La Hora De Tinieblas





La Hora De Tinieblas












 Por: Rafael Pombo






Cogitavi dies antiquos,
et annos æternos in mente habui.
Et meditatus sum nocte cum corde meo,
et exercitabar, et scopebam spiritum meum.
Numquid in æternum projiciet Deus ;
aut non apponet ut complacitior sit adhuc ?


Salmo LXXVI




(Pensé en los días antiguos,
y tuve en mi espíritu los años eternos.
De noche medité en mi corazón:
me ejercitaba y purificaba mi espíritu.
¿Por ventura desechará Dios para siempre
o no volverá a ser benévolo?)
¿Por qué, si puede Dios, no satisface
a el hambre cruel que nos devora?


Traducción: Carvajal




I

¡Oh, qué misterio espantoso
es éste de la existencia!
¡Revélame algo, conciencia!
¡Háblame, Dios poderoso!
Hay no sé qué pavoroso
en el ser de nuestro ser.
¿Por qué vine yo a nacer?
¿Quién a padecer me obliga?
¿Quién dio esa ley enemiga
de ser para padecer?



II

Si en la nada estaba yo,
¿por qué salí de la nada
a execrar la hora menguada
en que mi vida empezó?
Y una vez que se cumplió
ese prodigio funesto,
¿por qué el mismo que lo ha impuesto
de él no me viene a librar?
¿Y he de tener que cargar
un bien contra el cual protesto?



III

¡Alma! si vienes del Cielo,
si allá viviste otra vida,
si eres imagen cumplida
del Soberano Modelo,
¿cómo has perdido en el suelo
la fe de tu original?
¿Cómo en tu lengua inmortal
no explicas al hombre rudo
este fatídico nudo
entre un dios y un animal?



IV

O si es que antes no exististe,
y al abrir del mundo al sol
tú, divino girasol,
gemelo del polvo fuiste,
¿qué crimen obrar pudiste?
¿Dó, contra quién, cómo y cuándo,
que estuviese a Dios clamando
que al hondo valle en que estás
surgieses tú, nada más
que para expiarlo llorando?



V

Pues cuanto ha sido y será
de Dios reside en la mente,
tanto infortunio presente
¿no lo contemplaba ya?
Y, ¿por qué, si en él está
del bien la fuente suprema,
lanzó esa voz o anatema
que hizo súbito existir
un mundo en que oye gemir
y un hombre que de él blasfema?



VI

¿Cómo de un bien infinito
surge un infinito mal,
de lo justo lo fatal,
de lo sabio lo fortuito?
¿Por qué está de Dios proscrito
el que antes no le ofendió,
y por qué se le formó
para enloquecerlo así
de un alma que dice sí
y un cuerpo que dice no?



VII

¿Por qué estoy en donde estoy
con esta vida que tengo,
sin saber de dónde vengo,
sin saber a dónde voy;
miserable como soy,
perdido en la soledad
con traidora libertad
e inteligencia engañosa,
ciego a merced de horrorosa
desatada tempestad?



VIII

Hoja arrancada al azar
de un libro desconocido,
ni fin ni empiezo he traído
ni yo lo sé adivinar;
hoy tal vez me oyen quejar
remolineando al imperio
del viento; en un cementerio
mañana a podrirme iré,
y entonces me llamaré
lo mismo que hoy: ¡un misterio!



IX

De pronto así cual soñando
en alta mar sorda y fuerte,
entre la nada y la muerte
me encuentro a oscuras bogando:
sopla el tiempo, y ando, y ando,
ignoro a dónde y por qué,
y si interrogo a la fe
y a la razón pido ayuda,
una voz me dice «duda»
y otra voz me dice «cree».



X

Con menos alma, quizás
sólo la segunda oyera,
o con más alma, pudiera
no equivocarme jamás:
entonces creyera más,
o al menos, dudara menos;
pero, a malos como a buenos
plugo al Señor conceder
luz bastante para ver
que estamos de sombras llenos.



XI

La debilidad por guía,
la tentación por camino,
¿es de virtud el destino
que su bondad nos confía?
¿Es fuerza que en lucha impía
nos pruebe el Genio del mal
para ir a un condicional
anhelado Paraíso?
¿Para ser bueno es preciso
poder ser un criminal?



XII

Mas… ¡soy libre! y ¿para qué?
Para enrostrarme a mí mismo
el caer a un hondo abismo
que otro ha cavado a mi pie,
y renegar de la fe,
luz de mi infancia serena,
y fiar a un grano de arena
la eternidad de mi ser,
debiendo yo responder
de la creación ajena.



XIII

¡Somos libres! ¡libertad
que no deja ni el consuelo
de enrostrar el mal al Cielo
o a nuestra fatalidad!
¡Libres… y la voluntad
es plena para el deber!
¡Libres… y hay luz para ver
lo que es crimen desear,
y alma para delirar,
y corazón para arder!



XIV

¡Libres, cuando delincuentes
desde el vientre maternal
ya éramos siervos del mal
y del dolor penitentes;
y con cadenas ardientes
al crimen de otro amarrados
ya estábamos sentenciados
a purgarlo aquí por él
y a extender para Luzbel
la siembra de los pecados!



XV

¡Oh, Adán! ¿cuándo estuve en ti?
¿Quién te dio mi alma y mi pecho?
¿Quién te concedió el derecho
de que pecaras por mí?
Si en tu falta delinquí
y en tu infición me condeno,
¿por qué un Dios tan justo y bueno
no me lavó en la virtud
de otro Adán, y la salud
no me volvió en cuerpo ajeno?



XVI

Si en mis carnes heredé
la ponzoña de la suya,
¡que en las carnes arda y fluya!
pero en el alma ¿por qué?
Si mi alma su alma no fue,
si es chispa de Dios directa,
¿cómo de luz tan perfecta
tan imperfecta salió?
Si Adán por Dios no pecó,
¿cómo su infección la infecta?



XVII

¡Absurdo! ¡no puede ser!
Y sin embargo es, y ha sido,
y aquí lo siento, esculpido
en el fondo de mi ser,
cual si otro Dios, Lucifer,
concurriese audaz con Dios
al soplar dentro de nos
el vital celeste lampo
y fuésemos luego el campo
del batallar de los dos.



XVIII

¡Esperanza que me engañas,
tentación que me provocas,
pasiones que con mil bocas
me desgarráis las entrañas;
ciencia que mi vista empañas,
orgullo que atas mi oído,
razón que sólo has servido
para perder la razón…!
…¡Ay! Contra tantos ¿qué son
los que del polvo han nacido?



XIX

Dios que por prueba concitas
enemigos qué vencer,
dame armas, dame poder
para la lid que suscitas.
Pero si el poder me quitas,
libre renuncio a existir,
pues no debo consentir
que me hayas venido a echar
esclavo para lidiar,
libre para sucumbir.









XX

Si dijiste: «a cada cual
el bien y el mal le propongo,
él escoja y yo dispongo»,
¿el hombre ha escogido el mal?
¿Escoge el reo el dogal
o unce el libre su cadena?
Si su ciencia, mala o buena,
le basta para escoger,
¿él mismo ha venido a hacer
la elección que le condena?



XXI

Si libre siempre ha elegido
el hombre flaco y mortal,
¿a elegir siempre su mal
qué negro azar lo ha impelido?
Y si, una vez que ha caído
libre alguna vez se vio,
¿cómo de nuevo tornó
de su pérdida al abismo,
enemigo de sí mismo
y del ser que lo creó?



XXII

Si tu infinita bondad
presidió a cuanto hay creado,
¿por qué le diste al pecado
sombra de felicidad?
¿Por qué de la adversidad
hiciste hermano al delito?
¡Ah! con verdad está escrito
que cuando tu ángel bajó
sólo un Lot, un justo, halló
en la ciudad del maldito.



XXIII

Nula es mi sabiduría,
pobre mi benevolencia;
pero si la Omnipotencia
un instante fuese mía,
¡No! ¡yo no concebiría
culpas de la criatura!
Santa, universal ventura,
fuera un himno sin cesar
¡de incienso para mi altar!
¡de amor para mi hermosura!



XXIV

No así en la obra de aquél
que desóyenos su nombre,
cual si el tormento del hombre
no lo atormentara a él;
cual si pudiera crüel
ser también consigo mismo,
o suscitar el abismo
do impele a su creación
por dar lugar al perdón
con que adula su egoísmo.



XXV

¿Quién te hizo Dios? ¿Por qué, di
cómo, dónde y cuándo vino
privilegio tan leonino
a corresponderte a ti?
¿Por qué no me tocó a mí
ese poder de poderes?
¡Ay! siendo lo que tú eres
no fuera el mundo cual es,
o aplastara con mis pies
tan triste enjambre de seres.



XXVI

¡He aquí el mundo que a tu acento
vio la hermosa luz del día!
Si fuese mi obra, sería
mi eterno remordimiento:
fue un edén tu pensamiento,
un infierno resultó,
y al hombre que te burló
y audaz tu imagen degrada,
no lo vuelves a la nada
cual lo devolviera yo.



XXVII

¡Qué importa, oh Sol, tu esplendor,
jugando en mil gayas lumbres
desde las nevadas cumbres
hasta la nítida flor!
¡Qué importan, noches de amor,
tus cariñosas estrellas…!
¡Ah, tantas cosas tan bellas
que provocando a llorar
parecen hoy extrañar
delicias que vieron ellas!



XXVIII

Del templo monumental
siguen contando el portento
el fúlgido pavimento
y el dombo etéreo, inmortal;
mas donde un velo nupcial
cubrió angélicos sonrojos,
hoy nos ofenden los ojos
ahuyentándonos infectos,
abominables insectos
que procrean entre abrojos.



XIX

El palacio en que a reinar
el Creador nos convida,
se tornó en prisión por vida
de aislamiento y de pesar.
De su excelso palomar
el alma inocente huyó,
y atraída cuando vio
la hermosura de la pampa,
cayó aquí, como en la trampa
que para el buitre se armó.



XXX

Lástima, lástima horrenda
ver en tal desarmonía
claro sol y alma sombría,
el viviente y su vivienda.
Sentir la eterna contienda
y el caos siniestro interior,
cuando todo en derredor,
todo, excepto el hombre infando,
va en paz y en orden cantando
la gloria de su Hacedor.



XXXI

¡Oh angustia! sentir por dentro
de este infernal laberinto
la espuela cruel de un instinto
de algo que busco y no encuentro,
caverna odiosa, y al centro
un ojo para mirarla,
luz que en vez de iluminarla
permite que se entrevean
vampiros mil que aletean
luchando por apagarla.



XXXII

¿En dónde estás ¡oh verdad!
oh rabia del alma mía,
concierto de la anarquía,
ley de la contrariedad,
amor del odio, equidad
de tantas iniquidades,
beldad de monstruosidades,
tu razón, ¡oh Creador!
para ver crimen y error
sin que al surgir lo anonades?



XXXIII

¿En dónde estás ¡oh hermosura!
que de ti no más que el nombre
diste a otro ser como el hombre,
de arcilla y de desventura;
esa ingeniosa impostura
que al tacto se disipó
y sólo acíbar dejó,
y el vivo rastro infelice
de otro eslabón que eternice
el llanto que le costó?



XXXIV

Pobre mujer, sea cual sea
tu elevación o tu afrenta,
¡quién habrá que hombre se sienta
y sin caridad te vea!
La que más feliz se crea
es mártir aun de sus dichas,
y a las demás, entredichas
como sombras del festín,
no tocó ni el bien ruín
de desahogar sus desdichas.



XXXV

Gente… y más gente… y más gente
pasa delante de mí.
¡Oh, qué triste es ver así
la humanidad en torrente!
Ignoro cuál es su fuente
y en qué mar se perderá;
mas de cierto juro ya
que en el ser de cada uno
el aguijón importuno
de la desventura va.



XXXVI

¡Dardo que nunca se embota,
elemento creador!
Inmenso pan de dolor,
que la humanidad no agota,
gaje fatal con que dota
la existencia a cada cual,
genio insaciable del mal,
demonio ¡sombra del hombre!
¡Di quién eres, di tu nombre
para maldecirte tal!



XXXVII

¿Eres la serpiente horrenda
que en su torva fantasía
vio el escandinavo un día
ciñendo el mundo tremenda?
Como un perpetuo delenda
oigo su ronco silbar,
y estrechando sin cesar
sus férreos anillos duros,
¡hace en sus ejes seguros
gemir el orbe y temblar!



XXXVIII

¿No te basta el mundo? ¡Di!
¿Son pocos tantos millones
de infelices corazones
engendrados para ti?
Supremo déspota aquí,
¿pasa de aquí tu poder?
Y aún no harto con hacer
de la existencia un infierno,
¿siempre que el hombre sea eterno,
como él, eterno has de ser?



XXXIX

Un tiempo la idolatría
preces y altares te alzó,
y al Dios del bien lo negó
y en ti a Dios reconocía;
te palpaba, te tenía,
mal, soberano iracundo,
cual si con desdén profundo
Dios de su obra avergonzado
hubiera en tu pro abdicado
el triste imperio del mundo.



XL

¡Ah! ¿qué no tiene el Señor?
Nunca agotarán sus manos
sus océanos de océanos
de felicidad y amor;
¡Venid!, dijo el Creador,
«que a mi banquete os convida
mi largueza». Estremecida
natura hirviente fundió,
y el hombre nació… ¡y nació
llorando el don de la vida!



XLI

Ángeles creó para sí,
en el cielo y para el cielo,
ellos no bajan al suelo
a perder el cielo aquí;
no tan dichoso, ¡ay de mí!
ha sido el hombre creado:
nace para ser tentado,
vive en pugna y en error,
e hijo de un mismo Señor
él no es el predestinado.



XLII

Entre dolores naciendo,
miseria y dolor mamando;
pecado y llanto mirando
sin saber lo que está viendo:
en su fuente van vertiendo
desde antes de la razón,
la vida la tentación,
la tentación el delito,
y con éste, Dios lo ha escrito,
¡quizá la condenación!



XLIII

Fuente que de la montaña
salió emponzoñada ya,
en sus claras linfas va
ponzoña por la campaña;
envenena cuanto baña,
corrómpese ella también,
¿y quién la depura? ¿quién
la vuelve a su manantial?
¿Quién esa fuente del mal
tornará fuente del bien?



XLIV

Y ¡ah! con balanza traidora
dotóse a la criatura,
el mal lo palpa y lo apura,
el bien lo sueña… o lo llora:
cuando uno es feliz lo ignora,
cuando infeliz, bien lo prueba,
parece que Dios nos lleva
libro de cuentas extraño
dándonos íntegro el daño,
para que el bien se nos deba.



XLV

El mal es piedra que cae,
Niágara que se desprende:
el hombre no lo suspende,
su propio ser se lo trae;
parece que nos atrae,
que él es nuestro fin preciso,
y que de haber paraíso
sobre este infierno, hacia él
vamos contra una crüel
ley que condenarnos quiso.





XLVI

La tempestad nos presenta
sus iris por agasajo,
un rayo de luz los trajo,
otro rayo los ahuyenta;
así en la eterna tormenta
de este infeliz corazón,
si luce gaya ilusión
en el cielo del destino,
a una pulsación nos vino
y huye en otra pulsación.



XLVII

Siempre el mal va acompañado
de algo indeleble y eterno,
y él tiene más del infierno
que del cielo al bien se ha dado:
el bien como que es prestado;
mas ¡ay! bien propio es el mal.
Y aun las veces que el mortal
fantástico lo delira,
tiene su triste mentira
más verdad que el bien real.



XLVIII

El recuerdo del placer
es el dolor de su ausencia
y nos duele en su presencia
el tenerlo que perder.
Un bien que no ha de volver
es un tormento mayor,
y a fin de que su rigor
no diese treguas al pecho,
Dios en el recuerdo ha hecho
la eternidad del dolor.



XLIX

Un bien nunca satisface,
mientras que el mal es sobrado,
y el mal hace desgraciado,
pero un bien feliz no hace;
y tan predispuesto nace
el hombre para el pesar,
que imbécil para gozar
y hábil para padecer,
llora su propio placer
cuando no halla qué llorar.



L

Duda y exasperación
dejan los padecimientos,
y tedio y remordimientos
deja el goce al corazón.
Lágrimas a un tiempo son
de angustia y risa despojos,
y cuando libres de enojos
más inocentes reímos,
bien nos dice que mentimos
el llanto que hay en los ojos.



LI

Yo, mísero, ya nací
crisálida de la nada,
y no ha de ser revocada
la sentencia que cumplí.
Dispones, ¡oh mal!, de mí,
y a evitarte nada alcanza,
armada de ti se avanza
la eternidad luego en pos,
y hay que dar eterno adiós
al sueño de la esperanza.



LII

La vida es sueño —¡Callad,
oh Calderón! Estáis loco:
hace veinte años que toco
su abrumante realidad;
yo te palpo, ¡iniquidad!
¡desgracia!, no eres fingida,
que si al placer di acogida,
un instante aquello fue;
un instante en que olvidé
la realidad de la vida.



LIII

¿La vida un sueño? ¡Qué sueño
tan raro en su obstinación!
¡Siempre el mismo! ¡Siempre Ixión
volteando en su hórrido leño,
siempre en su bárbaro empeño
el demonio que llevamos!
¡Ah! con razón despertamos
con lívida faz que aterra,
yertos, mordiendo la tierra
que en frío sudor empapamos.



LIV

No es un sueño, es un delirio,
es pesadilla infernal
de un despierto, un criminal
que envejece en el martirio.
En vano irónico cirio
nos alumbra la razón:
entrevemos salvación,
de dicha y paz hay asomo;
mas ¡ah! los pies son de plomo
y es tántalo el corazón.



LV

Duelo y crimen sólo veo,
duelo y crimen sólo aspiro,
al mal un verdugo miro
y al mundo un inmenso reo,
despechado clamoreo
oigo alzarse eternamente,
y con hastío vehemente
pasma la imaginación
que ésta sea la creación
de un Dios amante y clemente.



LVI

¿Quién sino el genio del mal
improvocado y sañudo
revestirme el alma pudo
de carne flaca y mortal?
¿Quién sino él a este raudal
de corrupción me trajera
a tornar en monstruo, en fiera,
un ente ávido del bien,
digno sólo de un edén
donde feliz ser debiera?



LVII

¿Por qué, invisible sayón
que llamo y no me respondes,
lanzas el dardo y te escondes
a mi desesperación?
Estoy a tu discreción,
invulnerable enemigo;
sáciate, apura el castigo,
triunfa y goza en mi dolor,
mientras yo, vil gladiador,
te saludo y te bendigo.



LVIII

«Ama, cree, sufre y espera»,
me dirá, «que aunque te espante
la vida, es sólo un instante
de probación pasajera».
¡Señor! por corta que fuera
fue sobrada para mí,
si el instante que viví
bastó para condenarme,
bastó para exasperarme,
¡hasta blasfemar de ti!



LIX

¿Cómo es posible, Dios mío,
que haya tantos, tantos tristes,
cuando tú, oh Señor, existes
con tu inmenso poderío,
y cuando de tu albedrío
solamente a la intención
en lluvia de bendición
sonreída a nuestro ruego
volviera la vista al ciego
y al demente la razón?



LX

Esta abdicación que has hecho
de tu excelsa voluntad
en mal de la humanidad,
aunque intentada en provecho,
he aquí el correntoso estrecho
y el escollo en que caí,
y yo no puedo ¡ay de mí!
juzgar de tu providencia
sino con esta conciencia
con que a juzgarme aprendí.



LXI

¡Sabios funestos, callaos!
El caos físico ha cesado,
pero el que lo hizo ha dejado
al espíritu en un caos.
¡Pobres hombres! revolcaos
mintiendo felicidad;
yo entre tanta oscuridad,
rebelde contra mi suerte,
ansío deberle a la muerte
o la nada o la verdad.

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