martes, octubre 13, 2015

Camino


En la cueva de Pulaashiru’u
hay un nido de saberes antiguos, que he de alimentar.

Son cosas silenciosas, hermano.

Como la piedra de Aalasü,
que guardará nuestra sangre
más allá del último Wayuu.

Como el peñasco de Juliiluanar,
que encierra el misterio de los muertos.

Como el secreto que nos dice
que nunca estamos solos.



Vito Apüshana

Gente


Yo nací en una tierra luminosa.
Vivo entre luces, aún en las noches.
Yo soy la luz de un sueño antepasado.
Busco en el brillo de las aguas, mi sed.
Yo soy la vida, hoy.
Soy la calma de mi abuelo Anapule,
que murió sonriente...




Vito Apüshana

Estoy cada vez más cerca...


Estoy cada vez más cerca de la confusión absoluta: 
no ser nada, no saber nada. 

No saber incluso si algún día supe cosa alguna: sombra de sombra.

¿Qué sé yo de qué?
¿Por qué hablaría de algo, con qué autoridad, y a quién?

¿Por qué tendría la certeza de que si digo alguna cosa, esa cosa le es necesaria a alguien?

Imagino ahora un cuerpo que se deshace, que pierde sustancia, que asiste a su declinación definitiva, pero al que le sobrevive el deseo de hablar; imagino sus labios que intentan el balbuceo de una frase para Dios en sus últimos instantes:

¿qué lenguaje le asistirá, 
qué palabras podrán otorgar sentido a su pérdida y a su deseo de permanencia, 
qué palabra podrá mostrar ese sitio vacío y desesperado en el que sin embargo parece sobrevivir la nostalgia de un saber?

Cosas así me conducen hacia el silencio.




Gabriel Jaime Franco




Estoy efectivamente malogrando mi vida...


Estoy efectivamente malogrando mi vida. 


Con todo, soy optimista: no he dicho, todavía, que ya está malograda. 

Mi miedo, ese sitio al que me he pasado a vivir acompañado de un alambique, un inmenso haz de hojas venenosas, dos mudas y dos libros, mi miedo, digo, mi miedo ha malogrado mi vida. 

Dios es su padre, y padres también mi padre, mi madre, 

y los muertos, 

aquellos muertos que, ya joven y apenas recién abiertos los ojos, viera bajando como pequeños islotes móviles sobre la superficie de los ríos que fueron parte viva de los mitos de mi infancia, 

mi infancia, mi infancia, 

ya muerta también pero que me habla aún desde el laberinto enfermo de mi sangre.

Yo no soy, madre, el padre de mi miedo: soy su hijo. 

Con todo, algo me sustenta:

Pues páginas no mías me mantienen en pie,

y tus manos, amor, pues en ellas descubro que estoy vivo porque me tocan.

Sobre tus manos y páginas no mías me yergo todavía. 

Lo que fui, y lo que aun soy, está fuera de mí. 




Gabriel Jaime Franco





viernes, octubre 09, 2015

Herederos Del Canto Circular




Herederos Del Canto Circular



Fredy Chikangana, Vito Apüshana, Hugo Jamioy

Demasiados Poetas


Tanto mendigo junto pierde la limosna,
decía mi abuela.


Y sucede otra vez:
tanto poeta en desbandada por ahí,
tanto escribidor pululante,
termina haciéndose insoportable, impotable, intolerable.

Todos los días alguien lanza un nuevo poemario
que por supuesto a nadie más importa
excepto al propio autor.

Todos los días millones de delirantes escriben
su página de ocasión
para alimentar el ego impenitente,

el vampiro sediento que acecha tras los gestos
de aparente modestia.

Y todo pasa
Y nada pasa

Demasiados poetas en reunión,
demasiados poetas en congresos,
demasiados poetas en insulsa promoción,

mientras en el rincón más apartado del mundo
ríe el diablo.

***
(2011)








Pedro Arturo Estrada

La Entrega


(Voz de Eurídice)

Te doy mi vida, amigo,
y mi muerte también;
pero mi vida es
un gran lirio de hierro
que perfuma y destroza.

Te doy mi muerte, amigo,
tómala tú, tranquilo,
entre tus dulces manos
que fingen una lira,
pues mi muerte no tiene
más luz que tu palabra.


Pabellón de Palabras & La Entrega & David Ledesma Vásquez















David Ledesma Vásquez


Cuaderno De Orfeo



Cuaderno De Orfeo







David Ledesma Vásquez

jueves, octubre 08, 2015

Primer Lamento De Orfeo

Todo el amor no alcanzaría para
cubrir de besos tus delgadas cejas.
Todo el dolor no bastaría para
llorar de hinojos tu ternura intacta.

Ni mañana ni nunca ha de lograrte.
Por una eternidad inconmovible
estoy llorando con tus ojos. Arde
un fuego extraño que te viste entera,
que te vela de músicas secretas.

Un laberinto negro te confunde.
Oh tú, pequeña, tierna, áspera
criatura que te das y que te escapas
con la facilidad de tu sonrisa!



David Ledesma Vásquez




El Tormento de Eurídice

Nada de esto existe. No. Lo ven mis ojos,
la mano triste palpa su contorno,
el agua aquella moja ya mis labios;
pero no existe. No.
No existe el viento. No existe el alma.
No hay sobre la tierra un ser que me ame,
que crea en mí, que espere de mí algo
sino su propia forma de alegría.
Nada tengo que dar también es cierto,
sino mi llanto sólo. Y esta agonía
de mirar
mis propios ojos ciegos contemplándome,
mi propia voz diciendo el nombre mío.
No existe nada grato, nada amable;
ni una palabra húmeda de amor,
ni un dulce llanto que verter, ni acaso
el fuego alucinado en que me quemo!










David Ledesma Vásquez



martes, octubre 06, 2015

La Canción De Orfeo

Como aquel que posee muchas tierras
y no conoce todos sus linderos,
quiero aprender tu rostro de memoria:
Déjame contemplarte ardientemente.

Quiero tener entre mis brazos toda
la alegría inaudita de tu cuerpo,
y el gesto alado con que caen tus hombros
un tanto abandonados y otro tristes.

Dime cómo es tu piel, qué resorte,
qué mecanismo ideal hace encender
esa luz tan purísima que, a veces,
te alumbra desde el fondo las pupilas.

Enséñame tu risa. Tu silencio
y tu aliento también, esa fragancia
cálida cual crepúsculo incendiado,
como el crepúsculo, estremecedora.

O mejor tú, en completa desnudez,
dejáme ser en ti, ignorante y ciego,
una tibieza leve que te siente
sin explicarse todos tus misterios.




Tomada de: Orfeu Negro















David Ledesma Vásquez



Primer Lamento De Eurídice

Aquel que está a la diestra
de los dioses, borracho de su luz
y su armonía.

Aquel que brota lirios
cuando mira. Y que sabe
que su intacta sonrisa
es un sol inasible.

Aquel que tiene un ramo
de mirto entre las manos
y una rosa de fuego
quemándole los labios.

Anchos ríos de música
le atraviesan el torso.
Su cabeza inaudita
remata un dulce cuello
por donde gruesas venas
fingen lianas salvajes.
Tiene el vientre de mármol,
las caderas estrechas
y la esbelta cintura
de metálico brillo.

Largos ruedan sus muslos
-¡oh, purísima carne!-
a encontrar las rodillas
firmes y consteladas
y sus brazos se mueven
en caricia infinita
impulsados por músculos
de una tierna dureza.

Aquel que está a la diestra
de los dioses,
y que, -desnudo y tenso-
se yergue contra el viento
con una lucidez
de estatua estremecida!



Tomada de: Orfeu Negro






















David Ledesma Vásquez







lunes, octubre 05, 2015

Canción Última

Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.

Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza





Miguel Hernández & Pabellón de Palabras & Canción Última
















Miguel Hernández




Momentos Nocturnos

Miré el tiempo y conocí la noche.
Mi mente puso incendios en la nada.
Fueron soles, miríadas, que llenaban
el cielo. Todo era cielo.
Tuve todo, menos dioses en impasible
felicidad. Viví con embeleso
en el radiante concierto de los mundos.

De astro en astro, hasta el infinito
pudieron ojos mortales
medir al fin la pequeñez humana.
De galaxia en galaxia, iba el alma
tras la vista, hacia firmamentos
en donde nada medra ni concluye.

Cantó en el cielo el azul de la noche
y el ruiseñor huyó al umbral del tiempo.
Los cerros llamaron con música de vuelo
a las estrellas. Pasó un ciervo blanco
por el sigilo húmedo del bosque,
y en la sombra despertó tu desnudo.
La tierra fue de nuevo mi deseo.





Por: William Blake.

















Jorge Gaitán Durán



domingo, octubre 04, 2015

Envío

No he podido olvidarte. He conseguido
que este inútil desorden de mis días
solitarios, concluya en las porfías
de un corazón que da cada latido

a tu memoria. En tu mundo abolido,
he luchado por ti contra las pías
obras de Dios. Cuanto ayer le exigías
será invención del hombre que ha nacido.

Tantas razones tuve para amarte
que en el rigor oscuro de perderte
quise que le sirviera todo el arte

a tu solo esplendor y así envolverte
en fábulas y hallarte y recobrarte
en la larga paciencia de la muerte.




















Jorge Gaitán Durán