Tú ya no me esperas con el corazón vil
del reloj. Da igual que abras
o fijes la desolación: quedan horas
ásperas, desnudas, con golpear de hojas
súbitas en los vidrios de tu
ventana, alta sobre dos calles de nubes.
Me queda la lentitud de una sonrisa,
el cielo oscuro de un vestido, el terciopelo
color herrumbre atado a los cabellos
y suelto sobre los hombros y tu rostro
hundido en un agua casi inmóvil.
Golpes de hojas rugosas de amarillo,
pájaros de hollín. Otras hojas
ahora agrietan las ramas y ya vuelan
en confusión: el falso y verdadero verde
de abril, la carcajada
del seguro florecer. ¿Y tú no floreces,
no das días ni sueños que asciendan
de nuestro más allá, no tienes ya tus ojos
infantiles, no tienes ya manos tiernas
para buscar mi rostro que se escapa?
Queda el pudor de escribir versos
de diario o de lanzar un grito al vacío
o en el corazón increíble que lucha
todavía con su tiempo desplomado.
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