Abandoné códigos
y un dudoso colegaje
a los veintisiete años.
Sólo entonces descubrí
que la precaria felicidad
que a todo hombre se debe
era para mí
esta hora de penumbra en la cabina
interrumpida apenas
por la tímida luz del dial
proyectada en la palanca de cambios.
y un dudoso colegaje
a los veintisiete años.
Sólo entonces descubrí
que la precaria felicidad
que a todo hombre se debe
era para mí
esta hora de penumbra en la cabina
interrumpida apenas
por la tímida luz del dial
proyectada en la palanca de cambios.
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