a Rossana Sironi
Tú no debiste, querida,
arrancar tu imagen del mundo,
quitarnos una medida de belleza.
Enemigos de la muerte, ¿qué haremos
inclinados ante tus pies rosa,
sobre tu costado violeta?
No has dejado hoja ni palabra
de tu último día o un no a cada cosa
aparecida sobre la tierra, un no al monótono
diario de los hombres. La triste, estival
ancla de luna arrastró
tus sueños: colinas árboles luz,
noches aguas; no confusos
pensamientos, sueños verdaderos
arrancados de la mente que decidió
súbitamente por ti
el tiempo, la vileza futura. Ahora
estás tras duras puertas,
enemiga de la muerte. –¿Quién grita? ¿Quién grita?-
Has matado de un soplo a la belleza
la has fulminado para siempre, la has desgarrado
sin un lamento por su loca
sombra, que extiende sobre nosotros. No bastaban,
belleza, soledad deshecha.
Has hecho un gesto en la oscuridad, has escrito
tu nombre en el aire o ese no a todo
lo que bulle a uno y otro lado del viento.
Sé lo que querías con el vestido nuevo,
conozco la pregunta que vuelve vacía.
No hay para nosotros, no hay para ti respuesta,
oh musgo y flores, oh querida
enemiga de la muerte.
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