A María Valencia
Golpéanos con tu cabellera
hija del mar y de la noche.
Golpéanos con tu cabellera
que despierta las ostras verdes,
los caracoles rojos, la estrellamar,
dormidos en la arena.
Las rocas duras sueñan con tu ternura,
las palmeras negras se ennegrecen más
para hacerte blanca
y las manos del viento quieren ser raíces
para envolverte y arrancar de ti.
Yo me yergo en una hora de olvido y de asesinatos
para salvar tu gran silencio y tu sombra pura.
Yo me pongo a hablar con el suave rumor de tus alas
y es como si me florecieran dalias en los labios.
Golpéanos con tu cabellera
hija del mar y de la noche.
Enciende nuestras venas y nuestras sienes
y la pálida llama de nuestros corazones.
Porque la más espesa ola de aceite cubre los mares.
Porque la más candente ola de llanto seca los bosques.
Porque la más amarga ola de vinagre roe los labios.
Porque asesinos de débiles brazos cortan las flores.
Golpéanos con tu cabellera
que despierta las ostras verdes,
los caracoles rojos, la estrellamar,
dormidos en la arena.
Las rocas duras sueñan con tu ternura,
las palmeras negras se ennegrecen más
para hacerte blanca
y las manos del viento quieren ser raíces
para envolverte y arrancar de ti.
Yo me yergo en una hora de olvido y de asesinatos
para salvar tu gran silencio y tu sombra pura.
Yo me pongo a hablar con el suave rumor de tus alas
y es como si me florecieran dalias en los labios.
Golpéanos con tu cabellera
hija del mar y de la noche.
Enciende nuestras venas y nuestras sienes
y la pálida llama de nuestros corazones.
Porque la más espesa ola de aceite cubre los mares.
Porque la más candente ola de llanto seca los bosques.
Porque la más amarga ola de vinagre roe los labios.
Porque asesinos de débiles brazos cortan las flores.
Danos el misterio de tus ojos abiertos como tenebrosas orquídeas.
Danos el misterio de tus axilas que llaman más allá de los muros.
Danos el misterio, de nuevo, para que aneguemos en su clara y milagrosa sombra
esta pequeña angustia retorcida como una culebrilla de hiel.
Golpéanos con tu cabellera
sombría madre de iluminados senos.
El mundo quiere la magia de los primeros días
o la sangre fría de las últimas anunciaciones.
Los hombres se empequeñecen buscando las cosas caídas.
Buscando el reflejo del agua, del fuego, del viento,
de la piedra perenne alzada como un Dios antiguo que no deja de ser.
Y el agua, el fuego, el viento, la piedra permanecen intactos,
desoladamente vivos, emergiendo del mar de cenizas que cubre las urbes.
He aquí por qué yo sueño con un alba de flautas y de árboles.
Por qué yo busco el misterio de tu densa cabellera marina.
Por qué yo muerdo el dolor de mis manos que no pueden sembrar
ni una lágrima.
Me adelanto más allá de mí mismo y grito con tu boca,
agito mis manos con tus dedos ensortijados,
me salgo de mi cuerpo para subir hasta tu cadera caliente,
y digo que te he visto caminando por la ruta de los puntos cardinales,
que te he visto detenida entre la luna y los peces azules,
que un lirio sangraba entre tus manos sensitivas
y que sobre tus hombros desplegaba sus alas el gran murciélago.
Y digo que venías como mensajera de nuevos designios,
como un cuchillo de sacrificio relamido por el fuego,
como un iluminado barco de divinidades tutelares.
Y digo que era más grande que el hombre, más grande que su angustia,
más honda que el árbol de venas cortadas
porque la paz y la vida estaban a los pies de tu impenetrable cabellera.
esta pequeña angustia retorcida como una culebrilla de hiel.
Golpéanos con tu cabellera
sombría madre de iluminados senos.
El mundo quiere la magia de los primeros días
o la sangre fría de las últimas anunciaciones.
Los hombres se empequeñecen buscando las cosas caídas.
Buscando el reflejo del agua, del fuego, del viento,
de la piedra perenne alzada como un Dios antiguo que no deja de ser.
Y el agua, el fuego, el viento, la piedra permanecen intactos,
desoladamente vivos, emergiendo del mar de cenizas que cubre las urbes.
He aquí por qué yo sueño con un alba de flautas y de árboles.
Por qué yo busco el misterio de tu densa cabellera marina.
Por qué yo muerdo el dolor de mis manos que no pueden sembrar
ni una lágrima.
Me adelanto más allá de mí mismo y grito con tu boca,
agito mis manos con tus dedos ensortijados,
me salgo de mi cuerpo para subir hasta tu cadera caliente,
y digo que te he visto caminando por la ruta de los puntos cardinales,
que te he visto detenida entre la luna y los peces azules,
que un lirio sangraba entre tus manos sensitivas
y que sobre tus hombros desplegaba sus alas el gran murciélago.
Y digo que venías como mensajera de nuevos designios,
como un cuchillo de sacrificio relamido por el fuego,
como un iluminado barco de divinidades tutelares.
Y digo que era más grande que el hombre, más grande que su angustia,
más honda que el árbol de venas cortadas
porque la paz y la vida estaban a los pies de tu impenetrable cabellera.
Hija del mar y de la noche
vuelca sobre la frente del hombre
la lágrima roja de un pez.
Vuelca sobre su pecho, sobre sus frágiles muslos,
la savia del árbol más pequeño y más humilde,
y golpéalo con tu cabellera
¡Ah golpéalo!
hasta que le nazcan del cuerpo las siete espigas de sangre que oculta el sembrador.
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