miércoles, enero 06, 2016

¿Qué Se Ama Cuando Se Ama?

¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida
o la luz de la muerte? ¿Qué se busca, qué se halla, qué
es eso: amor? ¿Quién es? ¿La mujer con su hondura, sus rosas, sus volcanes,
o este sol colorado que es mi sangre furiosa
cuando entro en ella hasta las últimas raíces?


¿O todo es un gran juego, Dios mío, y no hay mujer
ni hay hombre sino un solo cuerpo: el tuyo,
repartido en estrellas de hermosura, en partículas fugaces
de eternidad visible?


Me muero en esto, oh Dios, en esta guerra
de ir y venir entre ellas por las calles, de no poder amar
trescientas a la vez, porque estoy condenado siempre a una,
a esa una, a esa única que me diste en el viejo paraíso.







Gonzalo Rojas



El Oficio De Vivir


He aquí que llego a la vejez
y nadie ni nada
me ha podido decir
para qué sirvo.
Sume usted
oficios, vocaciones, misiones y predestinaciones:
la cosa no es conmigo.
No es que me aburra,
es que no sirvo para nada.
Ensayo profesiones,
que van desde cocinera, madre y poeta
hasta contabilista de estrellas.
De repente quisiera ser cebolla
para olvidar obligaciones
o árbol para cumplir con todas ellas.
Sin embargo lo más fácil
es que confiese la verdad.
Sirvo para oficios desuetos:
Espíritu Santo, dama de compañía, Estatua
de la Libertad, Arcipreste de Hita.
No sirvo para nada.




Sísifo, por Ernesto Blanco




María Mercedes Carranza


¡Ay! Por Poco...

¡Ay!, por poco me rompe a mí el amor.
¡Ay!, por poco me aplasta a mí el temor.
¿Quién moriría conmigo, mujeres,
en un abrazo abrasador?

Largo es mi invierno; mi verano fugaz.
El dado del otoño ¿a quién me anunciará?
De este tiempo de mirón-guardaparque
¿quién conmigo se fugará?

La reja de los astros brilla en la inmensidad
y mi mente me ata a ese oscuro desván.
¿Quién rompería conmigo, mujeres,
al equilibrio universal?









Attila József

Traducción de Fayad Jamís


martes, diciembre 29, 2015

Una Del Montón


Soy la que soy.
Casualidad inconcebible
como todas las casualidades.


Otros antepasados
podrían haber sido los míos
y yo habría abandonado
otro nido,
o me habría arrastrado cubierta de escamas
de debajo de algún árbol. 

 
En el vestuario de la naturaleza
hay muchos trajes.
Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte.
Cada uno, como hecho a la medida,
se lleva dócilmente
hasta que se hace tiras. 

 
Yo tampoco he elegido,
pero no me quejo.
Pude haber sido alguien
mucho menos individuo.
Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre,
partícula del paisaje sacudida por el viento. 

 
Alguien mucho menos feliz,
criado para un abrigo de pieles
o para una mesa navideña,
algo que se mueve bajo el cristal de un microscopio. 

 
Árbol clavado en la tierra,
al que se aproxima un incendio. 

 
Hierba arrollada
por el correr de incomprensibles sucesos. 

 
Un tipo de mala estrella
que para otros brilla. 

 
¿Y si despertara miedo en la gente,
o sólo asco,
o sólo compasión? 

 
¿Y si hubiera nacido
no en la tribu debida
y se cerraran ante mí los caminos? 

 
El destino, hasta ahora,
ha sido benévolo conmigo. 

 
Pudo no haberme sido dado
recordar buenos momentos.


Se me pudo haber privado
de la tendencia a comparar. 

 
Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera
lo que habría significado

ser alguien completamente diferente.






Wislawa Szymborska

Traducción de Gerardo Beltrán y Abel Murcia



Balance


Es terrible no encontrar a dónde ir...

De las casas unas están destruidas,
sin lecho, a oscuras y con telas de araña,
con lepras en los muros y con espectros tristes,
otras se alzan tan falsas como un decorado.

Del palacio o la casa encantada,
la tapicería vemos gastada, anticuada.
No hay belleza en aquel lugar, no hay misterio,
y continuamos nuestro aislado camino,
en el jardín gotea el surtidor del cansancio.

Hay posadas que ya no se abren más por nosotros,
con las que hemos perdido el contacto,
cuando exentos de excusa, buscamos,
titubeantes como un extranjero,
o aun como mendigos, lejanos, extraños...

Es terrible no saber a dónde ir,
al final del día muerto
a la hora en que a veces se bebe, o se mata.

Encontrar que no hay sendero,
no hay camino, no hay puerta, donde llamar,
en la fatua sonrisa del triunfo,
o en el pobre final, consumida ¡la Casa del Alma!




Pabellón de Palabras & Mario Rivero & Balance





Mario Rivero



domingo, diciembre 27, 2015

Olga Orozco


Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
Unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
La humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
Y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
Aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en mí
igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.

Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como un rayo,
no en el tumulto incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura
que los cambiantes sueños, allá, donde escribimos la sentencia:
"Ellos han muerto ya.
Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento".









Olga Orozco


sábado, diciembre 26, 2015

El Paraíso



“…el largo, el triste juego del amor”.
Jaime Sabines




 

No olvido el paraíso,
ese lugar de paso de la infancia,
con su felicidad a cuestas
y tanta luz entre los ojos.
Salí contigo del paraíso.
En sus nubes de azúcar
no ocurren las noches de zozobra
a la espera de un gesto de ternura.
La paz que prometen a los bienaventurados
no cabe en la cama tuya y mía.
Cuando tu voz habla y me da este mundo
en una sola palabra bella o sucia,
no recibo la gracia del bendito
sino la condena de esperar otra palabra
para vivir el día que me aguarda.
En mi cara de iluminada
no está la sonrisa gozosa del querubín
porque mi mano busca y encuentra, pero no le basta,
porque jamás podrás pronunciar las palabras suficientes
ni habrá huellas tuyas que estén de más:
este enamorado montón de carne nunca se saciará.
Salí contigo del paraíso
para jugar el largo, el triste juego del amor.





























María Mercedes Carranza




Maldición


Te perseguiré por los siglos de los siglos.

No dejaré piedra sin remover
Ni mis ojos horizonte sin mirar.


Donde quiera que mi voz hable
Llegará sin perdón a tu oído
Y mis pasos estarán siempre
Dentro del laberinto que tracen los tuyos.


Se sucederán millones de amaneceres y de ocasos,
Resucitarán los muertos y volverán a morir
Y allí donde tú estés:
Polvo, luna, nada, te he de encontrar.

















María Mercedes Carranza



martes, diciembre 15, 2015

El despertar


A León Ostrov



 

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios

Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo

Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos

Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay monstruos
que beben de mi sangre

Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.

Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada

Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue

¿Cómo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?

El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual

Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde

Señor
Arroja los féretros de mi sangre

Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón

Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas

Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo








Alejandra Pizarnik




El Fornicio

Te besaré en la punta de las pestañas y en los pezones,
te turbulentamente besara,
mi vergonzosa, en esos muslos
de individua blanca, tocara esos pies
para otro vuelo más aire que ese aire
felino de tu fragancia, te dijera española
mía, francesa mía, inglesa, ragazza,
nórdica boreal, espuma
de la diáspora del Génesis... ¿Qué más
te dijera por dentro?
                                   ¿griega,
mi egipcia, romana
por el mármol?
                        ¿fenicia,
cartaginesa, o loca, locamente andaluza
en el arco de morir
con todos los pétalos abiertos,
                                           tensa
la cítara de Dios, en la danza
del fornicio?

Te oyera aullar,
te fuera mordiendo hasta las últimas
amapolas, mi posesa, te todavía
enloqueciera allí, en el frescor
ciego, te nadara
en la inmensidad
insaciable de la lascivia,
                                      riera
frenético el frenesí con tus dientes, me
arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo
de otra pureza, oyera cantar las esferas
estallantes como Pitágoras,
                                          te lamiera,
te olfateara como el león
a su leona,
               para el sol,
fálicamente mía,
                         ¡te amara! 

 




Gonzalo Rojas



miércoles, noviembre 18, 2015

La Canción De La Bala


La civilización va a desaparecer víctima de una pequeña máquina hija de la civilización: el revólver.

El revólver, catapulta de bolsillo, que lanza la bala leve, ágil y perforante. La bala es la polilla de la humanidad; como microbio tenaz roe y pudre las entrañas de los hombres y convierte en polvo la carne.

Gusanillo de hierro, devorador de cadáveres vivos, hermano de los gusanos de las tumbas; ejecutor de justicias, mensajero de rencores, caballero alado de la muerte. 

¿Qué pensará el buen obrero de ojos sencillos que habita probablemente en la casita blanca de arrabal y tiene tres niños retozones y una mujer alegre y sonrosada; qué pensará el buen obrero al forjar las balas en su taller? No sabrá, sin duda, que esa, tan esbelta y pulida, impulsada por la mano ilusa del ácrata, irá a taladrar la frente de un rey; ni que esa otra, vibrante y fría, desgarrará el seno trémulo de la mujer que engañó, ni que aquella otra servirá un día al conspirador monárquico para apagar la luz liberadora en el cerebro del reformador.

Y no sabrá tampoco el buen obrero que una y otra, las justas y las injustas, las que llevan un mensaje de odio o las que van a realizar una sublime idea, las que vengan al amante, las que suprimen al espía; las que hielan al pensador, las que atravesaron a Jaurés, sacrificado en aras de un restringido ideal  patriótico, las que intentaron matar a Clemenceau, guiadas por un amplio ideal humanitario, las que derribaron a Canalejas porque era un grande hombre, y las que derribaron a Dato porque no lo era, las que eliminan a la princesa inocente, y al sátrapa oprobioso, todas van a colaborar en la oscura obra de la transformación del mundo como los ciegos gusanos de las tumbas que preparan la materia para un nuevo florecimiento.

¡Una racha admirable y misteriosa de locura cruza la tierra; en Londres gélido y en Berlín burgués, la bala, alegre y musical, canta en los oídos la canción de la muerte fecunda! Estamos, amigos míos, en la era de la bala; descubrámonos ante nuestra señora la pistola, virgen de siete ojos y larga nariz, virgen vendada e iluminada, que trae en su seno la libertad de los pueblos, que está arrasando todas la tiranías, las aristocráticas y las democráticas, las de sangre y las de ambición; que está preparando el advenimiento del único reinado humano y justo: el del hombre simple, del buen hombre, del hombre.





Luis Tejada Cano


Las Armas


Quijano Mantilla ha hecho el elogio del revólver como buen santandereano. Un hombre antioqueño podría intentar el elogio del cuchillo. Yo no lo intentaré, sencillamente por­que soy un mal antioqueño; lo soy por muchas cosas: porque no llevo cuchillo, porque no gusto de la mazamorra, porque no soy Restrepo ni Vásquez por ningún lado, porque no pienso tener hijos jamás, porque no creo en el infierno. Sin embargo, no dejo de admirar un poco la excelencia de aquella arma terrible y reconozco perfectamente su estirpe caballeresca. El cuchillo desciende sin duda de la daga medieval, de la daga de mango preciosamente cincela­do que llevaban sobre el lado izquierdo con heroico donaire los caballeros del Renacimiento.

Por lo demás, los cuchillos deben ser indudablemente más bellos leídos o imaginados que sentidos. En La hermética de Rotschilde, una extraña mujer tira cuchillos al aire y los vuelve a recibir con diabólica precisión hasta que uno le cae de punta sobre los senos. Esta malabarista de la muerte, aureolada de lenguas pálidas de acero, produce cierta discreta emo­ción que puede disfrutar sin peligro cualquier hombre sensible. Para que la tragedia sea bella hay necesidad de que no sea verdad o de que sea una verdad lejana, pero ¿para qué sirven las armas? Las armas sirven, simplemente, para no matar a nadie y al que me argumente lo con­trario y haga la lista de los muertos a puñaladas y a balazos que se suceden con frecuencia, que está alarmando ya a los directores de las cárceles, le diré que se equivoca, porque una locomotora mata tanto o más aun cuando se hizo precisamente para otras cosas.

En cierto modo, los muertos a puñaladas y a balazos son obra de la casualidad. Cuando un revólver o una locomotora matan a alguien, hacen una función accidental perfectamente opuesta o al menos distinta del destino para que fueron creados. La locomotora se inventó para conducir pasajeros; el revólver se inventó para quitar el miedo y esa es su función per­manente. En realidad, el revólver es en psicología una especie de contrapeso del “coco” y del “brujo”; cuando estamos grandes, el revólver nos ayuda a vencer el miedo que el “coco” y el “brujo” crearon en nuestras almas de niños.

El miedo es una afección puramente subjetiva. Está dentro de nosotros como un de­moncejo cosquilleante, como un niño mimado que teme a las sombras y a la soledad. Por eso necesitamos algo que lo adormezca y hay muchas formas de hacerlo: silbando, cantando, viviendo borrachos (entre más borrachos, mejor), llevando alguien que nos acompañe y nos hable o, más eficaz que todo, cargando un arma protectora.

Las armas, y aun ciertas cosas que no lo sean y que apenas se les parezcan, poseen esa misteriosa cualidad de proteger. Una escopeta descargada o sin gatillo, o simplemente una cubierta de revólver, o un cuchillo de palo, producen ya un efecto inefable de seguridad. Basta con que tengan cierta conformación siniestra, cierto aspecto externo de cosa agresiva y mor­tífera, para que nos sintamos tranquilos y seamos capaces de adelantar por los caminos llenos de probables bandoleros. 

El hombre verdaderamente valeroso, sereno, lúcido, no lleva arma jamás. No teme a lo desconocido y para él, el quién sabe es una interrogación sin sentido, porque ha logrado despejar su alma de prejuicios infantiles. Los débiles y los tímidos necesitan un complemento psicológico para ser espiritualmente fuertes: es el revólver.





El Espectador, “Gotas de tinta”, Medellín, 14 de agosto de 1920.



Luis Tejada Cano


Los Fieles Difuntos

¿Qué clase de gente son ustedes
que ven al mundo
                                doblarse y gritar
                                            y sólo se ocupan de sus asuntos?



Gustavo Pereira

martes, noviembre 17, 2015

El Pequeño Vagabundo


Madre amada, madre amada, la iglesia está yerta,
y la taberna es grata, placentera y tibia.
Puedo decir, por otra parte, dónde me tratan bien,
aunque tal trato nunca será bien visto por el cielo.

Si en la iglesia nos diesen un poco de cerveza
y un fuego grato para entibiar nuestras almas
cantaríamos y rezaríamos el día entero.
Nunca querríamos alejarnos de la iglesia.

Así el párroco podría predicar, beber y cantar.
Todos nos sentiríamos dichosos como pájaros en primavera
y la modesta dama contrahecha, que siempre está en la iglesia,
no tendría hijos patizambos ni repartiría ayunos y latigazos.

Y Dios, como un padre, se regocijaría al ver
a sus hijos tan apreciables y dichosos como Él.
Ya no reñiría con el diablo,
sino que le besaría, dándole bebida y vestido.




Desocupados, de Antonio Berni




William Blake

En: "Cantos de experiencia"

Traducción: Pablo Mañé Garzón

lunes, noviembre 16, 2015

Somari

Hay un poco de mí en ti
Pero es mucho más de lo poco de ti que hay en mí
Mi orgullo está en
                    saber que esta vez
he dado más de lo que recibo.




Gustavo Pereira