sábado, junio 13, 2015

Eternoretornográfo


Para Ángel Augier


El joven poeta murmuró cerrando el libro de Apollinaire:
 «Éste si es un poeta… »

 Y Apollinaire, el soldado polaco Wilhelm Apollinaris de Kostrowitzky,
enterrado hasta la cintura en el fango de la trinchera cerca de Lyon,
mirando la noche estrellada del 4 de agosto de 1914,
la tierra reseca, florecida de estacas y alambre de púas,
sembrada de minas esa noche de 1914,
mirando las bengalas azules, rojas, verdes en el cielo envenenado por los gases,
apretó el húmedo librito de Rimbaud mientras sobre su cabeza pasaban silbando los obuses.

Y Rimbaud, haciendo sus maletas en Charlesville, echó junto a su ropa los versos de Villón,

Y Villón, el doce veces condenado, el apócrifo, el inédito, pensó ante el patíbulo en las tres cosas que más había amado: su mujer Christin, su leyenda, la de él, la de Villón,

y el borroso recuerdo de unos versos que hablaban de la noche del 711 en que Taric se apoderó de Gibraltar.

y el sombrío poeta árabe que escribió aquellos versos la calurosa noche del 711 apoyándose en la cimitarra

imitaba los versos que su abuelo le leía en la lejana Argel;

y el abuelo de Argel había leído a Imru-Ui-Qais, al que Mahoma consideraba el primer gran poeta árabe; lo había leído una interminable jornada en el desierto de Sahara (más húmedo ahora que entonces)

en la lenta marcha de los camelos y las teas encendidas.

Y es probable que Imru-Ui-Qais escribiera en la lengua de Alá imitaciones de Horacio,

y Horacio admiraba a Virgilio,

y Virgilio aprendió en Homero,

y Homero, el ciego, repetía en hexámetros los extraños poemas que se susurraban al oído los amantes en las estrechas calles de Babilonia y Susa,

y en Babilonia y Susa
los poetas imitaban los versos de los hititas de Bog Haz Keui y de la capital egipcia de Tell El Amarna,

y los poetas del 4000 a.n.e.

imitaban a los poetas del 5000 a.n.e.

Hasta que el hombre de Pekín, en la húmeda caverna de Chou-Tien

viendo arder lentamente sobre las brasas el anca de un venado,

gruñó los versos que le dictaba desde el futuro un joven poeta que murmuraba cerrando un libro de Apollinaire.



Habana, 6, III, 69

Luis Rogelio Nogueras


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