Duendecillos de alegrísimos pies recorren mi sangre
y un pájaro, como una vívida llama,
se detiene sobre mi frente.
Una hermosa mujer vestida de amarillo
en la noche vino y besó mis labios.
Una hermosa mujer con un ramo de espigas
entre los brazos, besó mis labios.
Me levanté desnudo y encendido.
Todavía colgaban lianas de la luna
y el agua, como un pez de azogue
reía y saltaba entre las constelaciones.
Por un oculto sendero subí a la montaña
muda y poderosa recostada en la noche.
Me guiaba un geniecillo verde de dorados ojos
que a ratos descansaba en la palma de mi mano.
Entre las zarzas escogí las más dulces moras.
Le robé flores de fuego a la cayena y al bucare.
A la orilla de un charco corté una larga espiga de caña
que lentamente se mecía sobre el rostro de la luna.
Asomada por el ojo de un último lucero, la madrugada
me vio persiguiendo la lapa de suave carne rosada.
Yo agitaba al aire mi arco flexible, y mojaba mi rostro
en el agua del alba y el sol naciente prendía brasas
en mis huellas caídas entre las hierbas.
Una hermosa mujer vestida de amarillo
en la noche vino y besó mis labios.
Para ella he limpiado el camino y he encendido la hoguera.
Para ella he regado con flores el umbral de mi choza.
Para ella he cortado una espiga y he cosechado las moras
y alegremente he cazado por quebradas y por laderas.
Tengo una colcha de gayos colores, un lecho de hojas y pajas.
Tengo una pulsera de hueso y un collar de dientes pintados.
Dulcemente transido de un ansia infinita, entre el sol y la sombra,
mi cuerpo gimiendo la espera.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario