Primer Manifiesto Nadaísta
I
Definición del Nadaísmo
El Nadaísmo, en un concepto muy limitado, es una revolución en la forma y en el contenido del orden espiritual imperante en Colombia. Para la juventud es un estado esquizofrénico-consciente contra los estados pasivos del espíritu y la cultura.
Ustedes me preguntarán por una definición más exacta. Yo no sabría decir lo que es, pues toda definición implica un límite. Su contenido es muy vasto, es un estado del espíritu revolucionario, y excede toda clase de previsiones y posibilidades.
¿Podrían decirme ustedes qué es el Catolicismo?; o, ¿qué es el Marxismo?
—Que es la elección del alma sobre sus fines superiores.
—Y que es la política para fundar una sociedad universal sobre las bases de la felicidad humana y de idénticas oportunidades económicas y espirituales para todos.
Esas respuestas son parciales, incompletas, pues el Catolicismo y el Marxismo son eso, y todo lo demás: un quehacer histórico del hombre que vierte su existencia sobre fines ultraterrenos o terrestres, según recaiga su elección en la tierra o en el cielo; una lucha de valores por conquistar una preeminencia en el más acá, o en el más allá.
Nosotros no queremos trabajar sobre lo definitivo. El Nadaísmo nace sin sistemas fijos y sin dogmas. Es una libertad abierta a las posibilidades de la cultura colombiana, con un mínimo de presupuestos de lucha que evolucionarán con el tiempo hacia una estimación valorativa del hombre, una forma de belleza nueva, y una aspiración sin idealismos románticos ni metafísicos hacia una sociedad evolucionada en el orden cultural y artístico.
II
Concepto sobre el artista
Se ha considerado al artista como un ser más cerca de los dioses que del hombre. A veces como un símbolo que fluctúa entre la santidad o la locura.
Queremos reivindicar al artista diciendo de él que es un hombre, un simple hombre que nada lo separa de la condición humana común a los demás seres humanos. Y que sólo se distingue de otros por virtud de su oficio y de los elementos específicos con que hace su destino.
Afirmamos nuestra incredulidad en el Genio. El artista no es ningún Genio. Él es un ser privilegiado con ciertas cualidades excepcionales y misteriosas con que lo dotó la naturaleza. En el artista hay satanismo, fuerzas extrañas de la biología, y esfuerzos conscientes de creación mediante intuiciones emocionales o experiencias de la Historia del pensamiento.
Situemos al artista en su sitio devolviéndole su condición humana y terrestre, sin superioridades abstractas sobre los demás hombres. Su destino es una simple elección o vocación, bien irracional, o condicionada por un determinismo bio-psíquico consciente, que recae sobre el mundo si es político; sobre la locura si es poeta, o sobre la trascendencia si es místico.
III
El Nadaísmo y la poesía
Trataré de definir la poesía como toda acción del espíritu completamente gratuita y desinteresada de presupuestos éticos, sociales, políticos o racionales que se formulan los hombres como programas de felicidad y de justicia.
Este ejercicio del espíritu creador originado en las potencias sensibles, lo limito al campo de una subjetividad pura, inútil, al acto solitario del Ser.
El ejercicio poético carece de función social o moralizadora. Es un acto que se agota en sí mismo. Que al producirse pierde su sentido, su trascendencia. La poesía es el acto más inútil del espíritu creador. Jean Paul Sartre la definió como la elección del fracaso.
La poesía es, en esencia, una aspiración de belleza solitaria. El más corruptor vicio onanista del espíritu moderno.
Sin duda, queda una posibilidad de belleza viril en la poesía colombiana, de belleza inútil y pura, y ésta sólo puede ser el producto de la estética Nadaísta.
Y la poesía Nadaísta es la libertad que desordena lo que ha organizado la razón, o sea, la creación inversa del orden universal y de la Naturaleza.
La poesía es por primera vez en Colombia una rebelión contra las leyes y las formas tradicionales, contra los preceptos estéticos y escolásticos que se han venido disputando infructuosamente la verdad y la definición de la belleza.
André Gide soñaba en “Los nuevos alimentos terrestres” con un arte de las palabras que no tratara de probar ni definir nada.
Tal adivinación sobre la esencia de la poesía, materializa la fe creadora del mundo irracional y consciente en la poesía Nadaísta, de la cual se excluye la polémica, la dialéctica, la lógica, la retórica, el ritmo, la rima, la belleza clásica, el sentimiento, la razón, para quedar reducida a la simple intuición de belleza purificada y liberada de la satrapía de las entelequias y de las formas, y depurada en el simple esquema, la honda víscera del irresponsable espíritu creador que produce simultáneamente belleza Consciente-Inconsciente; Irracional-Conceptual; Onírica-Despierta; o sea belleza pura-nata como un pecado original.
Belleza que es protesta y desobediencia a todas las leyes Ético-Políticas-Estéticas-Socia les-Religiosas, y es vértigo ante el peligro de lo prohibido. Porque ser poeta significa aceptar esa pasión culpable y a la vez redentora derivada de la alegría que produce la destrucción del Orden Universal. En cuya destrucción se purifica el espíritu de todas sus resignaciones, conformismos divinos y revelados que traen el mensaje de la perdición y esclavitud del espíritu.
Por la gran causa libre de la poesía no es posible, ni lícito, ni permitido, hipotecarla en empresas idealistas de orden social o político. Eso sería asignarle un legítimo carácter bastardo a su género.
No se puede comprometer la poesía asignándole responsabilidades espirituales o morales en el devenir del hombre y de la Historia. De eso se encargaría la política, que es arte y ciencia al mismo tiempo, implica aspiraciones de justicia y de felicidad, y es síntesis de valores racionales.
Al surgir esta nueva forma de belleza Nadaísta toca a su ocaso la belleza clásica; la belleza medida y calculada; la belleza pulsada e inspirada; el pasatiempo de la belleza; la enseñada por los profesores de retórica; la belleza del éxtasis celeste; la belleza lírica; la belleza elegíaca; la belleza épica y pastoril; el truco abominable de la belleza parnasiana; la que fabrican los poetas masivos y mesiánicos..., pero sobre todo, la belleza que se hace con olor a mujer, esa detestable traición a la belleza que es el romanticismo.
Secularmente la poesía colombiana ha extraído su numen de las pestilencias o los perfumes del sexo femenino, lo que significa una impureza y un impudor contra la castidad del arte.
No más concubinato lírico con las musas. Eso es pagar con monedas envilecidas el alto precio de la belleza.
Como la poesía Nadaísta es una revolución frente a la estética tradicional, eso implica el descubrimiento de una nueva estética que abrirá todos los controles bajo los cuales ha permanecido oculto un misterioso mundo poético: el mundo subconsciente que es como el depósito general de un almacén del espíritu que provee las exigencias de la conciencia reflexiva.
Esos materiales irracionales son como basuras del espíritu moral, los reductos desechados por el puritanismo burgués. Nosotros los Nadaístas vamos a recogerlos y a consagrarlos como materia de arte, como yacimientos de riqueza inexplotada, con los cuales vamos a elaborar una belleza pura, sin sometimientos a la dictadura de la razón y a las prohibiciones de una retórica frígida.
La revolución Surrealista de André Breton intentó esta aventura salvando a la poesía francesa del fastidioso academicismo en que estaba detenida, creando bases para la expresión de una estética libre de sujeciones y preceptos.
Breton definía esa elevada misión reformadora del Surrealismo con la creencia en una “...realidad superior de ciertas formas de asociaciones despreciadas hasta entonces, en el poder del sueño, en el juego desinteresado del pensamiento...”.
Para identificar la poesía Nadaísta será necesario que alternen en el poema la razón frígida de la sensibilidad intuitiva, simultáneamente con la sensibilidad ardiente de la Razón Pura deductiva.
Lo que no sea esto, será bazofia bizantina, vergonzosos lastres de academicismo; artificio estéril de retóricas decadentes; residuos lustrosos de estéticas insepultas pero ya podridas; cadáveres de belleza disecada y conservada por el mal gusto, los sentidos atrofiados, y una propensión del espíritu neutro y eunuco del hombre colombiano para reaccionar positivamente, virilmente, ante los estímulos apremiantes de la nueva belleza Nadaísta.
IV
El Nadaísmo y la prosa
Hemos entendido la misión de la prosa como un instrumento expresivo al servicio de los conceptos. Su función es analítica y dialéctica, sirve de cauce a la síntesis del pensamiento.
De ella se sirven la ciencia, la política, la filosofía, la historia, la literatura de tesis, la economía, el derecho, y en general las ciencias experimentales y del espíritu.
Nuestra pregunta inquietante es:
¿Qué haremos los Nadaístas con la prosa y sus insospechados recursos de expresión?
Imposible contestar, pero también eludir una respuesta.
En lo posible, la utilización Nadaísta de la prosa consistirá en el empleo de los elementos No-Racionales, No-Conceptuales, esos elementos indeterminados, difusos, perdidos en el mundo sensible, no necesariamente poéticos, no necesariamente intelectivos, que no son por no ser percibidos, pero que pueden ser intuidos, que pasan psicológicamente por una invisible pero sentida línea equinoccial del espíritu.
A esos elementos se les asignarán funciones específicas, diferentes a las acostumbradas por el realismo empírico, el racionalismo, y el logicismo académico.
En la prosa Nadaísta hay que buscar contrastes tonos, de colores, de significados de expresión; los mismos efectos que buscan las artes plásticas y la música para producir sensaciones no contenidas en la realidad del mundo visible y de las formas.
La prosa no puede seguir siendo un cuerpo de palabras organizadas en un conjunto racional y comprensible. Hay que darle una desvertebración irracional.
Las exigencias rigurosas del intelectualismo y el naturalismo nos han hecho olvidar de los símbolos en donde radica el arte verdadero.
La realidad ya existe inmodificablemente como creación. Esa realidad divina no nos interesa por su carácter irrevocable y absoluto. La realidad humana, que es la tentación de la libertad frente al mundo de lo posible, constituye la entrañable preocupación del arte verdadero, ese arte enfrentado a la Realidad-Real que es la que descubre el espíritu creador. Porque el arte es, en última instancia, lo No-Divino, lo No-Real, o sea, lo que extrae el espíritu del mundo caótico de los elementos dispersos en la Naturaleza.
No se trata de embarcarnos en una polémica inútil sobre escuelas literarias para confrontar el simbolismo con el realismo naturalista. La disputa sobre sus aciertos y desaciertos no nos interesa, por ser una preceptiva de escuelas. Lo que nos inquieta es buscar una definición aproximada sobre el sentido de un arte nuevo o las posibilidades de crearlo.
No queremos buscarle razones a la realidad, sino sinrazones.
En este sentido, la prosa Nadaísta será la expresión de lo absurdo, de lo inverosímil. Aspiramos a desvirtuar la realidad para hacerla participar de sus locas y absurdas posibilidades, para recrear la realidad mediante la libertad absurda del artista.
No abandonaremos ese mundo que parece aparentemente tan irreal, pero cuya esencia es la realidad. No abandonar ese mundo regido y dominado por un racionalismo soberbio que toda lo quiere explicar, y lo explica ingenuamente con miserables conceptos que limitan ese mundo a las palabras, sin sospechar que en el fondo misterioso de ese mundo aparente, y más allá de las palabras, existen temblorosas posibilidades de Ser. Esa sospecha ontológica denunciada por Mallarmé cuando dijo que:
Entre la espuma y el infinito
hay pájaros ebrios de existencia.
Nuestra misión con la prosa es esa confrontación entre las realidades existentes acuñadas con los sellos de la razón y del sentimiento, y de sus posibilidades absurdas. Por eso creemos en la verdad de lo inverosímil y en la realidad de lo irreal. Explotaremos esos elementos con un criterio nuevo y revolucionario: con el criterio Nadaísta. Que consiste en descrestar lo creado. Oponer la libertad creadora del artista a la de Dios. Y en esa confrontación entre la belleza humana y la Divina, conformar un mundo a-Divino que también pudo ser posible.
V
El Nadaísmo: Principio de Duda y de Verdad Nueva
Partimos de la base de que la sociedad colombiana está urgida de una impostergable transformación en todos sus órdenes espirituales.
Este concepto no es una premisa ni una afirmación apriorística, sino un corolario derivado de la experiencia concreta que vivimos.
En estos tiempos en que las relaciones humanas son simuladas y acomodaticias a intereses jerárquicos y subalternos; en que la vida del hombre colombiano es una mentira que se repite para sí y con relación a los otros; en que la carta del ciudadano es un pacto de conformismos y vergonzosas resignaciones, Descartes sigue vivo en nosotros aportando sobre nuestro tiempo su luz magnífica.
Su gran principio de la Duda constituye la mejor conquista del espíritu moderno contra los despojos de la fe y de las consolaciones propuestas por los antiguos idealismos filosóficos y las religiones.
Formidable su imagen del mundo que no acepta como verdadero sino aquello que previamente se comprueba con la experiencia. Apelamos a este principio de la Duda cartesiana, pues todo conocimiento, toda verdad o toda dirección del hombre sobre sus fines empieza con la duda.
En nuestro caso colombiano, una imagen, una representación verdadera de nuestra situación espiritual, sólo es posible si ponemos en duda y entre paréntesis esa imagen heredada que nos legaron las anteriores generaciones, y que nosotros, nueva generación, no nos hemos preocupado de preguntarnos si es legítima o bastarda, indestructible o vulnerable.
El Nadaísmo, movimiento revolucionario de una juventud que nada tiene que perder intelectual y materialmente, hará a nombre de esta generación esa importante pregunta. Y en lo posible responderá sobre la autenticidad o simulación de las verdades que nos legaron como ciertas, y de las cuales, en esta crisis de la cultura colombiana, empezamos a dudar y a considerar funestas para la evolución científica y liberal de la cultura.
No es posible una fe en el vacío, sin correr el riesgo de que esa fe se convierta en mala fe. Y si es cierto que nosotros no tenemos nada que perder, pues esta sociedad no nos ha ofrecido ninguna posibilidad de realizarnos independientemente sin la previa sujeción a sus prejuicios y a sus dogmas, en cambio sí tenemos mucho que ganar: el derecho a ser libres frente a la mentira que se nos propone, y por lo cual, en el caso de aceptarla, la sociedad nos pagaría una halagadora remuneración en títulos, en posiciones y en dinero.
Dentro del actual orden cultural colombiano, toda verdad reconocida tradicionalmente como verdad, debe ser negada como falsa, al menos en principio. Por ahora el único sentido de la libertad intelectual, consiste en la negación. La aceptación sumisa o la indiferencia pasiva significarían claudicación, resignación o cobardía. Comprometerse en la rebelión y la protesta frente al orden establecido y las jerarquías dominantes, tendrá el sentido de poner el ejercicio intelectual al servicio de la justicia, la libertad y la dignidad del hombre.
Esta empresa del espíritu revolucionario de los jóvenes intelectuales colombianos marginados por el poder excluyente de las clases reaccionarias y burguesas, es ciertamente muy ambiciosa, pero está lejos de tener el carácter de un idealismo romántico.
Las perspectivas iníciales nos presentan un panorama difícil, casi impenetrable en la conciencia colombiana, pues toda revolución nace con fines a la destrucción de los mitos y los dogmas imperantes que impiden la objetivación de ese espíritu revolucionario.
La lucha será desigual, considerando el poder concentrado de que disponen nuestros enemigos: la economía del país, las universidades, la religión, la prensa y demás vehículos de expresión del pensamiento. Y además, la deprimente ignorancia del pueblo colombiano y su reverente credulidad a los mitos que lo sumen en un lastimoso oscurantismo regresivo a épocas medievales.
Ante empresa de tan grandes proporciones, renunciamos a destruir el orden establecido. Somos impotentes. La aspiración fundamental del Nadaísmo es desacreditar ese orden.
Este movimiento acaba de nacer en medio de una generación frustrada, indiferente y solitaria, y en un país de seculares conformismos espirituales. Es imposible exigir, y no lo esperarnos que el Nadaísmo sea aceptado de inmediato. No nos ilusionamos con la solidaridad hipotética de los intelectuales ya consagrados por una larga tarea profesional admitida como “Sublime” por la ingenuidad del país, y por el mal gusto de sus gentes. Rechazamos anticipadamente esa sospechosa solidaridad que de todos modos no vendrá. Ellos saben que si se retractan de sus viejas posiciones en la cultura, la sociedad que los alimenta les retiraría su confianza y su favor, y los condenaría al anonimato y al desprecio. Por lo cual prefieren seguir fabricando su obra abyecta observando los preceptos de la corrección, del estilo, de las ideas y de las emociones de la burguesía, conformando una cultura de Orden y de élites superiores.
Con cada verso, canto, novela, cuento o crítica literaria, esos intelectuales están pagando a plazos la hipoteca del pensamiento que comprometieron para defender los intereses y los principios del Orden tradicional. Separarse una línea de esa conducta de deudores del pasado, implicaría para ellos el peligro de ser juzgados como traidores a la sociedad, la patria, la religión, la verdad y la belleza.
Ante tal soledad: rechazados por las clases dirigentes, combatidos y perseguidos, y ante la indiferencia complaciente y despectiva de nuestros intelectuales consagrados incapaces de una varonil rectificación a nombre de la libertad del espíritu; y mientras merecernos el respaldo de una juventud revolucionaria que ha vivido marginada por falta de oportunidades y próxima a la frustración de sus grandes poderes creadores, el Nadaísmo estará abierto a todos los inconformismos y todas las irreverencias de tipo cultural, estético socia y religioso. Esos inconformismos tendrán una amplia acogida en la revista Nada, órgano del Movimiento Nadaísta.
Sin ser necesariamente Nadaístas, esos inconformismos sirven los fines del Movimiento, pues fluctúan entre el Nada-ismo y otras fuerzas revolucionarias indispensables y activas contra los valores estratificados del Orden y la tradición.
Al pretender desacreditar los dogmas de todo tipo, no podernos recaer nosotros en un nuevo dogmatismo: en el dogma de la revolución Nadaísta. Queda, pues, abierto el camino de las controversias.
El Nadaísmo no es, por lo tanto, un sistema cerrado e incapaz de evolucionar hacia una cultura superior. Por el hecho de nacer, implica que empieza a evolucionar y a cumplir hasta donde sea posible sus fines propuestos. Declinará cuando esos fines den nacimiento a una nueva cultura para después cerrar su ciclo Negativo Positivo.
Cesa el Nadaísmo para ser lo otro, lo que vendrá. Ese nuevo espíritu no aparece estructurado en nuestras previsiones con formas muy visibles, pero será de todos modos contrario al que ataca la revolución Nadaísta.
Habremos fracasado si nuestros principios no están dentro de las posibilidades inmediatas y concretas de estos fines. Por muy difícil que se presente la realización de esta empresa de descrédito, no desistiremos, pues nuestra confianza no radica en ninguna fe que supere nuestras posibilidades vitales y concretas.
Porque vamos a trabajar sobre la materia modelable del hombre colombiano y de la sociedad en que vive, o mejor, de la sociedad en que sufre desespera, y en la que finalmente muere, sin poder decir antes de eso, para qué le servía la vida.
VI
El Nadaísmo: Legítima Revolución Colombiana
El movimiento Nadaísta no es una imitación foránea de Escuelas Literarias o revoluciones estéticas anteriores. No sigue modelos europeos. Él hunde sus raíces en el hombre, en la sociedad y en la cultura colombiana.
Nuestros enemigos van a condenarlo a priori, buscándole parentescos ilegítimos con movimientos revolucionarios similares, por ejemplo en el surrealismo, el futurismo, el nihilismo, el existencialismo etc.
Seguramente una revolución se parece a otra en sus principios, en sus métodos y en sus fines, y se inspira en sus causas semejantes que condicionan el insurgimiento de un espíritu nuevo, sobre los despojos decadentes de viejas formas de Ser y de Cultura.
Van a condenarnos como traidores a la “Realidad Histórica”, a lo “Autóctono”, a una estética tradicional incorruptible, en nombre de los valores morales, para concluir que no hay derecho de escribir y de pensar de una manera Nadaísta, pues eso no corresponde al medio ni a la época.
Por oposición a eso, exhibirán los representantes del Orden una América Virgen, inconquistada culturalmente, pletórica de belleza natural, de mitos ancestrales, de praderas salvajes donde los caciques indios cabalgan sobre el lomo de los leopardos, de ríos de plata bajo el sol naciente, de culturas precolombinas, del original hombre americano, del limo americano.
Y que esta problemática específica del Nuevo Mundo, este realismo histórico y sociológico debe conformar y estructurar nuestra ideología y nuestra estética. Nos exigirán “escribir y pensar a lo americano”, y calificarán el Nadaísmo como una postura, o mejor, como una impostura.
Los excesos de la naturaleza americana, su esplendor, su mágica belleza original, la lírica enajenación del paisaje, sus atributos externos no nos interesan como materia de arte. Nos importa ante todo la problemática del hombre colombiano, su situación espiritual. No el decorado ni los escenarios donde se realiza su drama.
Convenimos en que América es un continente nuevo. Aún-no se han cumplido los cinco siglos de su descubrimiento. Comparativamente con la juventud de América, sobre Europa gravita una cultura milenaria, la que Oswaldo Spengler denomina “Decadencia de Occidente”. Nosotros no hemos llegado aún a la edad de la razón que dan las culturas evolucionadas. Estamos en la edad del éxtasis y de la contemplación frente a la belleza Eterna de la Naturaleza, la belleza divina.
Nuestro nacimiento como cultura es un aborto engendrado por la “Madre España”, madre de todos los idealismos bastardos de Europa: catolicismo, feudalismo, monarquía. Ese legado espiritual nos trajeron las carabelas de los conquistadores: una religión que conforma una mentalidad dogmática, oscurantista, refractaria a las libertades del espíritu, y que encadena al hombre a la ignorancia y a los temores supersticiosos de los idealismos trascendentes. Y un idioma sin cultura universal, pues el “Siglo de Oro” español, máxima empresa del espíritu ibérico, produjo una literatura al servicio de la religión y de la nobleza.
Por otra parte, el feudalismo y los subproductos modernos de la nobleza siguen vigentes entre nosotros, en forma de sistemas económicos de explotación y abismales diferencias de clase, con la sola diferencia de que en la nueva democracia se han cambiado los sistemas de opresión: el látigo por el salario, el Conde por el conductor, el Siervo se llama hoy obrero; el arzobispo se sigue llamando Arzobispo, y el Terrateniente conserva su nombre y sus latifundios.
Todo eso que reconocemos como la herencia de la Hispanidad pesa como un lastre sobre nuestra sociedad, impidiendo una evolución de la cultura en relación directa con la evolución científica del mundo moderno.
Seguimos anclados espiritualmente en la Edad Media. Y el hombre colombiano vive, por culpa de la educación, acomodándose a sistemas retrospectivos, ahogándose en el mito de la Hispanidad, en los sistemas educacionales de tipo medieval, confesional, con limitadas y esporádicas variaciones liberales y racionalistas...
Al renegar de la herencia hispánica, rectificamos el viejo criterio americanista de que un pueblo es joven en virtud de sus paisajes. Lo es en razón de sus ideas y de su evolución espiritual. La decrepitud no es un concepto de la vejez del mundo físico, sino la caducidad del espíritu resignado, incapaz de evolucionar hacia nuevas formas de vida y de cultura.
América es vieja desde su nacimiento. Por culpa de sus descubridores y su herencia, su nacimiento significó para la Historia una especie de muerte. O más exactamente, un aborto imperfecto para la vida. En tal forma que ella no ha nacido culturalmente por su cuenta, nutriéndose como se nutre de una vejez cansada y esterilizante transmitida por el cordón umbilical de su idioma y de sus creencias.
Ante el dilema de ser o de no ser, de elegir una cultura por separado con sentido universal, ¿qué significa para la cultura de América tallar sapos, revivir mitos, incrementar las supersticiones, retener el tiempo olvidado, la prehistoria, si aún no cuenta ni determina nada su cultura en el devenir de las ideas contemporáneas?
Detenerse en el pasado con un asombro contemplativo, evidencia el complejo de América ante un mundo evolucionado que decide su destino y su supervivencia histórica y biológica, mediante las actuales revoluciones sociales y conquistas científicas del espacio que se disputan el predominio político de la Tierra.
América no puede anclarse en lo regional, en lo folclórico, en la tradición mítica. Eso sería un aspecto de su desarrollo intelectual y artístico pero no puede decidir su destino y su Historia sobre estas formas inferiores de su desarrollo. América debe superar el complejo de su infantilismo espiritual. De otra manera nos quedaríamos en la Edad de la Rana y la Laguna, en tanto que la técnica científica ha fijado estrellas en el espacio cósmico.
Ningún pueblo, ni ningún continente viejo o nuevo puede elegir su destino por separado. La más leve onda del mar de la Historia contemporánea agita con su movimiento el porvenir de los pueblos, y decide su suerte o su desgracia.
Una cultura solitaria, desvinculada de los intereses universales, es imposible concebir. Nadie puede evadirse ni eludir el papel que representa en el mundo moderno. Todo se relaciona de una manera profunda en esta época en que el simple hombre encarna una misión en la Historia: su acción o su indiferencia implican una conducta de inmensas responsabilidades éticas, y al aceptarla o negarla, se salva o se condena.
Ya no podemos aceptar como sentido moral de la existencia, aquel pensamiento agonista de Kierkegaard: “Sea como sea el mundo, yo me quedo con una naturalidad original que no pienso cambiar en aras del bienestar del mundo”.
VII
Impostura de la educación colombiana
Podemos responsabilizar de nuestro atraso cultural y de la mediocridad espiritual que vive el país a los sistemas educacionales que rigen en Colombia: educación dogmática regida por principios confesionales y escolásticos.
Tanto la Iglesia Católica como el Estado Ortodoxo han prohibido el libre examen y la libre investigación, decretando una rígida censura inquisitorial a las ideas modernas. En ello evidencian el complejo ante una educación liberal racionalista, abierta a todas las investigaciones. Pero esto traería, naturalmente, funestas consecuencias para la estabilidad del orden social.
La educación colombiana sufre cíclicamente los recortes de ciertas teorías políticas, económicas, sociales y artísticas que se debaten en la cultura moderna. Determinados autores y determinadas doctrinas no se estudian ni se analizan a mero título de discusión, así sea para demostrar la falsedad de esas ideas. Basta no enseñarlas para que los estudiantes las ignoren. Esta es la mala fe de nuestro sistema educativo que engaña al estudiante y lo defrauda en su ánimo investigativo: se le cierra el camino.
A cambio de esa educación oficial dirigida por la Iglesia y el partido de gobierno, se ofrece una enseñanza elaborada, limitada, con intereses específicos sobre la cultura.
De otro lado, el criterio dogmático inquisitorial que rige en las bibliotecas públicas y universitarias, es un reflejo de la educación medieval que recibimos. Es inconcebible que existan bibliotecas con secciones denominadas “El Infierno”, donde se aíslan los libros más fundamentales para la investigación cultural y científica. Esos libros son negados y prohibidos a estudiantes, por temor a que sus ideas “les pierdan el alma”.
También en las bibliotecas públicas deben seleccionarse los libros de lectura con un criterio ortodoxo y confesional, con la censura previa de la Curia que dice en última instancia cuáles son los libros de “sana moral” que no tengan “ideas corruptoras que envenenen a la juventud”.
O sea, que se está educando a la juventud colombiana con los mismos sistemas oscurantistas e inquisitoriales de la Edad Media. Esta educación está privada de las posibilidades de conocer la verdad. Es un fracaso. Una disciplina de simulación. De intereses prefabricados para conformar al hombre colombiano de acuerdo con los conceptos imperantes.
Trágicas consecuencias individuales y sociales trae consigo la educación elaborada de antemano, seleccionada. Cuando el individuo reacciona ante la presión educativa y se aventura en la libre investigación para conocer como verdadero aquello que comprueba con su experiencia directa, entonces surgen las contradicciones, la confusión, la desesperación del espíritu que no encuentra su camino, ni su objetivo, ni sus fines éticos.
Todos los idealismos se derrumban, y con ellos, esas esperanzas ingenuas que se pusieron sobre el mundo, sobre la vida, sobre la cultura y sobre la trascendencia. El hombre colombiano, en la mitad de su torpe y oscuro camino, se extravía en el más desolador escepticismo, por culpa de los sistemas educacionales esclavizantes y tiránicos.
A partir de ese desconcierto surge la claudicación o el abandono, dos maneras, de cometer el suicidio moral o intelectual. Claudicación por negarse a aceptar una cultura elaborada con sofismas de distracción; y abandono de toda esperanza, de la lucha, del dinamismo que se apaga y se repliega en una angustia solitaria e infecunda.
No tiene más alternativa que claudicar de los estudios en una decisión sublevada contra la cultura de simulación que se le ofrece, o adaptarse a los estrechos moldes del conformismo espiritual de esa cultura.
Lo que demuestra que cualquiera sea su elección, el estudiante colombiano elige siempre un fracaso.
VIII
El Nadaísmo es una posición, no una metafísica
Hemos renunciado a la esperanza de trascender bajo las promesas de cualquier religión o idealismo filosófico. Nos basta la experiencia concreta, inmediata en lo infinitamente ilimitada en posibilidades y valores que ella encierra.
Para nosotros los Nadaístas, éste es el mundo y éste es el hombre. Otras hermenéuticas sobre estas verdades evidentes, carecen de sentido “humano”: Las abstracciones y las entelequias sobre el Ser del hombre, caen en el dominio de la especulación pura y del simbolismo metafísico, producto natural del anhelo del hombre por trascender su entidad concreta, y fijarla en una forma ideal, más allá de todo límite espacial y temporal. Este anhelo corresponde a su naturaleza idealista y poética que quiere cristalizar la esencia del Ser en lo absoluto, en lo Eterno. Proponer esa ilusión para después de la muerte es la misión de las religiones.
Nosotros creemos que el destino del hombre es terrestre y temporal, se realiza en planos concretos, y solo un dinamismo creador sobre la materia del mundo da la medida de su misión espiritual, fijando su pensamiento en la Historia de la cultura humana.
El hombre es lo Absoluto en la medida casual no necesaria entre el accidente de su principio y de su fin. Este criterio excluye toda posibilidad de trascendencia. El hombre elige sobre sus posibilidades inmediatas esta tierra: la inmanencia.
El Movimiento Nadaísta es una posición temporal ante el devenir del orden espiritual imperante en Colombia. Por lo tanto no es una filosofía ni una metafísica. La especulación pura nos conduciría a la formación de una imagen del mundo, que en lugar de unir el destino individual al destino histórico del hombre, establece frente a él una lejanía, una separación fundamental...
La metafísica es una investigación sobre la muerte y sobre las posibilidades trascendentes de la existencia. O mejor dicho, es una evasión del Ser hacia el mismo Ser que se conoce. Es por eso la creación de un mundo para sí, completamente ajeno al devenir histórico que es terreno privativo de la política, que significa compartir el Mundo con los Otros.
Por consiguiente, la única “utilidad” de la metafísica es el pensar sobre la muerte, porque el pensar sobre la vida es, precisamente, la política.
Por su carácter esencial sobre ideas irreductibles a la vida, la especulación pura no nos interesa como aspiración de trascendencia. Pues nunca esa imagen del mundo que resulta del ejercicio metafísico conduce a soluciones sociales y terrestres de justicia, perfección o felicidad humana. Por el contrario, su consecuencia es la desesperación y el desorden, y en ello se evidencia un fracaso que nos descubre dos cosas:
Nuestra impotencia para conocer lo Absoluto —vocación satánica del espíritu prometeico— y nuestro desamparo ante la muerte. De cuya encrucijada dramática surge esta verdad: la existencia como un fracaso del hombre ante Dios.
En este plano de soledad, el hombre adquiere su trágica medida, fruto desesperado del conocimiento. Pero esta desesperación es gratuita, a priori, por esta razón: la muerte es una cuestión pura, una abstracción, pues no es real como experiencia de los vivos, debido a su carácter de elemento ideal de conocimiento.
Por eso creemos que el camino hacia la trascendencia empieza con una atracción a la vida, o de todos modos con una renuncia. El ser concreto se desplaza con su inquietud metafísica hacia el No Ser. El sentimentalismo del hombre inseguro de sí mismo, lo hace refugiar en la consolación de los mitos que crean para su temor el idealismo o la religión, con soluciones hipotéticas para responder al interrogante misterioso que abre la muerte.
Transmutan lo inmediato, la inmanencia, a cambio de la posibilidad que fundamenta el anhelo humano de trascender, por el miedo de que todo termine aquí, en el Más Acá. Para algunos, es la religión lo que señala este refugio. Para otros, es una filosofía de la desesperación que propone un idealismo romántico consistente en una transmutación de valores del espíritu y la cultura para que trasciendan en alguna forma o fuerza indestructible después de la muerte: una especie de reencarnación sin cuerpo, inmaterial pero entitativa, pues no aceptan que la existencia vivida como una función superior del espíritu, se derrumbe miserablemente con el accidente de la muerte, a manera de un recipiente viejo y gastado que se consumió en la acumulación de esas fuerzas.
Estas son actitudes religiosas y espiritualistas.
El Nadaísmo desplaza sus preocupaciones metafísicas y antropológicas hacia una concepción del hombre social enmarcado dentro de la inmanencia. Su ética será por eso una ética para la tierra para la Historia, para la existencia en sí.
IX
Prohibido suicidarse
A pesar de todo, no vamos a matarnos. El Nadaísmo es un vitalismo que limita para este tiempo y para este mundo todas nuestras posibilidades de fijación histórica. Sólo se vive una vez, y sólo una vez se muere. La existencia es un gran acontecimiento. No vamos a negarla. Esta no es una filosofía de la desesperación ni de la muerte, sino una conducta de la vida.
Franz Kafka aconsejaba para una ética de la existencia: “No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no desesperas. Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives”.
La idea del suicidio es algo que no ajusta dentro de nuestros sentimientos morales —no religiosos—, sino más bien de esa moral que inspira la naturaleza a la que somos fieles por convicción filosófica, por devoción a ese mínimo de posibilidades y complacencias a que tiene derecho todo hombre por el hecho de serlo.
Todos los días renovamos esta fe sobre los despojos de las viejas creencias que nos hacían estimar la vida por otros conceptos: el del temor al infierno, la obediencia a las leyes divinas, el sentimiento de culpabilidad congénito al hombre por el pecado original.
Pero al consultar uno sus recursos para defenderse de tanto veneno sofístico que enajena la conciencia, está la hermosa ley de la naturaleza en la que nos hemos confiado. Pienso, pues, que la ventana de mi cuarto está demasiado alta, y eso despeja los temores y las dudas en lo que se refiere a mi voluntad de vivir. Porque el miedo de mi libertad es, en última instancia, miedo al vacío.
El Nadaísmo rechaza dentro de su sistema de valores el suicidio, por considerarlo como un atentado contra la integridad del Ser, el acto negativo de la existencia.
Ninguna desesperación por muy extrema que sea, ningún temor de terminar aquí, ningún vencimiento moral o material lo justifica. El hecho de vivir es superior infinitamente a cualquier fracaso, pues en ese fracaso sólo termina una posibilidad, en tanto que la vida es la aceptación permanente de posibilidades infinitas.
X
Hacia una nueva ética
Aspiramos, como posibilidad, a que el Escritor Nadaísta sea un Escritor-Delincuente. O mejor, que la estética y la ética jueguen en el mundo de su elección como valores correlativos y complementarios. En tal forma que al elegir la belleza pueda elegir también el crimen, sin que en estos dos actos haya contradicción ni posibilidad de que el artista pueda ser juzgado o condenado con las leyes prohibitivas de una moral externa y Universal.
Su pasión por la belleza puede conducirlo a su pasión por el delito, sin coacciones ni vestigios de remordimientos. No se trata de postular un sistema de valores para criminales vulgares, ni para los viejos protegidos de la retórica y de la belleza clásica. Esta es una ética para los Nadaístas quienes se elevarán siempre sobre los remordimientos y sobre los pecados ordinarios que estamos obligados a despreciar. Para nosotros no existen los muros coercitivos del código penal que oponen a la libertad del artista un mundo de respetos y prohibiciones burguesas.
Reclamamos para nosotros el privilegio de los delitos extraordinarios, aquellos que no están contemplados en el formulismo legal. Algún día seremos juzgados, si es que vamos a pecar, por los códigos de la nueva ética Nadaísta.
VI
La soledad y la libertad
Sera necesario hablar sobre la soledad del artista y sobre sus orígenes.
Nos quejamos, frecuentemente, de que los artistas somos unos tipos tristes y solitarios. En esta queja el artista formula una debilidad de su naturaleza sensitiva, y apela a la compasión del mundo. Pues se siente incomprendido, sacrificado, quemado en el fuego de su pasión creadora, reducido a crear la belleza entre muros inexpugnables de soledad.
He allí el origen de su mal. Su elección culpable. Él mismo elige la soledad en medio de los hombres. Se siente un símbolo que supera la condici6n humana; se determina voluntaria-mente como una abstracción; asume distancias y perspectivas sobre el mundo concreto que identifica con la vulgaridad, la miseria, el cretinismo, lo popular, y se eleva sobre las estulticias de ese mundo “infrahumano”, en un impulso purificador hacia lo alto en el que deja de sentir la gravitación de la tierra, para fabricar su mensaje incorruptible en el cielo de las esencias puras y liberadas.
Al lograr esta liberación mediante un espejismo de valores, el artista se constituye en el arquetipo de la perfección, en un mortal entre los dioses, o si se prefiere, en un dios entre los mortales. Diviniza su naturaleza humana deseoso de hacerla participar en la santidad y el heroísmo, tipos abstractos de perfección y de grandeza.
Esta elección de sí mismo, en que el artista se prefiere y se elige contra el mundo y por encima del mundo, lo conduce inexorablemente a un destino de soledad perpetua.
La sociedad burguesa y capitalista ha sido prodiga en la cosecha de esos monstruos platónicos y solitarios.
Esta soledad equivale en el piano de las relaciones humanas a la inmanencia. El artista solo tiene una forma de salvarse, de eludir esa soledad, trascendiendo mediante la libertad, fijando en el mundo inmediato sus raíces existenciales y sus compromisos.
Porque nadie puede sentirse solo si tiene ante sí la presencia de otro hombre que pisa la misma tierra, con un destino más o menos común ante la vida y ante la muerte. La soledad es, de tal manera, un espejismo, un imposible metafísico. Apenas podemos concebir una soledad del hombre ante Dios, pero esta búsqueda de Dios tiende un puente que parte del anhelo humano de cristalizar una trascendencia en lo Divino, y que debe terminar en la orilla extrema, en la que sorpresivamente el hombre se encuentra con su propia imagen. En el fracaso ante Dios, el hombre se encuentra a sí mismo en el descubrimiento de esa trágica y exaltadora verdad de su condición humana de ser un hombre, un simple hombre entre los mortales. A partir de entonces, la tierra que desprecio es exaltada como su paraíso, y los puentes se tienden, no ya sobre la aventura del vacío, como obras de ingeniería metafísica, sino sobre los planos concretos de una moral que parte del hombre y que termina en el hombre.
En esta forma quedan destruidos los falsos cimientos de la soledad, y la misma muerte aparece como un acto compartido, cuando la vida que la precede ha sido una proyección de valores espirituales en la Historia.
La condición espiritual del artista afronta los peligros de esa doble tentación solitaria que hunde sus raíces en la búsqueda de valores trascendentes, y en la propia creación de la belleza. La aspiración de una falsa belleza inhumana lo traiciona. Elude al hombre y sus compromisos con él, por el temor de enturbiar en su contacto el producto incorruptible de la belleza “ideal”. En su acto onanista, le niega al hombre las posibilidades voluptuosas de participar en su creación. En esta negación, su soledad brota como un fruto. Y sin embargo, es a los mismos hombres a quienes apela para confesar su soledad, y reclamar de ellos una piedad para su genio. En este drama es el único actor, y hace a la vez el papel dramático de la víctima y el irrisorio del verdugo.
Al separarse el artista del hombre, este se aleja de aquel. Pero el hombre no es aquí un sacrificado, sino apenas un espectador conmovido por la tragedia del artista. Él está allí, callado, abierto como una posibilidad salvadora, esperando el llamado del artista, que solo tiene para salvarse esa posibilidad trascendente. Al llegar al hombre por el camino de su libertad comprometida en su destino, su soledad se rompería, como quebrada por un golpe.
El artista podría perderse si se negara esa posibilidad, Si no da ese paso hacia su propia liberación. Pues la soledad como sistema de vida y base de valoración de los actos humanos, crea un drama peligroso para el artista: el drama de la Conciencia-Límite. Porque en esta Conciencia-Límite no hay nada ni nadie, no están los Otros para uno saber que se ha elegido libremente frente a ellos. No pasaría de ser un acto gratuito en el vacío, el espejismo engañoso de una libertad aparente. Y en este fracaso de la libertad, el artista se hunde en sí mismo, y con él, el mundo movedizo que lo sostiene.
La autentica libertad intelectual se da, pues, como superación de una resistencia humana que se le opone como su posibilidad de negarla o afirmarla. De ninguna manera puede darse con referencia a la nada o a lo absoluto que determinan su negación.
La libertad es, en síntesis, un acto que se compromete. No es un sentimiento, ni una idea, ni una pasión. Es un acto vertido en el mundo de la Historia. Es, en esencia, la negación de la soledad.
El artista solitario no debe pedir piedad al mundo que traiciona. En lugar de esa cobardía, debe elegirse un hombre y un artista comprometido, si quiere dar el salto sobre la soledad que lo destruye. Ese salto sólo puede darse para caer de pie en el mundo del hombre, en el propio corazón de su esencia. No puede darse sobre el hombre por el peligro de eludir ciertas leyes de gravedad del espíritu, que podrían lanzarnos con una fuerza inhumana y misteriosa a la seducción de lo angélico.
XII
El Nadaísmo y los Cocacolos
Estoy de acuerdo con los “Cocacolos” en esta verdad que yo descubro en su adorable conducta instintiva. No hay que aceptar al mundo como es, sino como uno quiere que sea.
¿Qué generación es esa tan importante para que este destinada a ser la generación del Nadaísmo?
Trataré de dar una definición aproximada de la personalidad que conforma y distingue a un Cocacolo:
Es un tipo adónico que no ha llegado a la edad de la razón, en el sentido en que no ha aceptado la vida como un acontecimiento serio, con deberes, responsabilidades y compromisos.
Siente hondamente la pasión de vivir. Es una existencia vacía de ideales, más cerca de las emociones que de la reflexión.
Cambió, en un excelente negocio, la metafísica y el cielo por el deporte y el baile; las iglesias por los estadios olímpicos; la biblioteca por la cancha de tenis; las aulas académicas por el cinematógrafo. Se cuida más de su apariencia ex-tema que de la vida interior.
No le importa el camino ascético que conduce a la perfección del Alma. En lugar del arduo sendero de la virtud eligió la satisfacción de los instintos naturales.
Para él no significa nada la frase tonta de Sócrates: “Conócete a ti mismo”.
La muerte no es para él una puerta que abre posibilidades trascendentes, sino un lúgubre renunciamiento al baile, los besos, la embriaguez, las luminosas chaquetas Mc Gregor, la última moda, el viaje a la Luna, el triunfo de los bolcheviques.
Perfumado, seductor, sufre el éxtasis del bolero, y siente la fascinación voluptuosa del rock and roll.
Capaz de todos los excesos brutales y de renunciamientos generosos.
Ingenuamente identifica el bien y el mal, el vértigo de la muerte heroica y de la muerte estúpida.
Es indistintamente alegre al soñar que al despertarse. Carece de ideales concretos. No tiene rumbos, ni objetivos, ni dirección. Vive extraviado en el presente. No trasciende bajo normas espirituales.
Para él, la vida es lo inmediato: un pasar, un dejar, un estar. No tiene destino ni proyección. No va hacia ninguna parte, no viene de ninguna otra. Se detiene en el éxtasis sensual y la vida ociosa.
No tiene respuesta para ninguna pregunta. Pero no se pregunta nada. No se conturba con la idea del Pecado Original ni con las hipótesis científicas de Darwin o los Creacionistas sobre el origen del hombre.
No le importan las causas primeras ni los fines ulteriores de la existencia.
Le interesan más las sensaciones que los significados. Se desmaya en los instantes de la ternura. No resiste la crudeza de la vida erótica.
Depende en tal forma de sus padres en lo económico y en lo espiritual, que ha terminado por enamorarse de ellos, contrayendo el complejo de Edipo (los jóvenes), y de Electra (las jóvenes).
Pero se ha edificado contra el puritanismo familiar su propia moral hedonista.
Su ideal intelectual es ser librepensador, pero no tiene pensamientos libres, ni de los otros.
Le gusta ser comunista y existencialista para desobedecer a sus padres, y para que sus amigos piensen que es un inconformista y un revolucionario.
En la posibilidad de elegir su fórmula de amor, eligiría el amor libre.
Es sano y sensual, romántico de una manera apasionada. Es libertino en las fondas sociales y mundanas, pero casto en el fondo de su corazón.
No tiene dudas. Desconoce los abismos del sufrimiento y de la miseria. No se decepciona porque nada espera.
Hace revoluciones heroicas y a la hora de la victoria renuncia a sus conquistas y pacta con el conformismo y la mediocridad de sus enemigos.
El Cocacolo es eso. Pertenece a una generación innominada que irrumpe como una claridad al fin de la larga noche de la burguesía colonial.
Nace mientras agoniza una sociedad decadente que se derrumba estrepitosamente con sus ídolos, sus adoraciones, sus mitos estéticos y políticos y la ingenua fe de sus mayores.
Ante esa catástrofe social, ante esa desintegración de la estructura del viejo orden burgués, esta generación sigue sin decidirse, temerosa de entrar en la Historia, de ser una generación histórica.
Esta generación de jóvenes eunucos mentales sólo tiene un camino para asumir su propia conciencia histórica: ¡Ser la Generación Nadaísta!
Por hoy nadie cree en ellos, pero lo que es injustificado: ellos mismos no creen en sí. Sus viejos tutores y Maestros los vienen engañando con su despotismo intelectual y sus intransigencias morales. Sus conductores espirituales les han ocultado su poder, su inteligencia natural, su gran corazón inmaculado.
Relegados al olvido y a la impotencia, victimas del desprecio, subestimados en sus grandes posibilidades, ellos se han refugiado en un estéril conformismo, inconmovibles a las ideas, a la belleza y a los valores éticos.
Porque ellos saben, como por un iluminado presentimiento de intuición salvadora, que su camino esta mas allá de esa moral, de esos idealismos y de la falsa belleza que les proponen los que llegan melancólicamente al crepúsculo de la vida, sin más herencia para legar que su propio fracaso.
Hostiles a la aceptación de esa herencia que nos disimulan con un orden de valores aparentemente estables, la generación de los Cocacolos ha renunciado al bien, a la virtud, al orden y a la belleza, porque sabe que esos valores representan unos idealismos bastardos y anacrónicos que exigen la renuncia a la libertad, al mundo y a la pasión de vivir.
Podría decirse que esta generación está hipotecada al silencio, esperando su primera oportunidad para romper las ataduras de la tradición, y lanzarse explosivamente a la gran aventura de su libertad.
Sus últimos 15 años fueron años de ausencias y conformismos. Pero no es enteramente su culpa. La sociedad les teme y los controla con sus catecismos, sus leyes coercitivas, su moral puritana.
La educación, la familia, la religión, la política vienen cumpliendo esa función inquisitorial y sedante sobre el espíritu casi inerme de la juventud, logrando tan desastrosamente sus fines de opresión, que esa juventud se ha postrado en forma ingenuamente ante falsos ídolos y fetichismos, aclimatada en la inacción y la indiferencia, corno discípulos leales de la filosofía del respeto.
La generación de los Cocacolos ha nacido y crecido en tiempos difíciles en que no han sido posibles ninguna fe verdadera, ninguna revolución salvadora, porque la sociedad no ha permitido ninguna fe ni revolución en su nombre, sino contra ella.
Tal es el origen insurgente del Nadaísmo. Porque la juventud ha sido testigo del oprobio de tiranas políticas, familiares y educativas, limitada por una moral uniforme que sacrifica sus jerarquías intelectuales y revolucionarias.
Un día se sacudió —el 10 de mayo—, incapaz de resistir más abominaciones, y demostró su pasión por ciertos ideales para tener conciencia de su dignidad de seres libres y de su gran poder de decisión histórica.
Ese día aportó su sangre y el sentido heroico del sacrificio para derrumbar una tiranía castrense que al fin de cuentas fue una vergüenza que defraudo la fe de los colombianos y cubrió de ignominia la libertad y la cultura.
Esa sacudida de los Cocacolos hizo temblar de la raíz a la altura el engranaje blindado del gobierno militar que postergaba para nunca la necesidad de una revolución económica y espiritual que nunca llegó, y que sigue siendo impostergable.
Ese día se hizo respetable y admirable para el país. Pero constituyo, después de todo, un salto en el vacío, en el que nada ganó históricamente como generación.
Por lo menos le quedó el prestigio de su valor, el eminente peligro que implica para el orden actual. Los Cocacolos forman por eso una generación que yo llamo desde ahora: La Generación de la Amenaza. Vamos a asumir ese título y a responder por él. En el desplazamiento cíclico y evolutivo de la Historia, ella no representa sino una generación biológica.
El Nadaísmo le formula su camino.
¿Podrá ser una generación histórica?
Eso depende de su elección. Y su única posibilidad de salvarse es eligiendo el Nadaísmo como destino espiritual y misión revolucionaria, al aceptar la rebelión permanente y la pasión destructora como sistema de acción, de ideas y de vida.
Su alternativa es esta:
Aceptar el Nadaísmo para salvarse, o rechazarlo para suicidarse históricamente. Los Cocacolos deben elegir.
Pero que cada cual asuma la responsabilidad y los riesgos de su elección por su propia cuenta, sin el consejo de sus padres, de sus confesores y de sus Maestros. Ellos enajenarían de sofismas su libertad y su conciencia.
XIII
No dejaremos una fe intacta, ni un ídolo en su sitio
La sociedad colombiana necesita esta revolución Nadaísta. Destruir un orden es por lo menos tan difícil como crearlo. Aspiramos a desacreditar el ya existente por la imposibilidad de hacer las dos cosas, o sea, la destrucción del orden establecido y la creación de uno nuevo.
No disponemos de recursos económicos ni elementos humanos para realizar semejante empresa transformadora. Al intentar este Movimiento Revolucionario, cumplimos esa misión de la vida que se renueva cíclicamente, y que es, en síntesis, luchar por liberar al espíritu de la resignación y defender de lo inestable la permanencia de ciertas adoraciones.
En esta sociedad en que “la mentira está convertida en orden”, no hay nadie sobre quien triunfar, sino sobre uno mismo. Y luchar contra los otros significa enseñarles a triunfar sobre ellos mismos.
Al proponer a la juventud colombiana este Movimiento para que se comprometa en una lucha revolucionaria contra el actual orden espiritual y cultural del país, yo sacrifico, tanto como ella, lo que esa sociedad podría ofrecernos a cambio de nuestro silencio.
En la alternativa de claudicar para merecer los honores y las recompensas de la sociedad cuya mentira vamos a combatir o de renunciar a eso para quedarnos en el martirio, elegimos el martirio como una vocación, como el acto más puro y desinteresado de nuestra libertad intelectual.
Aceptada esta decisión, la misión es esta:
No dejar una fe intacta, ni un ídolo en su sitio. Todo lo que está consagrado como adorable por el orden imperante en Colombia será examinado y revisado. Se conservará solamente lo que esté orientado hacia la revolución y que fundamente, por su consistencia indestructible, los cimientos de la sociedad nueva.
Lo demás será removido y destruido.
¿Hasta dónde llegaremos? El fin no importa, desde el punto de vista de la lucha. Porque no llegar es también el cumplimiento de un Destino.
Gonzalo Arango
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