sábado, agosto 29, 2015

¿Hablé un día?...

¿Hablé un día?

¿Pronuncié palabras hiladas de tal modo que aquellos que viajaban conmigo volvieran los ojos, aguzaran sus oídos?

Que, al menos, se dijeran entre sí: "¿Entiendes lo que dice? ¿De qué sueño, de qué universo nos habla con palabras que también son nuestras?"

Nada. Nadie. Ninguno volvió sus ojos.

¡Y yo volví los míos sobre mi corazón de bruto, hacia mi sangre animal viva y cálida en su torrente vivo!

Bruto entre los brutos, pero con un ojo alerta, tampoco era nuevo mi corazón, ni más elocuente que la hoja muerta reposada de humedad entre el mantillo, donando su pequeña porción de luz, su delgada nervadura que volvía al torrente lento de la savia.

Una voz había allí, lo supe, bajo su magnífica humildad abandonada al flujo de lo vivo.

Y yo leí sobre la hoja y su tenue cedazo de nervios la alta metáfora de lo viviente.

Nunca tuve voz, también lo supe. Sólo palabras. Y oídos, maravillosos oídos para el eco.

Y la hoja muerta me conduce a la certeza de una soledad irremediable, pues yo no tengo voz para decirte todo aquello que en mí se mueve como una savia muda. 






Gabriel Jaime Franco




martes, agosto 25, 2015

La Paz


a Angela






¿Me preguntas por la paz?
Es como el silencio
no basta cerrar la boca.
¿Me preguntas por la paz?
Te diré que es
masturbarse en el campo.
Regar con semen
el verde pubis de la hierba.
La paz
es el grito que anuncia
la conciliación
de un hombre y su origen.






















Vladimir Montoya Gómez

 

sábado, agosto 22, 2015

Fui Sueño En Los Caminos De Ayer


Aún quedan los caminos de ayer
sin los pasos antiguos.

Busco los signos
en las huellas dibujadas por los pies de aquellos
que caminaron llevándome en su sueño.

Busco allá
donde me dicen que los vieron,
solo veo la soledad de la soledad
escondida tras los arbustos del misterio
acompañantes de las voces que susurran
al paso de mis oídos sin idioma.

Ellos dicen
que cuando pasan por aquella oscuridad
escuchan las voces que pintan y repiten
los nombres de nuestra generación
en el canto inventado desde el sueño
de los pasos antiguos.

¿Cómo saber qué sueño somos
si las palabras antiguas
se han ido con sus voces?















Hugo Jamioy




miércoles, agosto 19, 2015

los hombres se echan a las calles...


los hombres se echan a las calles
para celebrar la llegada de la noche

un son de flauta entra delgado en el oído
y otra vez son las plazas lugares de fiesta

donde las niñas que cruzan con la espalda desnuda
las miradas de los cajeros adolescentes

repiten los movimientos de un antiguo baile
sagrado

y en la algarabía
de los vendedores de fruta
olvidados dioses hablan


José Manuel Arango

martes, agosto 18, 2015

¿Quién, si no mi propio embrutecimiento...


¿Quién, si no mi propio embrutecimiento, podrá juzgar mi ineptitud?


Pero no será tan bruto mi embrutecimiento si, realmente, puede reconocerse.

Lo será, sí, si se permite el lujo de juzgar mi ineptitud.



Una verdad me habría sido útil:

yo habría podido ser oficinista,

vendedor de enciclopedias,

profesor de alguna cosa.



Y habría también podido anclar mi limitada inteligencia sobre un Dios que me eximiera de juzgarme y que me otorgara, al mismo tiempo, la comodidad de irme por los muelles y cómodos rieles de una verdad.



Pero todo dogma me es ajeno ya, su comodidad me es esquiva.



Sin embargo, bruto y bruto,



voy con mi cabeza hueca hacia el mismo polvo de los reyes.







Gabriel Jaime Franco



lunes, agosto 17, 2015

Las Brujas Dejaban Contemplar Sus Encantos


Para Óscar González


He visto sonreír las caras ebrias de las hechiceras
aquellas noches,
cuando las horas altas oprimían los huesos
y el alma se arrastraba
como una luna achacosa.

Jóvenes y expertas en un arte de siglos,
febriles, vagamente sensuales,
untaban sus ungüentos prodigiosos
como si acariciaran un amante dormido
en sus cuerpos desnudos ...

Mi corazón bebía compartiendo el secreto,
el vino oscuro, mágico,
de una nueva locura. 






Pedro Arturo Estrada



jueves, agosto 13, 2015

martes, agosto 11, 2015

Oscuridad Hermosa

Anoche te he tocado y te he sentido
sin que mi mano huyera más allá de mi mano,
sin que mi cuerpo huyera, ni mi oído:
de un modo casi humano
te he sentido.


Palpitante,
no sé si como sangre o como nube
errante,
por mi casa, en puntillas, oscuridad que sube,
oscuridad que baja, corriste, centelleante.


Corriste por mi casa de madera
sus ventanas abriste
y te sentí latir la noche entera,
hija de los abismos, silenciosa,
guerrera, tan terrible, tan hermosa
que todo cuanto existe,
para mí, sin tu llama, no existiera.



















 




Gonzalo Rojas


El Amor I

De pronto sales tú con tu llama y tu voz,
y eres blanca y flexible, y estás ahí mirándome,
y te quiero apartar y estás ahí mirándome,
y somos inocentes, y la azucena roja
me besa con tus labios, y es invierno, y estoy
en un puerto contigo, y es de noche.



Y no hay sábana donde dormir, y no hay, y no hay
sol en ninguna parte, y no hay estrella alguna
que arrancar a los cielos, y perdidos
no sabemos qué pasa, por qué la desnudez
nos devora, por qué la tempestad
llora como una loca, aunque nadie la escucha.
Y ahora, justo ahora que eres clara -permite-,
que te deseo, que me seduce tu voz
con su filtro profundo, permíteme juntar
mi beso con tu beso, permíteme tocarte
como el sol, y morirme.


Tocarte, unirte al día que soy, arrebatarte
hasta los altos cielos del amor, a esas cumbres
donde un día fui rey, llevarte al viento libre de la aurora,
volar, volar diez mil, diez mil años contigo,
solamente un minuto, pero seguir volando




Gonzalo Rojas



Poema Sin Odios Ni Temores

Negro de los candombes argentinos,
bantú, cuya sombra colonial se esparce
quién sabe en cuáles socavones del recuerdo.
—¿Qué se hicieron los barrios del tambor?—.
Aunque muchos te ignoren
yo sé que vives, y despierto
cantas aún las tonadas nativas,
ocultas en los ritmos disfrazados de blanco.


Negro del Brasil,
heredero de antiquísimas culturas,
arquitecto de músicas,
en el sortilegio de las macumbas
surge la patria integral,
robustecida por tus alegrías y tus lágrimas.


Negro de las Antillas,
de Panamá, de Colombia, de México,
de todos los surlitorales,
—dondequiera que estés,
no importa que seas nieto de chibchas,
españoles, caribes o tarascos—
si algunos se convierten en los tránsfugas,
si algunos se evaden de su humano destino,
nosotros tenemos que encontrarnos,
intuir, en la vibración de nuestro pecho,
la única emoción ancha y profunda,
definitiva y eterna:
somos una conciencia en América.


Porque solo nuestra sangre es leal
a su memoria. Ni se falsifia ni se arredra
ante quienes nos denigran
o, simplemente, nos niegan.
Esos que no se saben indios,
o que no desean saberse indios.
Esos que no se saben negros,
o que no desean saberse negros.
Los que viven traicionando su mestizo,
al mulato que llevan —negreros de sí mismos—
proscrito en las entrañas,
envilecido por dentro.


Muros impertérritos nos han traducido a piedra,
como un eterno testimonio;
su victoriosa voz prolonga,
bajo la acústica de los siglos,
nuestra feraz presencia.


A través de nosotros
hablan innumerables pueblos,
islas y continentes,
puertos iluminados de pájaros
y canciones extrañas,
cuyos soles
mordieron para siempre
el alma de los conquistadores
cuando un mundo amanecía en Guanahaní.



Tomada de Besouro


Y, óigase bien,
quiero decirlo recio y alto.
Quiero que esta verdad traspase el monte,
la cumbre, el mar, el llano:
¡no hay tal abuelo ario!
El pariente español que otros exaltan
—conquistador, encomendero,
inquisidor, pirata, clérigo—
nos trajo con la cruz y el hierro,
también, sangre de África.


Era, en realidad un mestizo,
¡como todos los hombres y las razas!
¡Un mestizo igual a su monarca,
al de Inglaterra o el Congo,
a Felipe Tomás Cortina!


Y aquellos que se escudan
tras los follajes del árbol genealógico,
deberían mirarse al rostro
—los cabellos, la nariz, los labios—
o mirar aún mucho más lejos:
hacia sus palmares interiores,
donde una estampa nocturna,
irónica, vigila
desde el subfondo de las brumas…


Nuestro dolor es la fuente
de nuestras propias ansias.
Nuestra voz está unida, por su esencia,
a la voz del pasado,
trasunto de ecos
donde sonoros abismos
pusieron su profundidad, y el tiempo
sus distancias.


No lleva nuestro verso cascabeles de clown,
ni —acróbata turístico—
plasma piruetas en el circo
para solaz de los blancos.
En su pequeño mar
no huyen los abuelos fugándose en la sombra,
cobardes, obnubilados
por un sol imaginario.
¡Ellos están presentes,
se empinan para vernos,
gritan, claman, lloran, cantan,
quemándose en su luz
igual que en una llama!


Negros de nuestro mundo,
los que no enajenaron la consigna,
ni han trastocado la bandera,
este es el evangelio:
¡somos —sin odios ni temores—
una conciencia en América!




 Jorge Artel



Elegía


Acabo de matar a una mujer
después de haber dormido con ella una semana,
después de haberla amado con locura
desde el pelo a las uñas, después de haber comido
su cuerpo y su alma, con mi cuerpo hambriento.


Aún la alcoba está llena de sus gritos,
y de sus gritos salen todavía sus ojos.
Aún está blanca y muda con los ojos abiertos,
hundida en su mudez y en su blancura,
después de la faena y la fatiga.


Son siete días con sus siete noches
los que estuvimos juntos en un enorme beso,
sin comer, sin beber, fuera del mundo,
haciendo de esta cama de hotel un remolino
en el que naufragábamos.


Al momento de hundirnos, todo era como un sol
del que nosotros fuimos solamente dos rayos,
porque no hay otro sol que el fuego convulsivo
del orgasmo sin fin, en que se quema
toda la raza humana.


Éramos dos partículas de la corriente libre.
Con el oído puesto bajo ella, despertábamos
a otro sol más terrible, pero imperecedero,
a un sol alimentado con la muerte del hombre,
y en ese sol ardíamos.



War of feelings, de Leonid Afremov

Al salir del infierno, la mujer se moría
por volver al infierno. Me acuerdo que lloraba
de sed, y me pedía que la matara pronto.
Me acuerdo de su cuerpo duro y enrojecido,
como en la playa, al beso del aire caluroso.



Ya no hay deseo en ella que no se haya cumplido.
Al verla así, me acuerdo de su risa preciosa,
de sus piernas flexibles, de su honda mordedura,
y aun la veo sangrienta entre las sábanas,
teatro de nuestra guerra.


¿Qué haré con su belleza convertida en cadáver?
¿La arrojaré por el balcón, después
de reducirla a polvo?
¿La enterraré, después? ¿La dejaré a mi lado
como triste recuerdo?


No. Nunca lloraré sobre ningún recuerdo,
porque todo recuerdo es un difunto
que nos persigue hasta la muerte.
Me acostaré con ella. La enterraré conmigo.
Despertaré con ella.




Gonzalo Rojas