Los objetos en la casa están reunidos en pilas iguales
como la leña que ha sido preparada antes de que llegue el frío,
un periódico ritual repetido cada año.
En el espejo veo todo el tiempo la misma mujer
que se concentra en arrancar los pelos blancos
y con los dedos mojados recogerlos del piso.
Hay un mudo, vago dolor en todo esto, como los últimos acordes en una triste canción que podemos adivinar de antemano, como si ya la hubiéramos escuchado en alguna parte.
Toco aquí, pero duele en algún otro lugar.
“Buenos días, Hombre - Niebla!”
“Buenos días, Muchacha - Imán!”
El hielo desde abajo, desde los internautas, desde la tierra y el espacio me envía señales secretas.
Es una constante cuenta regresiva:
60, 59, 58, 57, 56, 55, 54, 53, 52, 51, 50...
y no he alcanzado a desear algo, ni siquiera a pedir algo.
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