Mostrando las entradas con la etiqueta Juan Liscano. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Juan Liscano. Mostrar todas las entradas

lunes, marzo 12, 2018

No es el tiempo el que corre...


No es el tiempo el que corre
somos nosotros quienes pasamos
iluminados por un lado o en sombras
ahogados o clamorosos.
Somos la referencia del tiempo
la irremediable certidumbre de destrucción
las ruinas por venir las contingencias
y la memoria que de pronto cesa
se expanden la ausencia el vacío
palpita el recuerdo entre los que nos miran morir
empiezan el despojo
las liturgias del luto
los vestigios devorados día a día por el olvido
las descomposiciones activas
                                                 el polvo
el pasaje desconocido hacia el enigma.






Juan Liscano


lunes, marzo 05, 2018

Civilización Audiovisual


Un ojo voraz
la gente terminó siendo un ojo voraz
insomne abierto en todas partes
escondido en el ojo de la cerradura
en los enchufes
                        en el auricular del teléfono
en los interruptores de la luz
en los faroles de los vehículos
en las esquinas de las paredes
en los senos en la frente en el sexo
un ojo ombligo y un ojo nasal
y hacia el ojo corrían los ríos
las marejadas del crepúsculo
                                               las autopistas
la gente en búsqueda de sus ojos
de un ojo de tres grados
o de un ojo simplemente espejo
de un ojo potencial
o de un ojo pornográfico
de un ojo para mirar el mundo
o de un ojo para ver una mujer desnuda.

Este ojo planetario se mueve lentamente
recorre como un reflector el horizonte
tiene millones de otros ojillos prendidos en sus tentáculos
en las salas de baño
                                detrás de las cortinas
bajo las sábanas
                          en los confesionarios
por donde la gente ciega pasa
se viste o desviste
                             acaricia o golpea
reza y se arrepiente a medias.

Llegado es el tiempo del ojo
para ver lo que antes se leía
lo que antes se pensaba o se soñaba
en medio del silencio interior
para ver más y más sangre que mana bajo los ojos
contar cada vello de un pubis
los lunares y las caídas
para ver a los asesinados en la guerra o en la calle
fiesta de sangre para los ojos
película en colores
roja sangre que mana bajo los ojos
y adorna los rincones y la piel de los humanos
que se besan o se entrematan
y van después al zoológico a ver el tigre
y van después al boxeo o a la corrida de toros
para comparar sangre con sangre
y de ese modo saciar la angustia de vacíos
dormir quietamente
con el sueño lleno de ojos y pestañas
mientras las ciudades parpadean en la noche
y un niño despierto juega a los comics
vaciando el ojo de su amiguito.

Es un ojo vestido de hippie
barbudo y melenudos
con collares y con cruces gamadas
pero también se disfraza de Frankenstein
y hasta se rapa la cabeza
como si fuera monje budista
y tiene oreja para oír tenazmente
los disparos los gemidos los estertores
los aullidos de los cantantes de guitarra eléctrica
los parlamentos obscenos
los novelones de la televisión
y los anuncios declamados
con voz estentórea e insinuante
según se venda cerveza o cigarrillos.
Este órgano nuevo creado por la ciencia
este ojo que oye
                          esta oreja que ve
está en todas partes de un modo simultáneo
viendo y oyendo salir y ponerse el sol
despertar y dormirse a la gente
que bajo su vigilancia mundial
se afana en mirar como el ojo
en oír como la oreja
se asoma a aquel ojo materno
a aquel oído central
y oye y ve descomponerse la ciudad en alvéolos
donde cada quien al mismo tiempo está en lo suyo
unos comiendo y eructando
otros abrazándose con ansia antropofágica
algunos empuntados con su soledad
aquél robando o bien lavándose los dientes
éstos laborando como ciegos-sordos
y los más tratando de olvidarse
o de sorprender la vida del vecino
ávidos
            jadeantes
                              codiciosos
vueltos todos ojos de mirada indiscreta
oído celador y celestino
o bien vacío
                    niebla de olvido
                                               cosa inanimada.

Guerra de los ojos
                         portaojos zarparon
hacia objetivos secretos
cohetes visualizan al adversario
micrófonos espían sus palabras
estaciones satélites captan al enemigo
lo proyectan sobre pantallas magnéticas
donde un estornudo se vuelve bombardeo
un alzamiento de hombros tromba marina
el rascarse sin premura
largo estremecimiento de la corteza terrestre.
El ojo-oído amplifica las acciones
las dota de un poder de agresión acrecentado
es como vidrio de aumento
gracias al cual crece la proporción del crimen
de la violencia
y se incita a hundirse en éstos
a comer de éstos
a la masticación frenética
al relámpago que saca tajos
a los sudores de sangre
al beso de judas
a los convites caníbales
al suplicio de los inocentes
a fin de estar en paz consigo mismo.

Mientras los seres se acechan
en torno a la mesa familiar
dispuestos a disparar contra el otro
en cuanto sea propicia la circunstancia
mientras una voz ahuecada o chirriante
anuncia que hay que ser ojo-oído y nada más
mientras se preparan la esta de la sangre derramada
y los cruceros de turismo por las antillas y el pacífico mientras se celebra las últimas cenas
aquí está el ojo múltiple que ve y no piensa
la oreja que escucha pasivamente
y frente a este triunfante organismo
la boca abierta el labio gafo la mano muerta
del público de las pantallas






Juan Liscano



Cresta


Cuando mueren
por un instante
las palabras
que tanta muerte dan siempre a la vida
cuando descubrimos el actor que somos
y lo exponemos
despojado de sus trajes crepusculares
cuando nos despierta el sueño de soñar
o arrancados del sueño
despertamos atónitos
como extraño celeste caído
cuando se quiebran los espejos
al soplo de una necesidad desconocida
cuando vaciadas quedan las odres
y sea aquieta la fiera de la sed
cuando se acepta el desierto por jardín
brota del resplandeciente vacío
una repentina cresta
y el levante impera en ella
filo puro neto
neutro
que se abate
y nos degüella.







Juan Liscano


viernes, julio 14, 2017

Situación


A Rafael Cadenas




Se hizo tarde.
La lucidez protege
de la desolación.


Se hizo tarde
para emprender el viaje
hacia el conocimiento liberador.

Somos siervos
de los artificios inventados
por nosotros mismos.
Siervos de máquinas,
de imágenes sustitutivas
del mundo,
de raudales energéticos hurtados
al cosmos.
Nos infecta el afán de poder,
el ansia de dominar
sin merecimiento.

Sin embargo... a veces...
se oyen llamadas truncas,
ecos de grandes luces,
anuncios de desgarraduras celestes.
Adviene la nostalgia inexplicable
de lo perdido sin haberlo tenido,
de lo nunca vivido.

La multiplicidad ahoga.

Se pertenece a la multitud,
a lo relativo, a lo virtual,
a lo ilusorio.

Sin embargo...
se escucha, de pronto,
fluir en uno mismo el manantial secreto,
se respira un súbito perfume,
se aprende, mirando las olas,
la fuerza de alzarse, de romper
y volver a levantarse intacto.

¡Buscar la piedra ardiente,
seguir el árbol caminante,
cantar a las torres del viento
llenándose de los helechos colgantes!

Pero
¿no será muy tarde?




Juan Liscano


sábado, enero 21, 2017

Límite


Como ando, así desando mi camino,
repítome hacia atrás; y por las malas,
corazón ali-caído,
me voy pisando los ayeres, los entonces.

¡Qué difícil, hermanos, es morirse de frente!

Cómo nos cuesta caminar el tiempo;
dormir la noche, despertar de ayer,
mirar de nuevo, el sol
y vestirnos, hermanos, ¡ay!, vestirnos de hoy.

Si las huellas no fueran sino huellas,
si pasara el pasado de verdad,
yo pudiera ser cóndor,
yo pudiera ser fuente.

Con toda buena fe, pudiera
doblar la esquina de la aurora,
desayunar de todo corazón,
besar a la niñita en paz de espíritu,
y por fin, tiernamente, regresarme de tarde,
dormir de noche, despertar de ayer,
mirar, muy nuevo, el sol
y vestirme, alma mía, ¡sí!, vestirme de hoy.






Juan Liscano



jueves, junio 16, 2016

Huellas

Las huellas nos confunden.
Proceden de todas partes.
De ayer, de este momento, de mañana.
Son pisadas interminables
una invasión de rastros voraces
un suelo de zumbantes pasos.
Idas y venidas, migraciones
familias errantes en nosotros
que nos cruzan sin cesar, que salen, entran
deambulan por todos los rincones
en cada lugar del piso
y hasta en los muros donde sus huellas digitales
son largas heridas sangrantes.

El viento sopla en vano sobre esos rastros.
No los puede aventar hacia otros sitios
más bien los riega por las moradas
por los aposentos
por los desvanes cerrados
por las cuevas donde vive el loco del lugar
entre los helechos de la colina
donde pace el caballo
en las rocas donde yo jugaba a Prometeo.
No los puede aventar
ni puede secar la sangre sobre los muros.






Juan Liscano



martes, abril 19, 2016

Canto Del Alegre Deseo


Duendecillos de alegrísimos pies recorren mi sangre
y un pájaro, como una vívida llama,
se detiene sobre mi frente.

Una hermosa mujer vestida de amarillo
en la noche vino y besó mis labios.
Una hermosa mujer con un ramo de espigas
entre los brazos, besó mis labios.

Me levanté desnudo y encendido.
Todavía colgaban lianas de la luna
y el agua, como un pez de azogue
reía y saltaba entre las constelaciones.

Por un oculto sendero subí a la montaña
muda y poderosa recostada en la noche.
Me guiaba un geniecillo verde de dorados ojos
que a ratos descansaba en la palma de mi mano.

Entre las zarzas escogí las más dulces moras.
Le robé flores de fuego a la cayena y al bucare.
A la orilla de un charco corté una larga espiga de caña
que lentamente se mecía sobre el rostro de la luna.

Asomada por el ojo de un último lucero, la madrugada
me vio persiguiendo la lapa de suave carne rosada.
Yo agitaba al aire mi arco flexible, y mojaba mi rostro
en el agua del alba y el sol naciente prendía brasas
en mis huellas caídas entre las hierbas.

Una hermosa mujer vestida de amarillo
en la noche vino y besó mis labios.

Para ella he limpiado el camino y he encendido la hoguera.
Para ella he regado con flores el umbral de mi choza.
Para ella he cortado una espiga y he cosechado las moras
y alegremente he cazado por quebradas y por laderas.

Tengo una colcha de gayos colores, un lecho de hojas y pajas.
Tengo una pulsera de hueso y un collar de dientes pintados.
Dulcemente transido de un ansia infinita, entre el sol y la sombra,
mi cuerpo gimiendo la espera.







Juan Liscano


lunes, abril 18, 2016

Hija Del Mar Y De La Noche


A María Valencia



Golpéanos con tu cabellera
hija del mar y de la noche.
Golpéanos con tu cabellera
que despierta las ostras verdes,
los caracoles rojos, la estrellamar,
dormidos en la arena.

Las rocas duras sueñan con tu ternura,
las palmeras negras se ennegrecen más
para hacerte blanca
y las manos del viento quieren ser raíces
para envolverte y arrancar de ti.

Yo me yergo en una hora de olvido y de asesinatos
para salvar tu gran silencio y tu sombra pura.
Yo me pongo a hablar con el suave rumor de tus alas
y es como si me florecieran dalias en los labios.

Golpéanos con tu cabellera
hija del mar y de la noche.
Enciende nuestras venas y nuestras sienes
y la pálida llama de nuestros corazones.

Porque la más espesa ola de aceite cubre los mares.
Porque la más candente ola de llanto seca los bosques.
Porque la más amarga ola de vinagre roe los labios.
Porque asesinos de débiles brazos cortan las flores.
Danos el misterio de tus ojos abiertos como tenebrosas orquídeas.
Danos el misterio de tus axilas que llaman más allá de los muros.
Danos el misterio, de nuevo, para que aneguemos en su clara y milagrosa sombra
esta pequeña angustia retorcida como una culebrilla de hiel.

Golpéanos con tu cabellera
sombría madre de iluminados senos.
El mundo quiere la magia de los primeros días
o la sangre fría de las últimas anunciaciones.

Los hombres se empequeñecen buscando las cosas caídas.
Buscando el reflejo del agua, del fuego, del viento,
de la piedra perenne alzada como un Dios antiguo que no deja de ser.
Y el agua, el fuego, el viento, la piedra permanecen intactos,
desoladamente vivos, emergiendo del mar de cenizas que cubre las urbes.
He aquí por qué yo sueño con un alba de flautas y de árboles.
Por qué yo busco el misterio de tu densa cabellera marina.
Por qué yo muerdo el dolor de mis manos que no pueden sembrar
ni una lágrima.

Me adelanto más allá de mí mismo y grito con tu boca,
agito mis manos con tus dedos ensortijados,
me salgo de mi cuerpo para subir hasta tu cadera caliente,
y digo que te he visto caminando por la ruta de los puntos cardinales,
que te he visto detenida entre la luna y los peces azules,
que un lirio sangraba entre tus manos sensitivas
y que sobre tus hombros desplegaba sus alas el gran murciélago.
Y digo que venías como mensajera de nuevos designios,
como un cuchillo de sacrificio relamido por el fuego,
como un iluminado barco de divinidades tutelares.
Y digo que era más grande que el hombre, más grande que su angustia,
más honda que el árbol de venas cortadas
porque la paz y la vida estaban a los pies de tu impenetrable cabellera.

Hija del mar y de la noche
vuelca sobre la frente del hombre
la lágrima roja de un pez.
Vuelca sobre su pecho, sobre sus frágiles muslos,
la savia del árbol más pequeño y más humilde,
y golpéalo con tu cabellera
¡Ah golpéalo!
hasta que le nazcan del cuerpo las siete espigas de sangre que oculta el sembrador.




Juan Liscano


domingo, abril 17, 2016

Hombre De Silencios


Su silencio camina como un hombre
por el llano de espinas y espejismos.
Arde y crepita un aire de chicharras.
La luz se quiebra como un leño seco.

Con su carga de sol echada al hombro,
su carga de saliva amarga y hambre,
su carga de palabras nunca oídas,
nunca dichas, ocultos minerales,
con su carga de soles y silencios
está cruzando un hombre el mediodía.

Le acechan ojos de la sed -y sigue-
ojos de arena y grieta, ojos de espinas.
Le acechan ojos de la luz -y sigue-
ojos de llama blanca y de carbones.

Reptan los ojos de la fiebre, atisban,
despiden babas, arman aguijones.
Aguas distantes abren como fauces
ojos color de légamo, ojos saurios.
Sacan colmillos curvos, sacan uñas
ojos de polvo de oro y terciopelo.
Plumajes de voraces ojos vuelan.
Ojos lisos, sin párpados, le espejan.

También la muerte acecha
escondida en los ojos del paisaje.
Sacude sus pulseras de velludas arañas,
su collar de mandíbulas caribes,
baila, agita en la mano
zumbante vara de moscones verdes,
suelta pieles de sierpe y espinazos de raya,
juega con los espejos,
traza curvas y círculos de lumbre
que estallan como pólvora,
hace girar embudos de polvo y vientos negros,
sopla montes de arena, hincha cabezas de agua
y al caer de la tarde
mientras chilla un crepúsculo de monos
se sale de los ojos del paisaje
y mira con los suyos
con sus ojos de cuarzo y de mercurio.

Está mirando al caminante íngrimo,
a un hombre de silencios que se dobla
bajo el peso del hambre y de la sed;
le está mirando andar por la llanura
hacia más nunca y hacia siempre solo.

Mas en él anda un pueblo de hombres solos,
de soledades que sonríen yuntas,
de silencios que nombran la esperanza.
Andan en él una mujer de sombras,
un niño de maíz, un asno flaco.

Pasan lunas, rebaños, y días vegetales,
crecen zarzas, ciudades, hongos, yermos,
se despeñan crecientes roedoras
y se agrieta la tierra, desollándole,
y corre, al fin del sueño, un río manso
tocando entre bambúes, una marimba de agua.

Por una tierra sequía y lumbre,
hacia más nunca y hacia siempre solo
camina un hombre a quien la muerte mira.
Lleva una sed de siglos Orinoco
que no es, acaso, de agua.
Lleva un hambre tamaño de la selva
que no es de pan tan sólo.

Lleva una tierra, un signo, un pueblo amigo,
un férvido propósito de andar,
un cansancio vencido que florece,
lleva en fin, una mañana hacia su casa
y la muerte que vela entre dos sombras
como un negro relámpago de luz
cierra los párpados,
deja que hacia mañana pase el hombre.




Juan Liscano


jueves, abril 07, 2016

Cuerpo Del Amor


Si apariencia, espejismo, si ilusión de la nada,
si engaño fuera el triunfo presente de tu cuerpo,
también sería engaño mi amor, y engaño suyo,
el alma ¡ay! engañada con que lo estoy queriendo.
Si adorno de la Muerte, si máscara de Ella,
tanta ardorosa lumbre, tanta belleza justa;
entonces amaría la verdad de la Muerte
en ese adorno vano y esa máscara pura.
Quiero mentirle al Tiempo y hasta engañarme quiero
para salvar tu forma y eternizar tu gracia;
perderme, ya encontrado; ya hecho, deshacerme
por tus confines ciertos y por tu sangre alada.
Eres la flor que vuelve, mis ramas, a engañar
con el prestigio suave de su invisible aroma
y eres el alba antigua que torna a devolverme
la breve flor de un día que la noche deshoja.
Porque soy el vencido vencedor de tu cuerpo
y me rindo al imperio que su derrota afirma,
pues tu cuerpo me gana la victoria que obtuve
y encadena la furia de mi sangre a su herida.
¡Sí!; tu cuerpo preciso, matinal, turbulento,
de un silencio lejano, quizás eco sonoro,
de un vacío universo, tal vez clara tiniebla:
voz encuentra en mis voces, forma encuentra en mis ojos.
Y su vida viviente que rodea a mi vida
de murmurantes sombras, de claridades mansas
y de serenos verdes y de secretas músicas,
en mí, vence su muerte; mi muerte no la alcanza.
Y aunque sé, ciertamente –me lo dice la tierra–
que de muerte soy hecho, que hacia la Muerte ando,
con la flor de tu cuerpo, flor vivísima, engáñola
y engaño al desengaño, quizás desengañado.


Marina Abramovic: Nude With Skeleton

Juan Liscano


martes, abril 05, 2016

Debe haber algún lugar en nosotros mismos...

Debe haber algún lugar en nosotros mismos
donde cesa el combate de los contrarios
y no se juega más a cara o cruz
donde las cosas brillan con propia lumbre
y la mirada resplandece en el silencio
dominios del doble blanco
donde se unen el agua y el fuego sin violencia
y nieva en el trópico sin cambiar de clima
y los hielos eternos calientan el cuerpo
y podemos vernos nacer y morir
en un movimiento de duna que se desliza
o viajar en constantes de años-luz
hacia ayer para corregir las desgracias
o hacia mañana para anticipar los trabajos
detener los vencimientos
antes de hundirnos en algún núcleo
en algún hervor en alguna inmanencia
sustraídos al tiempo
máscara de la eternidad.
















Juan Liscano


jueves, febrero 11, 2016

En El Vestíbulo


Solo, en vano, contra el tiempo,
vencido de antemano y sin remedio,
vencedor porque sabe sus derrotas,
naufragado en tierra, nadando entre raíces,
luchando contra la corriente de arena de las horas
y al irse a pique, de un golpe de talón subir
a través de una epidermis de gramas y de podres
hasta la superficie donde fluyen las aguas,
corren las bestias, caen las hojas,
se esparcen los abonos, las semillas
y da traspiés y pisa y pasa el hombre.

Lleno de un confuso grito o de un canto
que ni salta hacia afuera ni se vierte,
lleno de lomos ondulantes, de pozos y de ecos,
de cálidas o gélidas corrientes subterráneas,
lleno de estertores, de gemidos que echan hongos,
de arrebatos pirotécnicos,
vacilante, blando, derrumbado
y de súbito capaz de embestir y desangrarse,
capaz de arrancar de raíz lo que le queda,
de perder lo que espera,
capaz de sembrar un torbellino,
de enterrar una estrella y estrellar una piedra,
¡tan pobre! ¡tan dual! ¡tan compartido!
¡tan lleno de lo que le falta!
¡tan desnudo y sobrancero!
como si fuera otro, soy, me nombro y me descubro.

Perdido en el vestíbulo,
entre dos vanos vacíos,
atravesado por corrientes de espejismos,
por corrientes de paisajes que se salen de madre,
por oscuros aires sexuales y aire de espinas,
llamado silenciosamente por espantos,
por voces que se esconden en el cuarto oscuro
o ruedan y se estiran en el horizonte,
rumorosa serpiente, ciempiés resonante,
detenido entre dos vanos
en el corredor de entrada o de salida,
en el zaguán donde cada domingo
llegan los mendigos puntuales, pustulantes,
allí, en el portal de siempre,
hasta donde corría ladrando el perro de la casa,
vacilo, existo, toco el timbre, espero.

Sangran llamas los dedos, raíces brota la frente,
se desconcha la piel, se derrite la lengua,
herido, agrietado, va gritando en silencio,
cantando para sí, callado,
encerrado, extraviado en esa galería de aire que le asfixia
detenido en el zaguán, entre dos vanos vacíos,
golpeando los muros de su cárcel,
buscando en el espacio neutro, informe,
las puertas, el postigo, las ventanas
que por todas partes cantan, se abren,
se multiplican, susurran, relucen, cabrillean,
buscando entrar a la casa,
queriendo salir al mundo,
salir a la casa, entrar al mundo,
pasar hacia adentro, andar hacia afuera,
cruzar umbrales, calles, alcobas, urbes,
países, desvanes, continentes, galerías,
solo y perdido de antemano el hombre,
el hombre del zaguán,
frente a todas las entradas libres,
frente a todas las salidas vivas.



 













Juan Liscano


domingo, febrero 07, 2016

Marea Viva

Como la ola pero no como la mar inacabable
como la ola solamente que nace y se derrumba
como la ola que muere de su propio impulso
que se expande rugiente y se estrella espumea destella
hasta abolirse en la ribera o regresar a su origen
como la ola que es un temblor del tiempo
tú y yo sobre la playa
                                    frente a las olas
en el tiempo que nos destruye y nos repite.

Más tarde
                  después
                                 cuando no estemos
¿verán otros ojo este mismo movimiento
con los ojos de quienes lo contemplamos ahora?
¿podremos asomarnos a aquella mirada?
¿tendrá la nostalgia en otros labios
                                                          sabor a salitre
como ahora la tiene en tus labios?
¿Despedirán las aguas descendentes
este profundo macerado olor sulfuroso
levemente carnal y carnívoro
que evoca despojos de líquenes de algas de mariscos?
si así fuese: ¿los sabrán nuestros polvos
                                                                 lo sabrá nuestra muerte?

Desde lo profundo del otoño marino
te invito a subir hacia el día futuro clarísimo
en que alguna pareja enlazada
                                                   semejante a la nuestra
al contemplar las olas que rompen destellan espumean se abolen
pensará en la muerte uniforme general
pensará en la suya y en quienes más tarde
podrán perpetuar la mirada con que se aman ahora
la mirada con que también ven moverse las olas
en el tiempo sien duración que las repite y las destruye.

Acaso sientan ellos entonces vivir su eternidad.
Acaso la sentirán como si fuera el firmamente
acaso empiecen a ascender hacia su nebulosa
como las aguas vivas del mar en tiempos de equinoccio.







Juan Liscano



Cáncer

¿Qué será mío entre tanta abundancia? ¿el puerto con sus olores y su caliente respiración?
¿la nave, las nubes, las impresiones del viaje? ¿acaso el ancla, sí, el ancla una vez que fue inventado?
¿los objetos de uso cotidiano que gastamos y que nos gastan?
¿las sombras y sus enigmas? ¿el crepúsculo y sus lugares comunes?
¿el alba y su momentánea pureza?
¿los espejismos del porvenir o de la memoria reflejados en el sueño o en la vigilia?
¿la soledad como red puesta a secar?
¿el cordón umbilical enterrado al pie de la venerable ceiba?
¿las bebidas y los alimentos terrenales que modifican su apariencia en nosotros?
¿las fábulas contadas por el aya? ¿los bestiarios de la infancia?
¿mi ciudad natal destruida y levantada tantas veces que no reconozco en ella ni mi recuerdo?
¿mi nombre sin duda alguna, mi nombre que cambia con los hijos y con la boca que lo pronuncia?
¿las acostumbradas ausencias? ¿el horóscopo? ¿los emblemas?
¿ese sitio de la amistad junto al cual nos sentamos confiadamente entre dos fugas, dos guerras o dos inviernos crudelísimos?
¿las armas que nos permiten vencer o que nos destruyen?
¿las cosas heredadas tan llenas del uso de sus posesores difuntos?
¿el imperioso oleaje del deseo rompiendo sobre las playas o los acantilados?
¿su espuma, su deshacimiento triunfante, su reflujo hacia las profundidades del resurgimiento?
¿las huellas o las cicatrices?
¿el jardín de los primeros días en la súbita evidencia de su esplendor?
¿los ritos de la sombra? ¿la imagen del espejo? ¿el doble que nos asumirá algún día?
nada en suma me pertenece así como lo que nunca tuve y no tuve por lo tanto destruir.
Concluido este ceremonial melancólico con el que confirmo mi extrañamiento
el exilio hacia el cual nos conduce nuestra propia condición suelo asomarme desde alguna orilla segura, desde algún mirador protegido
hacia este enorme mundo plural, diverso, enmadejado, simultáneo que el tiempo arrastra en su creciente hacia la muerte  
y canto silenciosamente
me hablo a mí mismo, enumero las cosas vertiginosas que pasan
pronuncio oraciones y fórmulas mágicas
creo en mis semejantes porque creo en Dios
recuerdo preferentemente el futuro cuando regrese a este Puerto y hayan cambiado la forma de los barcos y el sitio de los muelles
-a lo mejor ya no habrá barcos ni muelles sino antenas o yermos o sótanos o esferas
a lo mejor estaré petrificado o gotearé hasta construir estalactitas que llenarán de maravilla a los visitantes de la gruta
a lo mejor seré pescado o animal de pelambre o energía
o corteza sobre la cual una pareja grabará sus iniciales
a lo mejor me llamarán capitán del puerto
a lo mejor seré el náufrago, el amante o el fugitivo que hunde su rostro entre los cabellos sueltos de una mujer abierta y trémula sobre una playa de nunca o de siempre
y en quien tantas veces me he visto como en una constelación-.





Juan Liscano