tambor lejano ... ¡Una fiesta de yaruros!
Pero no fue tambor sino el radiador del jeep sobrecalentado.
De pronto el llano se llenó de estrellas.
Una ciudad sobre el llano. Como Caracas nocturna
pero más bella que Caracas ¡La Ciudad de Kuma!
Sin barracas. Y nosotros
un bello cuerpo celeste entre todos los otros.
Vi que el cielo también es esta tierra.
Todas las estrellas del cielo son la Tierra de Kuma
pero esta tierra también es la Tierra de Kuma
que anhelan los yaruros, el Pueblo Escogido.
Madre Kuma defiéndelos.
No toda religión es opresión
instrumento de clases dominantes:
cuando la religión no es propiedad privada sino bien común
no es enajenante.
Pensé en los llanos sin latifundios de la Tierra de Kuma.
El hecho de que la tierra forma parte de los cielos. (Somos el cielo para cualquier otro planeta
que nos está mirando en la noche estrellada)
En la Vía Láctea no hay un cuerpo central,
es una especie de república
donde los movimientos de los miembros
están regulados por las fuerzas gravitatorias combinadas
de todos los miembros de la población estelar.
La república de los cielos.
(No es monarquía).
¡Y la conciencia en incontables puntos del universo!
Un universo común.
La seguridad de no estar solos en el cosmos.
Mirando estrellas que están lejos en el pasado
(los tiempos son distintos para cada estrella)
y pensando:
Qué bella esta Tierra entre las estrellas.
Unas aves cantaban como maracas.
Y una voz lejana pero cercana (en el jeep): Radio Habana.
En las montañas de Nicaragua había muerto un jefe guerrillero,
mi amigo Carlos Agüero, con un tiro en el corazón.
...Como maracas de yaruros. Y pasé horas
contemplando las estrellas en el enorme cielo de los llanos
-desde mi hamaca-
y los muchos meteoros que atraviesan la noche.