lunes, septiembre 07, 2015

Que Noche De Hojas Suaves

Que noche de hojas suaves y de sombras
de hojas y de sombras de tus párpados,
la noche toda turba en ti, tendida,
palpitante de aromas y de astros.

El aire besa, el aire besa y vibra
como un bronce en el límite lontano
y el aliento en que fulgen las palabras
desnuda, puro, todo cuerpo humano.

Yo soy el que has querido, piel sinuosa,
yo soy el que tú sueñas, ojos llenos
de esa sombra tenaz en que boscajes
abren y cierran párpados serenos.

Qué noche de recónditas y graves
sombras de hojas, sombras de tus párpados:
está en la tierra el grito mío, ardiendo,
y quema tu silencio como un labio.

Era una noche y una noche nada
es, pregona en sus cántigas el viento:
aún oigo tu anhelar, tu germinar melódico
y tu rumor de dátiles al viento.

Y he de cantar en días derivantes
por ondas de oro, y en la noche abierta
que enturbiará de ti mi pensamiento,
he de cantar con voz de sombra llena.

Qué noche de hojas suaves y de sombras
de hojas y de sombras de tus párpados,
la noche toda turba en ti, tendida,
palpitante de aromas y de astros.



















Aurelio Arturo




Canción De La Noche Callada


En la noche balsámica, en la noche,
cuando suben las hojas hasta ser las estrellas,
oigo crecer las mujeres en la penumbra malva
y caer de sus párpados la sombra gota a gota.


Oigo engrosar sus brazos en las hondas penumbras
y podría oír el quebrarse de una espiga en el campo.


Una palabra canta en mi corazón, susurrante
hoja verde sin fin cayendo. En la noche balsámica,
cuando la sombra es el crecer desmesurado de los árboles,
me besa un largo sueño de viajes prodigiosos
y hay en mi corazón una gran luz de sol y maravilla.


En medio de una noche con rumor de floresta
como al ruido levísimo del caer de una estrella,
yo desperté en un sueño de espigas de oro trémulo
junto del cuerpo núbil de una mujer morena
y dulce, como a la orilla de un valle dormido.


Y en la noche de hojas y estrellas murmurantes,
yo amé un país y es de su limo oscuro
parva porción el corazón acerbo;
yo amé un país que me es una doncella,
un rumor hondo, un fluir sin fin, un árbol suave.


Yo amé un país y de él traje una estrella
que me es herida en el costado, y traje
un grito de mujer entre mi carne.


En la noche balsámica, noche joven y suave,
cuando las altas hojas ya son de luz, eternas…


Mas si tu cuerpo es tierra donde la sombra crece,
si ya en tus ojos caen sin fin estrellas grandes,
¿qué encontraré en los valles que rizan alas breves?,
¿qué lumbre buscaré sin días y sin noches?




















Aurelio Arturo



domingo, septiembre 06, 2015

Hallazgo De La Vida

¡Señores! Hoy es la primera vez que me doy cuenta de la presencia de la vida. ¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento, para saborear esta emoción formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía y me hace dichoso hasta las lágrimas.

Mi gozo viene de lo inédito de mi emoción. Mi exultación viene de que antes no sentí la presencia de la vida. No la he sentido nunca. Miente quien diga que la he sentido. Miente y su mentira me hiere a tal punto que me haría desgraciado. Mi gozo viene de mi fe en este hallazgo personal de la vida, y nadie puede ir contra esta fe. Al que fuera, se le caería la lengua, se le caerían los huesos y correría el peligro de recoger otros, ajenos, para mantenerse de pie ante mis ojos.

Nunca, sino ahora, ha habido vida. Nunca, sino ahora, han pasado gentes. Nunca, sino ahora, ha habido casas y avenidas, aire y horizonte. Si viniese ahora mi amigo Peyriet, le diría que yo no le conozco y que debemos empezar de nuevo. ¿Cuándo, en efecto, le he conocido a mi amigo Peyriet? Hoy sería la primera vez que nos conocemos. Le diría que se vaya y regrese y entre a verme, como si no me conociera, es decir, por la primera vez.

Ahora yo no conozco a nadie ni nada. Me advierto en un país
extraño, en el que todo cobra relieve de nacimiento, luz de epifanía inmarcesible. No, señor. No hable usted a ese caballero. Usted no lo conoce y le sorprendería tan inopinada parla. No ponga usted el pie sobre esa piedrecilla: quién sabe no es piedra y vaya usted a dar en el vacío. Sea usted precavido, puesto que estamos en un mundo absolutamente inconocido.

¡Cuán poco tiempo he vivido! Mi nacimiento es tan reciente, que no hay unidad de medida para contar mi edad. ¡Si acabo de nacer! ¡Si aún no he vivido todavía! Señores: soy tan pequeñito que el día apenas cabe en mí.

Nunca, sino ahora, oí el estruendo de los carros, que cargan piedras para una gran construcción del boulevard Haussmann. Nunca, sino ahora, avancé paralelamente a la primavera, diciéndola: “Si la muerte hubiera sido otra…” Nunca, sino ahora, vi la luz áurea del sol sobre las cúpulas del Sacré-Coeur. Nunca, sino ahora, se me acercó un niño y me miró hondamente con su boca. Nunca, sino ahora, supe que existía una puerta, otra puerta y el canto cordial de las distancias.

¡Dejadme! La vida me ha dado ahora en toda mi muerte.






César Vallejo



Voy A Hablar De La Esperanza


Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente.

Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese católico, ateo ni mahometano, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente.


Me duelo ahora sin explicaciones. Mi dolor es tan hondo, que no tuvo ya causa ni carece de causa. ¿Qué sería su causa ¿Dónde está aquello tan importante, que dejase de ser su causa? Nada es su causa; nada ha podido dejar de ser su causa. ¿A qué ha nacido este dolor, por sí mismo? Mi dolor es del viento del norte y del viento del sur, como esos huevos neutros que algunas aves raras ponen del viento. Si hubiera muerto mi novia, mi dolor sería igual. Si me hubieran cortado el cuello de raíz, mi dolor sería igual. Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente.

Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de mi sufrimiento, que de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba una brizna de yerba al menos. Lo mismo el enamorado. ¡Qué sangre la suya más engendrada, para la mía sin fuente ni consumo!

Yo creía hasta ahora que todas las cosas del universo eran, inevitablemente, padres o hijos. Pero he aquí que mi dolor de hoy no es padre ni es hijo. Le falta espalda para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer y si lo pusiesen en una estancia obscura, no daría luz y si lo pusiesen en una estancia luminosa, no echaría sombra. Hoy sufro suceda lo que suceda. Hoy sufro solamente.



César Vallejo



sábado, septiembre 05, 2015

Antiguos Recién Llegados


Por el camino a Palaausain, cerca de Porshiina,
los conejos bailan una danza secreta,
con las culebras Kashiiwano’u...
y los niños pastores ahuecan sus manos
para inventar los silbidos...: ¡waawai!, ¡waawai!...

y el monte se descubre en cien senderos:
el de la piedra y el polvo,
el del agua y la sombra,
el del sueño y la risa,
el de la trampa y el temor,
el de la mujer y la fiesta.

Por el camino a Palaausain, cerca de O’utüsumana,
los espantos beben chicha
en los ranchos abandonados...
y el silencio trae el diálogo oculto de los muertos.

Así vemos que nuestro antiguo mundo
es, aún, sonriente aprendiz de la vida.

Somos como eternos recién llegados










Vito Apüshana


jueves, septiembre 03, 2015

Danza


Salimos al baile circular
y todos los pies giran desnudos.

Las mujeres ríen la alegría de los hombres.

Hay toques de Kaasha,
cantos de Jayeechmajachi,
sonidos de Wontoroyoi,
sonidos de Sawawa. . .

Música de los que estamos en la risa.

Los hombres nos hacemos contentos
bajo la sombra de las mujeres. 

Sentimos sus brazos,
aún, en los viajes lejanos.





Vito Apüshana

Historia De La Playa

Ante la inclemencia
del diluvio

para contener el mar

cada cual
puso
un grano de arena.



Por: Paola Leija












John Galán Casanova

Solidaridad


Los pañuelos

blancos

agitados al mediodía



para la tarde

enjugan nuevos lutos.






John Galán Casanova

miércoles, septiembre 02, 2015

El Espejo

Estuve aquí.
                               Me ahogaron contra el muro.
Alguien dijo mi nombre es esa puerta
agitando un pañuelo sin color.
Y yo que estaba ciego me tragué
el grito a chorros verdes de silencio.

Conozco ya tu voz.
                                    Yo estuve aquí.
Desde hace años que muero y resucito.
Nadie me ve morir.
                                     No me conocen
quienes creen que soy el que pregunto:
"- ¿Por dónde pasa el bus?
- ¿Me presta un fósforo?"

Ceñido al sexo.
                             A su materia oscura.
Comprando la cadera atormentada.
El labio.
                     El alarido.
                                             Y el mordisco.
Gimiendo por la sal de la entrepierna.
Yo estoy allí.
Yo soy David.
                                          ¡Estoy gritando!
Soy yo que vuelvo.
                                                La escalera oprime
angustiada de amor mis dos zapatos.

¡Oh amarradme, amarradme -oh, si- amarradme!
Los huesos ya no bastan.
                                                     Nada basta.
Ni la boca.
                            Ni el ojo.
                                                     Nada basta.
Necesito más cuerdas.
                                                     ¡Amarradme
porque me estoy rodando hacia el vacío!

Yo soy.
                              Yo estoy gritando.
Parado aquí.
Están sordos.       No me asisten.
Y muero cuerpo adentro sin decirlo.
Aullando, sí. Mordiendo. Combatiendo.





David Ledesma Vásquez


Nuevo Conocimiento De La Muerte

Morimos en silencio. Nos morimos
sin que nadie lo note. Sin que nadie
pregunte por la lenta muerte diaria.







David Ledesma Vásquez

martes, septiembre 01, 2015

La Próxima Línea Talvez


Incansables, prometemos el silencio.

La próxima línea, talvez. 

O ese libro en el que,
pródigos,
renunciamos a toda claridad.

La vida sin embargo
quiere ser dicha
y aun para la Nada
tenemos esa bella palabra.


Orlando Gallo Isaza

Píntate los senos...


Píntate los senos
de achiote y negro

nos amaremos en el mediodía amarillo
como en un desierto

en la raya del alba
como en la frontera de dos reinos.





José Manuel Arango

Chofer

Abandoné códigos
y un dudoso colegaje
a los veintisiete años.


Sólo entonces descubrí
que la precaria felicidad
que a todo hombre se debe
era para mí
esta hora de penumbra en la cabina
interrumpida apenas
por la tímida luz del dial
proyectada en la palanca de cambios.





Orlando Gallo Isaza

Brujas

De haber sido un niño más atento
habrías sabido entonces
y no ahora
que el miedo a las noches de la finca
era el anuncio de cierto tipo de felicidad
allí aguardándote
y que la temida proximidad de las brujas
anhelarías.



















Orlando Gallo Isaza


sábado, agosto 29, 2015

¿Hablé un día?...

¿Hablé un día?

¿Pronuncié palabras hiladas de tal modo que aquellos que viajaban conmigo volvieran los ojos, aguzaran sus oídos?

Que, al menos, se dijeran entre sí: "¿Entiendes lo que dice? ¿De qué sueño, de qué universo nos habla con palabras que también son nuestras?"

Nada. Nadie. Ninguno volvió sus ojos.

¡Y yo volví los míos sobre mi corazón de bruto, hacia mi sangre animal viva y cálida en su torrente vivo!

Bruto entre los brutos, pero con un ojo alerta, tampoco era nuevo mi corazón, ni más elocuente que la hoja muerta reposada de humedad entre el mantillo, donando su pequeña porción de luz, su delgada nervadura que volvía al torrente lento de la savia.

Una voz había allí, lo supe, bajo su magnífica humildad abandonada al flujo de lo vivo.

Y yo leí sobre la hoja y su tenue cedazo de nervios la alta metáfora de lo viviente.

Nunca tuve voz, también lo supe. Sólo palabras. Y oídos, maravillosos oídos para el eco.

Y la hoja muerta me conduce a la certeza de una soledad irremediable, pues yo no tengo voz para decirte todo aquello que en mí se mueve como una savia muda. 






Gabriel Jaime Franco