miércoles, octubre 21, 2015

Al Silencio


Oh voz, única voz: todo el hueco del mar,
todo el hueco del mar no bastaría,
todo el hueco del cielo,
toda la cavidad de la hermosura
no bastaría para contenerte,
y aunque el hombre callara y este mundo se hundiera
oh majestad, tú nunca,
tú nunca cesarías de estar en todas partes,
porque te sobra el tiempo y el ser, única voz,
porque estás y no estás, y casi eres mi Dios,
y casi eres mi padre cuando estoy más oscuro.




Gonzalo Rojas

Mendiga Voz


Y aún me atrevo a amar 
el sonido de la luz en una hora muerta, 
el color del tiempo en un muro abandonado. 

En mi mirada lo he perdido todo. 
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay. 




Alejandra Pizarnik

Carta Del Suicida


Juro que esta mujer me ha partido los sesos,
porque ella sale y entra como una bala loca,
y abre mis parietales, y nunca cicatriza,
así sople el verano o el invierno,
así viva feliz sentado sobre el triunfo
y el estómago lleno, como un cóndor saciado,
así padezca el látigo del hambre, así me acueste
o me levante, y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante,
así toque mi cítara para engañarme, así
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse,
juro que ella perdura, porque ella sale y entra
como una bala loca,
me sigue adonde voy y me sirve de hada,
me besa con lujuria
tratando de escaparse de la muerte,
y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna
vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
empollado en la muerte.




De: Eternal sunshine of the spotless mind


Gonzalo Rojas



lunes, octubre 19, 2015

El Instante


Ardió el día como una rosa.
Y el pájaro de la luna huyó
Cantando. Nos miramos desnudos.
Y el sol levantó su árbol rojo
En el valle. Junto al río,
Dos cuerpos bellos, siempre
Jóvenes. Nos reconocimos.
Habíamos muerto y despertábamos
Del tiempo. Nos miramos de nuevo,

Con reparo. Y volvió la noche
A cubrir los memoriosos.




Jorge Gaitán Durán



Luz De Mis Ojos




                                   I


Dios ignorante, vivo en la intrincada 
Prisión que a viles cosas da mi mente. 
Mas te miro y me ves hombre indigente 
Que el ojo ajeno vuelve hacia la nada. 

Desnudo en tu desnudo, soy mirada
Que mira con la lengua que te miente, 
Con el miembro que empuja mi simiente
Al vientre que me tiende la celada. 

Los ojos cierro y ya no estás. Has muerto. 
He muerto y aquí estoy, como las cosas, 
Ciego en el esplendor del mundo cierto.

No me miro existir. Nos junta en vano
Mi sombra en tus pupilas rencorosas. 
Arrojamos del mundo a nuestro hermano. 



                                     II


Después de todo haber vivido, muere
Con la frente quebrada por los dioses.
Contra mi madre lanza inicuas voces
Por parirme en la mano que me hiere. 

Obrar como el deseo es lo que quiere
Para negar la carne de mis goces. 
¡Las venas me cortara ante los dioses 
Sin que en mi hermano infiel el duelo impere!

Otro, lector, hermano incompetente, 
Mi ajeno yo, converso, te reclama, 
Adula un corazón que nada siente. 

Tu faz escupo. Ignoras quién te ama. 
La soledad te aparta abyectamente.
Mas me quemo en tu ira, soy tu llama. 




Jorge Gaitán Durán



jueves, octubre 15, 2015

La música no necesita justificación...


La música no necesita justificación, 
Ella no rompe el silencio:
lo abre como a un fruto maduro,
como a una mano húmeda,
como a un templo fervorosamente ecuánime.

La palabra, en cambio, sí necesita justificación.
Ella incorpora al silencio
el estremecimiento que emana del sentido,
el sinsabor de ese insinuante apremio
que desgasta al silencio. 

La música acompaña a la noche.
La palabra siempre la corrige.
La palabra empieza en el hombre.
La música puede empezar en cualquier parte.
La música es un gesto hacia la luz. 
La palabra es un gesto ante el vacío. 
La palabra desconcierta a las cosas. 
La música es una reducción de la nada. 

La música completa lo invisible. 
La palabra sólo recorta lo visible
y lo prende con alfileres 
en la espalda de los pájaros. 




Roberto Juarroz

Las pasiones se pierden...



Las pasiones se pierden,
salvo una quizá:
la pasión por la pérdida.


Y todo lo demás también se pierde: 
la rosa, los humores, tu rostro, 
la vida, la ventana, la muerte. 
También esta palabra se pierde, 
su lectura, su ruido. 


Sólo queda un recurso: 
convertir la pérdida en pasión
 



Roberto Juarroz



Extracción De La Piedra De La Locura


Elles, les ámes (...), sont malades et elles souffrent et nul ne leur 

porte-reméde; elles sont blessées et brisées et nul ne les panse.

Ruysbroeck




La luz mala se ha avecinado y nada es cierto. Y si pienso en todo lo que leí acerca del espíritu... Cerré los ojos, vi cuerpos luminosos que giraban en la niebla, en el lugar de las ambiguas vecindades. No temas, nada te sobrevendrá, ya no hay violadores de tumbas. El silencio, el silencio siempre, las monedas de oro del sueño.

Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque.

Si vieras a la que sin ti duerme en un jardín en ruinas en la memoria. Allí yo, ebria de mil muertes, hablo de mí conmigo sólo por saber si es verdad que estoy debajo de la hierba. No sé los nombres. ¿A quién le dirás que no sabes? Te deseas otra. La otra que eres se desea otra. ¿Qué pasa en la verde alameda? Pasa que no es verde y ni siquiera hay una alameda. Y ahora juegas a ser esclava para ocultar tu corona ¿otorgada por quién? ¿quién te ha ungido? ¿quién te ha consagrado? El invisible pueblo de la memoria más vieja. Perdida por propio designio, has renunciado a tu reino por las cenizas. Quien te hace doler te recuerda antiguos homenajes. No obstante, lloras funestamente y evocas tu locura y hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra a ella, tu solo privilegio. En un muro blanco dibujas las alegorías del reposo, y es siempre una reina loca que yace bajo la luna sobre la triste hierba del viejo jardín. Pero no hables de los jardines, no hables de la luna no hables de la rosa, no hables del mar. Habla de lo que sabes. Habla de lo que vibra en tu médula y hace luces y sombras en tu mirada, habla del dolor incesante de tus huesos, habla del vértigo, habla de tu respiración, de tu desolación, de tu traición. Es tan oscuro, tan en silencio el proceso a que me obligo. Oh habla del silencio.

De repente poseída por un funesto presentimiento de un viento negro que impide respirar, busqué el recuerdo de alguna alegría que me sirviera de escudo, o de arma de defensa, o aun de ataque. Parecía el Eclesiastés: busqué en todas mis memorias y nada, nada debajo de la aurora de dedos negros. Mi oficio (también en el sueño lo ejerzo) es conjurar y exorcizar. A qué hora empezó la desgracia? No quiero saber. No quiero más que un silencio para mí y las que fui, un silencio como la pequeña choza que encuentran en el bosque los niños perdidos. Y qué sé yo qué ha de ser de mí si nada rima con nada.

Te despeñas. Es el sinfín desesperante, igual y no obstante contrario a la noche de los cuerpos donde apenas un manantial cesa aparece otro que reanuda el fin de las aguas.

Sin el perdón de las aguas no puedo vivir. Sin el mármol final del cielo no puedo morir.

En ti es de noche. Pronto asistirás al animoso encabritarse del animal que eres. Corazón de la noche, habla.

Haberse muerto en quien se era y en quien se amaba, haberse y no haberse dado vuelta como un cielo tormentoso y celeste al mismo tiempo.

Hubiese querido más que esto y a la vez nada.

Va y viene diciéndose solo en solitario vaivén. Un perderse gota a gota el sentido de los días. Señuelos de conceptos. Trampas de vocales. La razón me muestra la salida del escenario donde levantaron una iglesia bajo la lluvia: la mujer-loba deposita a su vástago en el umbral y huye. Hay una luz tristísima de cirios acechados por un soplo maligno. Llora la niña loba. Ningún dormido la oye. Todas las pestes y las plagas para los que duermen en paz.

Esta voz ávida venida de antiguos plañidos. Ingenuamente existes, te disfrazas de pequeña asesina, te das miedo frente al espejo. Hundirme en la tierra y que la tierra se cierre sobre mí. Éxtasis innoble. Tú sabes que te han humillado hasta cuando te mostraban el sol. Tú sabes que nunca sabrás defenderte, que sólo deseas presentarles el trofeo, quiero decir tu cadáver, y que se lo coman y se lo beban.

Las moradas del consuelo, la consagración de la inocencia, la alegría inadjetivable del cuerpo.

Si de pronto una pintura se anima y el niño florentino que miras ardientemente extiende una mano y te invita a permanecer a su lado en la terrible dicha de ser un objeto a mirar y admirar. No (dije), para ser dos hay que ser distintos. Yo estoy fuera del marco pero el modo de ofrendarse es el mismo.

Briznas, muñecos sin cabeza, yo me llamo, yo me llamo toda la noche. Y en mi sueño un carromato de circo lleno de corsarios muertos en sus ataúdes. Un momento antes, con bellísimos atavíos y parches negros en el ojo, los capitanes saltaban de un bergantín a otro como olas, hermosos como soles.

De manera que soñé capitanes y ataúdes de colores deliciosos y ahora tengo miedo a causa de todas las cosas que guardo, no un cofre de piratas, no un tesoro bien enterrado, sino cuantas cosas en movimiento, cuantas pequeñas figuras azules y doradas gesticulan y danzan (pero decir no dicen), y luego está el espacio negro -déjate caer, déjate caer-, umbral de la más alta inocencia o tal vez tan sólo de la locura. Comprendo mi miedo a una rebelión de las pequeñas figuras azules y doradas. Alma partida, alma compartida, he vagado y errado tanto para fundar uniones con el niño pintado en tanto que objeto a contemplar, y no obstante, luego de analizar los colores y las formas, me encontré haciendo el amor con un muchacho viviente en el mismo momento que el del cuadro se desnudaba y me poseía detrás de mis párpados cerrados.

Sonríe y yo soy una minúscula marioneta rosa con un paraguas celeste yo entro por su sonrisa yo hago mi casita en su lengua yo habito en la palma de su mano cierra sus dedos un polvo dorado un poco de sangre adiós oh adiós.

Como una voz no lejos de la noche arde el fuego más exacto. Sin piel ni huesos andan los animales por el bosque hecho cenizas. Una vez el canto de un solo pájaro te había aproximado al calor más agudo. Mares y diademas, mares y serpientes. Por favor, mira cómo la pequeña calavera de perro suspendida del cielo raso pintado de azul se balancea con hojas secas que tiemblan en torno de ella. Grietas y agujeros en mi persona escapada de un incendio. Escribir es buscar en el tumulto de los quemados el hueso del brazo que corresponda al hueso de la pierna. Miserable mixtura. Yo restauro, yo reconstruyo, yo ando así de rodeada de muerte. Y es sin gracia, sin aureola, sin tregua. Y esa voz, esa elegía a una causa primera: un grito, un soplo, un respirar entre dioses. Yo relato mi víspera, ¿Y qué puedes tú? Sales de tu guarida y no entiendes. Vuelves a ella y ya no importa entender o no. Vuelves a salir y no entiendes. No hay por donde respirar y tú hablas del soplo de los dioses.


Extracción de la piedra de la locura (Nave de Necios), Por Sebastian Brant 


No me hables del sol porque me moriría. Llévame como a una princesita ciega, como cuando lenta y cuidadosamente se hace el otoño en un jardín.

Vendrás a mí con tu voz apenas coloreada por un acento que me hará evocar una puerta abierta, con la sombra de un pájaro de bello nombre, con lo que esa sombra deja en la memoria, con lo que permanece cuando avientan las cenizas de una joven muerta, con los trazos que duran en la hoja después de haber borrado un dibujo que representaba una casa, un árbol, el sol y un animal.

Si no vino es porque no vino. Es como hacer el otoño. Nada esperabas de su venida. Todo lo esperabas. Vida de tu sombra ¿qué quieres? Un transcurrir de fiesta delirante, un lenguaje sin límites, un naufragio en tus propias aguas, oh avara.

Cada hora, cada día, yo quisiera no tener que hablar. Figuras de cera los otros y sobre todo yo, que soy más otra que ellos. Nada pretendo en este poema si no es desanudar mi garganta.

Rápido, tu voz más oculta. Se transmuta, te transmite. Tanto que hacer y yo me deshago. Te excomulgan de ti. Sufro, luego no sé. En el sueño el rey moría de amor por mí. Aquí, pequeña mendiga, te inmunizan. (Y aún tienes cara de niña; varios años más y no les caerás en gracia ni a los perros.)

   mi cuerpo se abría al conocimiento de mi estar 
   y de mi ser confusos y difusos
   mi cuerpo vibraba y respiraba
   según un canto ahora olvidado
   yo no era aún la fugitiva de la música
   yo sabía el lugar del tiempo
   y el tiempo del lugar
   en el amor yo me abría
   y ritmaba los viejos gestos de la amante
   heredera de la visión
   de un jardín prohibido

La que soñó, la que fue soñada. Paisajes prodigiosos para la infancia más fiel. A falta de eso -que no es mucho-, la voz que injuria tiene razón.

La tenebrosa luminosidad de los sueños ahogados. Agua dolorosa.

El sueño demasiado tarde, los caballos blancos demasiado tarde, el haberme ido con una melodía demasiado tarde. La melodía pulsaba mi corazón y yo lloré la pérdida de mi único bien, alguien me vio llorando en el sueño y yo expliqué (dentro de lo posible), mediante palabras simples (dentro de lo posible), palabras buenas y seguras (dentro de lo posible). Me adueñé de mi persona, la arranqué del hermoso delirio, la anonadé a fin de serenar el terror que alguien tenía a que me muriera en su casa.

¿Y yo? ¿A cuántos he salvado yo?
El haberme prosternado ante el sufrimiento de los demás, el haberme acallado en honor de los demás.
Retrocedía mi roja violencia elemental. El sexo a flor de corazón, la vía del éxtasis entre las piernas. Mi violencia de vientos rojos y de vientos negros. Las verdaderas fiestas tienen lugar en el cuerpo y en los sueños.

Puertas del corazón, perro apaleado, veo un templo, tiemblo, ¿qué pasa? No pasa. Yo presentía una escritura total. El animal palpitaba en mis brazos con rumores de órganos vivos, calor, corazón, respiración, todo musical y silencioso al mismo tiempo. ¿Qué significa traducirse en palabras? Y los proyectos de perfección a largo plazo; medir cada día la probable elevación de mi espíritu, la desaparición de mis faltas gramaticales. Mi sueño es un sueño sin alternativas y quiero morir al pie de la letra del lugar común que asegura que morir es soñar. La luz, el vino prohibido, los vértigos, ¿para quién escribes? Ruinas de un templo olvidado. Si celebrar fuera posible.

Visión enlutada, desgarrada, de un jardín con estatuas rotas. Al filo de la madrugada los huesos te dolían. Tú te desgarras. Te lo prevengo y te lo previne. Tú te desarmas. Te lo digo, te lo dije. Tú te desnudas. Te desposees. Te desunes. Te lo predije. De pronto se deshizo: ningún nacimiento. Te llevas, te sobrellevas. Solamente tú sabes de este ritmo quebrantado. Ahora tus despojos, recogerlos uno a uno, gran hastío, en dónde dejarlos. De haberla tenido cerca, hubiese vendido mi alma a cambio de invisibilizarme. Ebria de mí, de la música, de los poemas, por qué no dije del agujero de ausencia. En un himno harapiento rodaba el llanto por mi cara. ¿Y por qué no dicen algo? ¿Y para qué este gran silencio?






Alejandra Pizarnik



Exilio


A Raúl Gustavo Aguirre

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas,
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar a una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ángeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.



Alejandra Pizarnik


Amantes


una flor
no lejos de la noche
mi cuerpo mudo
se abre
a la delicada urgencia del rocío



Alejandra Pizarnik

miércoles, octubre 14, 2015

¿Cómo amar lo imperfecto...


¿Cómo amar lo imperfecto,
si escuchamos a través de las cosas
cómo nos llama lo perfecto?

¿Cómo alcanzar a seguir
en la caída o el fracaso de las cosas
la huella de lo que no cae ni fracasa?

Quizá debamos aprender que lo imperfecto
es otra forma de la perfección:
la forma que la perfección asume
para poder ser amada.



Roberto Juarroz

El Falso Y Verdadero Verde


Tú ya no me esperas con el corazón vil
del reloj. Da igual que abras
o fijes la desolación: quedan horas
ásperas, desnudas, con golpear de hojas
súbitas en los vidrios de tu
ventana, alta sobre dos calles de nubes.
Me queda la lentitud de una sonrisa,
el cielo oscuro de un vestido, el terciopelo
color herrumbre atado a los cabellos
y suelto sobre los hombros y tu rostro
hundido en un agua casi inmóvil.

Golpes de hojas rugosas de amarillo,
pájaros de hollín. Otras hojas
ahora agrietan las ramas y ya vuelan
en confusión: el falso y verdadero verde
de abril, la carcajada
del seguro florecer. ¿Y tú no floreces,
no das días ni sueños que asciendan
de nuestro más allá, no tienes ya tus ojos
infantiles, no tienes ya manos tiernas
para buscar mi rostro que se escapa?
Queda el pudor de escribir versos
de diario o de lanzar un grito al vacío
o en el corazón increíble que lucha
todavía con su tiempo desplomado.




Salvatore Quasimodo


Traducción de Carlo Frabetti


martes, octubre 13, 2015

Camino


En la cueva de Pulaashiru’u
hay un nido de saberes antiguos, que he de alimentar.

Son cosas silenciosas, hermano.

Como la piedra de Aalasü,
que guardará nuestra sangre
más allá del último Wayuu.

Como el peñasco de Juliiluanar,
que encierra el misterio de los muertos.

Como el secreto que nos dice
que nunca estamos solos.



Vito Apüshana

Gente


Yo nací en una tierra luminosa.
Vivo entre luces, aún en las noches.
Yo soy la luz de un sueño antepasado.
Busco en el brillo de las aguas, mi sed.
Yo soy la vida, hoy.
Soy la calma de mi abuelo Anapule,
que murió sonriente...




Vito Apüshana

Estoy cada vez más cerca...


Estoy cada vez más cerca de la confusión absoluta: 
no ser nada, no saber nada. 

No saber incluso si algún día supe cosa alguna: sombra de sombra.

¿Qué sé yo de qué?
¿Por qué hablaría de algo, con qué autoridad, y a quién?

¿Por qué tendría la certeza de que si digo alguna cosa, esa cosa le es necesaria a alguien?

Imagino ahora un cuerpo que se deshace, que pierde sustancia, que asiste a su declinación definitiva, pero al que le sobrevive el deseo de hablar; imagino sus labios que intentan el balbuceo de una frase para Dios en sus últimos instantes:

¿qué lenguaje le asistirá, 
qué palabras podrán otorgar sentido a su pérdida y a su deseo de permanencia, 
qué palabra podrá mostrar ese sitio vacío y desesperado en el que sin embargo parece sobrevivir la nostalgia de un saber?

Cosas así me conducen hacia el silencio.




Gabriel Jaime Franco