Cuaderno De Orfeo





(Escrito en 1959 y publicado en 1962)



CUADERNO DE ORFEO





David Ledesma Vásquez












EL ENCUENTRO



(Voces a dúo)


Apenas nuestras vidas se han tocado
como dos manos en saludo, como
dos labios en sonrisa. Y esto ha sido
un milagro de aquellos que conmueven
los más hondos abismos de la Tierra!








IDENTIDAD


(Voz de Orfeo)

Vivo en ciega Poesía
desterrado,
Ausente de mí mismo,
a una distancia
que puede ser de amor
-llega insondable-
o absorta muerte diaria
repetida.




LA ENTREGA


(Voz de Eurídice)

Te doy mi vida, amigo,
y mi muerte también;
pero mi vida es
un gran lirio de hierro
que perfuma y destroza.

Te doy mi muerte, amigo,
tómala tú, tranquilo,
entre tus dulces manos
que fingen una lira,
pues mi muerte no tiene
más luz que tu palabra.










PERFIL CONTRA LAS LLAMAS


(Voz de Eurídice)


Vino cantando con sus labios puros
la más pura canción. Su cabellera
estaba coagulada en duros bucles
que bien podían ser la miel del bronce.
Eran sus ojos de un color absorto
que fluctuaba entre el verde y el marrón.

Vino lleno de luz. Era su alma
apacible como un río de versos.

Y al verlo así, contra la luz erguido,
entre las altas llamas confundiéndose,
el negro Cancerbero se ha tendido
para lamerle con tres lenguas ásperas
su planta iluminada!









EL TORMENTO DE EURÍDICE


Nada de esto existe. No. Lo ven mis ojos,
la mano triste palpa su contorno,
el agua aquella moja ya mis labios;
pero no existe. No.
No existe el viento. No existe el alma.
No hay sobre la tierra un ser que me ame,
que crea en mí, que espere de mí algo
sino su propia forma de alegría.
Nada tengo que dar también es cierto,
sino mi llanto sólo. Y esta agonía
de mirar
mis propios ojos ciegos contemplándome,
mi propia voz diciendo el nombre mío.
No existe nada grato, nada amable;
ni una palabra húmeda de amor,
ni un dulce llanto que verter, ni acaso
el fuego alucinado en que me quemo!






PRIMER LAMENTO DE EURÍDICE


Aquel que está a la diestra
de los dioses, borracho de su luz
y su armonía.

Aquel que brota lirios
cuando mira. Y que sabe
que su intacta sonrisa
es un sol inasible.

Aquel que tiene un ramo
de mirto entre las manos
y una rosa de fuego
quemándole los labios.

Anchos ríos de música
le atraviesan el torso.
Su cabeza inaudita
remata un dulce cuello
por donde gruesas venas
fingen lianas salvajes.
Tiene el vientre de mármol,
las caderas estrechas
y la esbelta cintura
de metálico brillo.

Largos ruedan sus muslos
-¡oh, purísima carne!-
a encontrar las rodillas
firmes y consteladas
y sus brazos se mueven
en caricia infinita
impulsados por músculos
de una tierna dureza.

Aquel que está a la diestra
de los dioses,
y que, -desnudo y tenso-
se yergue contra el viento
con una lucidez
de estatua estremecida!








SEGUNDO LAMENTO DE EURÍDICE



Sólo tus ojos. Para contemplarlos,
para entrar por ellos hasta ti,
me han nacido otros ojos en la cara.

Sólo tu boca. Por tus labios corren
mis ojos como dos niños ansiosos
persiguiéndose en una playa roja.

Sólo la luz que tienes cuando ríes.
Para fundirme en ella
he encontrado el Silencio que me nutre.

Sólo el aroma de tu cabellera.
Tu limpia juventud que me redime.
Sólo tú mismo. Sólo tu persona!







LA CANCIÓN DE ORFEO


Como aquel que posee muchas tierras
y no conoce todos sus linderos,
quiero aprender tu rostro de memoria:
Déjame contemplarte ardientemente.

Quiero tener entre mis brazos toda
la alegría inaudita de tu cuerpo,
y el gesto alado con que caen tus hombros
un tanto abandonados y otro tristes.

Dime cómo es tu piel, qué resorte,
qué mecanismo ideal hace encender
esa luz tan purísima que, a veces,
te alumbra desde el fondo las pupilas.

Enséñame tu risa. Tu silencio
y tu aliento también, esa fragancia
cálida cual crepúsculo incendiado,
como el crepúsculo, estremecedora.

O mejor tú, en completa desnudez,
dejáme ser en ti, ignorante y ciego,
una tibieza leve que te siente
sin explicarse todos tus misterios.










PRIMER LAMENTO DE ORFEO


Todo el amor no alcanzaría para
cubrir de besos tus delgadas cejas.
Todo el dolor no bastaría para
llorar de hinojos tu ternura intacta.

Ni mañana ni nunca ha de lograrte.
Por una eternidad inconmovible
estoy llorando con tus ojos. Arde
un fuego extraño que te viste entera,
que te vela de músicas secretas.

Un laberinto negro te confunde.
Oh tú, pequeña, tierna, áspera
criatura que te das y que te escapas
con la facilidad de tu sonrisa!









SEGUNDO LAMENTO DE ORFEO


Tu cuerpo ya no está.
Y es en mi cuerpo
como un vacío de inasible tacto.
Tu aliento matinal de boca fresca,
de limpios dientes, de perfecto tiempo,
no empaña ya el espejo en que te nombro.

Muchacha de trigal y uva y espino,
de duros senos y de piel tan fina
como el perfecto bosque de la lluvia;
de voz grave, hechizada, bienhechora,
de lentos ojos grises, fugitivos
de una noche infinita...
Dura amiga,
como el metal, como la nieve, como
esta oscura sustancia del olvido!

               Ya no estás
No te miro. No te toco.
Y esto que para todos es tu ausencia
para mí es nada más que mi silencio;
nada más que el aroma de la Muerte
en los gajos tiernísimos del sexo!








EL DIÁLOGO



(Voz de Orfeo)



Esta boca que te habla no es la mía.
Este rostro que miro no es el tuyo.
Ni esta risa es tu risa. Y, sin embargo
presente estoy aunque me sienta lejos.

Ni tú ni yo. Posiblemente nadie.
Y, sin embargo
frente el uno del otro en este mundo
donde somos extraños, sobre sitios
que nuestros cuerpos ya no reconocen!

No eres tú. No soy yo;
pero me basto
para indagar el nombre
que te oculta.
Y esa luz -oh, esa luz-
mágica, absorta,
pura como el amanecer,
como la muerte,
que brilla en el fondo de tus ojos
hace mil años de imposible ausencia!

Nadie habita estos cuerpos. Nadie dice
la palabra que rozan nuestras bocas.
Y, sin embargo, a media noche grito
este nombre
que sin ser cosa tuya,
ni cosa mía,
ni señal exacta,
hace creer al Fuego que me habita
que eres tú,
que soy yo,
y que existimos
en un país de blancas torres puras!






FUNERAL CON UN SAXO PARA EURÍDICE


Porque de los metales he nacido,
y el cobre, el hierro y el acero oprimen
la digital matriz del nacimiento,
un día volveré con los metales
a la más negra entraña del silencio!

Ay cuerda de guitarra atravesada
por un clavel de fuego ardido! Ay bíblica
pasión desenfrenada de las arpas!
Ay piano acuchillado por los dedos!

El saxo sabe... Sólo el saxo sabe
la dulce muerte que conmueve todas
las nacencias sin límites del ritmo!









ÚLTIMA BALADA DE ORFEO


Puede el hombre saltar sobre sí mismo
pero, infaliblemente, se vuelve al mismo sitio. 
La verdad es que uno siempre está solo!












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