Mataremos a todas las aves.
A todas. A todas, dijeron los cuervos al anochecer.
Y en el silencio de la noche oí
cómo alguien en el jardín estaba matando a mis aves.
Y supe
que ahora mis mañanas
estarían sin canción
y sentí
cómo la tristeza se apoderaba de mi alma.
A todas. A todas las aves, dijeron.
Y sentí
cómo batían alrededor de mí
sus alas oscuras
y cómo detrás de ellas me observaban
los ojos amarillos de los cuervos.
¿Qué buscas, cuervo?, pregunté.
Bajo la corteza de mi cráneo
no escondo ningún ave.
A todas. A todas las aves.
Las mataremos a todas, dijo.
Y temí
que una noche
me partiera el cráneo
a través de oscuros sueños
y que fuera a buscar con su pico demencial,
si en el nido de mis pensamientos
no se esconden las aves cantoras.
A todas. A todas las aves, resollaría.
Ahora siento por todas partes en mi nuca
los ojos amarillos del cuervo.
Mi alma está atravesada.
Mi alma es un ave muerta.
A todas. Las mataremos a todas.
A todas las aves, crascitan los cuervos
bajo el cielo oscuro.