Estoy efectivamente malogrando mi vida.
Con todo, soy optimista: no he dicho, todavía, que ya está malograda.
Mi miedo, ese sitio al que me he pasado a vivir acompañado de un alambique, un inmenso haz de hojas venenosas, dos mudas y dos libros, mi miedo, digo, mi miedo ha malogrado mi vida.
Dios es su padre, y padres también mi padre, mi madre,
y los muertos,
aquellos muertos que, ya joven y apenas recién abiertos los ojos, viera bajando como pequeños islotes móviles sobre la superficie de los ríos que fueron parte viva de los mitos de mi infancia,
mi infancia, mi infancia,
ya muerta también pero que me habla aún desde el laberinto enfermo de mi sangre.
Yo no soy, madre, el padre de mi miedo: soy su hijo.
Con todo, algo me sustenta:
Pues páginas no mías me mantienen en pie,
y tus manos, amor, pues en ellas descubro que estoy vivo porque me tocan.
Sobre tus manos y páginas no mías me yergo todavía.
Lo que fui, y lo que aun soy, está fuera de mí.
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