miércoles, junio 24, 2015

Monólogo De La Noche


Más allá, sin embargo, está la muerte. Eso
que no sabes y en lo cual adivinas un frío, un terror.
Esa sombra que años de retórica fácil,
distracción y silencios complacientes
han podido evitar.
Cuando te acuestes, no obstante, esa última noche,
sólo para esperarla, trata entonces de entrar
serenamente dueño de tu dolor, tu cuerpo
como un viejo equipaje que ya dejas,
para volar sin miedo, sin sobresalto el aire
que una vez se te abrió escuchando a Schubert
en tu pueblo de infancia.
Luego, la desmemoria, el vasto corredor de luz y sombra,
qué sabemos, acaso, el choque abrupto con mandíbulas
de abismos o negros agujeros
y no haber hecho nada suficiente para merecerlo
o merecer otra suerte.
De nuevo (tal vez no sirva entonces Lao Tsé)
recurrirás al vademécum de tus astucias naturales
o pedirás o gemirás (todo podría ser convincente)
a las oscuras potencias por la salvación de tu alma.
Ese Dios con el cual no te llevaste bien evidentemente,
en el cual no creíste demasiado, es la verdad,
hará de ti un desecho que arrojará a lo más profundo.
Allí se acabarán tus penas.
Será, con todo, menos terrible que ser quemado vivo
por milenios y milenios entre inamistosos diablos.
Recuerda entonces (si es posible), que sólo fuiste un hombre.
Que salvado o perdido, fue a la larga, ganancia.
Que en la tierra tuviste bien o mal ciertas cosas.
Que te invitaron a una fiesta por azar, y te dieron
esa oportunidad gratuita de disfrutar o de aburrirte.
En ese momento, también, te aceptarás humilde.
Habrás vuelto a tu origen.


Pedro Arturo Estrada


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