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domingo, junio 26, 2016

El Tac-Tac De La Chancleta Izquierda


En ese limo se hunden mis ojos 

Maiakovski

Ponerlo a la mesa, mostrarlo a los amigos
Alberto Rodríguez Tosca




Cuando mi madre arrastra su pierna
yo no me compadezco como el vecino
que cumple con su deber de buen ciudadano:
el dolor se encharca
y el alma se cubre de limo.

Cuando en la oscuridad del corredor imaginario
mi madre camina, y mientras avanza
retumba el tac-tac…de su chancleta izquierda
yo no me compadezco como el buen samaritano:
por mis conductos fluye un río de fuego
y las paredes se estremecen revolviendo el ácido
que se concentra en las articulaciones.

Mi madre arrastra junto a su pierna
el Alzheimer de mi abuela
y yo no me compadezco como el espectador que se reconforta
ante el show de la podredumbre ajena:
mi dolor es el dolor de César Vallejo:
hoy no sufro solamente.

Mi madre arrastra junto a su pierna
la tragedia de mi padre, la alegría estúpida de los enemigos,
la indolencia, el marabú…
y yo no me compadezco como un simple compañero:
rabia la sangre y de un manotazo
tiro las miserias.

Sin embargo, no siempre fue mi madre
la angustia que hoy se me atraganta.
Hubo un tiempo de epifanía inmarcesible:
un aire fresco y saludable que inundaba la casa,
un instante en que se creía en el amor como en casi todo,
y era mi madre la línea parpadeante,
la dulce ingenua idea de que nada se iba a acabar.

Trato de conformarme
pero la conformidad es un cuchillo de doble filo.
Trato de aceptar, y aunque sé que la vida
siempre abre una puerta
poner la cabeza donde va el corazón
es el hermoso traje de la sabiduría
que ahora no me sirve.

Si mi madre es el dolor permanente, también pudiera ser
el único alivio a ese dolor.
Veo a mi madre infatigable, dura como el quiebra hacha,
acomodando al Abadón de su cervical
con la misma humildad con que una vara en tierra resiste un ciclón.
Cuando está a punto de decir basta hasta aquí ya me cansé
el gesto se suaviza , cobra su rostro la dulzura habitual
y convierte al Alzheimer en un niño pulcro y oloroso.
Veo a mi madre arrancando los coágulos que se pegan
a las hojas del mar pacífico.
La veo con los zapatos gastados, las manos limpias
mientras camina por el sendero de la Gran Marcha
y sostiene el peso de un ideal
como quien soporta en sus brazos
una pila de caña quemada.
La veo sacrificarse (si es preciso, dejaría de existir)
para que su hijo vanidoso escriba versos
que probablemente no cambien nada
ni a nadie.

Cuando mi madre arrastra su pierna
yo me pregunto:
De qué material están hechos los seres
que arrastran el dolor
con la misma paciencia
con que ofrecen la vida.






Israel Domínguez Pérez



martes, junio 21, 2016

Hacia Donde El Agua Empuja


La sensación, hijo.
La sensación de los días y las noches.


Vuelvo como una piedra que respira bajo el agua,
en los ojos de la lechuza
que traza sus nocturnidades por el Parque de la Libertad.

Y ya mi sangre es otra sangre
y mi recipiente avanza 
en los extraños cuerpos de un mar del norte.
Pero de qué me sirve volver
si ya no puedo acariciar el cabello blanco de tu madre.

Es verdad que los muertos llevan la luz
que los hombres esconden por temor,
lo que realmente se pierde
es sólo memoria de la familia.
Yo en cambio deseo regresar,
pues aunque esta paz
es inalcanzable en el reino de los vivos,
no hay nada como un trago de café,
los acordes del laúd
y mi décima irrumpiendo en el eco de otro canto.

Hubiera querido volver
sin que ninguna señal de la ciudad
entorpeciera el recorrido de mi viaje.
De qué vale un buen comportamiento
si cuando cierras los ojos
nadie te acompaña.

Ve, hijo.
Sin que te detenga el llanto de los tuyos.
Ve hacia donde el agua empuja
sus infinitos manantiales





Israel Domínguez Pérez