Mañana, después de nosotros,
volverá a la pradera, en dulce péndulo
a recorrer la música, un delirante festival.
Las alcobas cerradas
pasarán cabeceando hacia los arrecifes
de una ancha rosa azul.
¿Quién mirará en silencio
cruzar por los cristales detenidos
las cosas que terminan con la lluvia ?
¿Quién abrirá de noche la unánime
novela que se lee alma adentro,
para buscar el fuego de los días
en la ardorosa y blanca intimidad ?
¿Y, quién verá en las noches de diciembre
salir, al través de las ventanas,
la música delgada de Franz Schubert
que, sollozando, cae en los jardines?
¡Ah, mañana, después de nosotros!
Cuando la primavera alce sus hojas,
qué luminosas potras de topacio
se empinarán de amor
sobre nuestros sepulcros apagados!
Sobre nosotros pasarán en junio
misas de punta azul y espuma blanca,
los gaseosos orfebres del crepúsculo
y el agua circular de las carretas
que marchan a cambiar largas hileras
de música con pensativas cosas.
Oh, si esta tierra inexorable
que hoy me cose los párpados, amada;
si esta tierra, al fin, se aclarara,
lloraría, temblando, sobre tus manos blancas
como cuando la fiebre me adelgazaba el alma...
¡Pero esta honda noche, se hace tarde!
Ah, y otra vez, errantes, los gitanos
volverán una tarde a nuestra aldea.
Sé que preguntarán por nuestras manos...
Les dirán que ya nadie puede leer en ellas,
que tenemos la línea de la vida
borrada por dos años de azucenas.