Por el camino a Palaausain, cerca de Porshiina,
los conejos bailan una danza secreta,
con las culebras Kashiiwano’u...
y los niños pastores ahuecan sus manos
para inventar los silbidos...: ¡waawai!, ¡waawai!...
y el monte se descubre en cien senderos:
el de la piedra y el polvo,
el del agua y la sombra,
el del sueño y la risa,
el de la trampa y el temor,
el de la mujer y la fiesta.
Por el camino a Palaausain, cerca de O’utüsumana,
los espantos beben chicha
en los ranchos abandonados...
y el silencio trae el diálogo oculto de los muertos.
Así vemos que nuestro antiguo mundo
es, aún, sonriente aprendiz de la vida.
–Somos como eternos recién llegados–
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