Este fardo invisible que transportamos,
es semejante al de Sísifo:
logramos llevar la roca arriba, un poco más cada día
cuando de pronto algo surge y nos retrocede.
De la mañana a la noche y por una necesidad de hierro
levantamos tú y yo y cada uno nuestra roca.
Desde debajo de la montaña, contemplando el borde del cielo muy lejos.
Con el miedo oculto en el corazón
o con el coraje tranquilo de los varones.
Pero habrá un día, un momento que no conocemos,
en que tú, filisteo exitoso
que vas por la carretera limpia, nueva,
a quien encuentro cada mañana y veo subir
más cómodo, sonriendo,
y yo que asciendo tan trabajosamente
el terrible camino vertical,
devorado por la ansiedad,
entre la humillación y la sospecha,
no miraremos más la linde lejana, sobre nuestras cabezas.
Cumplido el oficio
tu mano y mi mano dejarán la llave en el bolsillo
y la roca quieta.