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martes, agosto 23, 2016

Poesía


Poesía
para acunar tus sueños de niño
dulcemente dormido en brazos morenos
Poesía
para tu primera barba
tu primer sobresalto
tu primer beso
Poesía
para el ardiente verano de tu madurez
Poesía
para cruzar con calma el otoño de tu vida
Poesía
para las primeras canas
para los primeros trastornos renales
para la primera disnea
Poesía
para las horas que preceden al minuto
en que la muerte
baja a abrevar en tu sangre






Luis Rogelio Nogueras


sábado, junio 13, 2015

Eternoretornográfo


Para Ángel Augier


El joven poeta murmuró cerrando el libro de Apollinaire:
 «Éste si es un poeta… »

 Y Apollinaire, el soldado polaco Wilhelm Apollinaris de Kostrowitzky,
enterrado hasta la cintura en el fango de la trinchera cerca de Lyon,
mirando la noche estrellada del 4 de agosto de 1914,
la tierra reseca, florecida de estacas y alambre de púas,
sembrada de minas esa noche de 1914,
mirando las bengalas azules, rojas, verdes en el cielo envenenado por los gases,
apretó el húmedo librito de Rimbaud mientras sobre su cabeza pasaban silbando los obuses.

Y Rimbaud, haciendo sus maletas en Charlesville, echó junto a su ropa los versos de Villón,

Y Villón, el doce veces condenado, el apócrifo, el inédito, pensó ante el patíbulo en las tres cosas que más había amado: su mujer Christin, su leyenda, la de él, la de Villón,

y el borroso recuerdo de unos versos que hablaban de la noche del 711 en que Taric se apoderó de Gibraltar.

y el sombrío poeta árabe que escribió aquellos versos la calurosa noche del 711 apoyándose en la cimitarra

imitaba los versos que su abuelo le leía en la lejana Argel;

y el abuelo de Argel había leído a Imru-Ui-Qais, al que Mahoma consideraba el primer gran poeta árabe; lo había leído una interminable jornada en el desierto de Sahara (más húmedo ahora que entonces)

en la lenta marcha de los camelos y las teas encendidas.

Y es probable que Imru-Ui-Qais escribiera en la lengua de Alá imitaciones de Horacio,

y Horacio admiraba a Virgilio,

y Virgilio aprendió en Homero,

y Homero, el ciego, repetía en hexámetros los extraños poemas que se susurraban al oído los amantes en las estrechas calles de Babilonia y Susa,

y en Babilonia y Susa
los poetas imitaban los versos de los hititas de Bog Haz Keui y de la capital egipcia de Tell El Amarna,

y los poetas del 4000 a.n.e.

imitaban a los poetas del 5000 a.n.e.

Hasta que el hombre de Pekín, en la húmeda caverna de Chou-Tien

viendo arder lentamente sobre las brasas el anca de un venado,

gruñó los versos que le dictaba desde el futuro un joven poeta que murmuraba cerrando un libro de Apollinaire.



Habana, 6, III, 69

Luis Rogelio Nogueras


Obituario


Éramos una máscara, con los calzones de
Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón
de Norteamérica y la montera de España.
Martí



Lo enterraron en el corazón de un bosque de pinos
y sin embargo
el ataúd de pino fue importado de Ohio;
lo enterraron al borde de una mina de hierro y sin embargo
los clavos de su ataúd y el hierro de la pala fueron importados de Pittsburg;
lo enterraron junto al mejor pasto de ovejas del mundo y sin embargo
las lanas de los festones del atúd eran de California.
Lo enterraron con un traje de New York,
un par de zapatos de Boston,
una camisa de Cincinatti
y unos calcetines de Chicago.
Guatemala no facilitó nada al funeral, excepto el cadáver.


Luis Rogelio Nogueras




lunes, mayo 04, 2015

Un Tesoro


Para Felicia Cortiñas


Entre las flores del patio
que crecen en macetas rajadas o en latas
de conserva que han perdido el color
mi hija está jugando a encontrar
un fabuloso cofre de monedas de oro,
enterrado quién sabe por qué pirata de su imaginación.
Atareada, no me siente llegar
a las puertas de su mínimo universo.
La llamo
y sorprendida me mira, y sonríe.

Ayer, 12 de septiembre, fue su cumpleaños.
Ayer, mientras los patriotas chilenos
eran asesinados en las calles de Santiago.


Quién pudiera lejos de la furia del mal, lejos
de la venganza y el odio y la sangre y el lodo
de este momento
bajar año por año al fondo de su edad
y ayudarla a buscar
el tesoro.


















Luis Rogelio Nogueras