Para Óscar González
aquellas noches,
cuando las horas altas oprimían los huesos
y el alma se arrastraba
como una luna achacosa.
Jóvenes y expertas en un arte de siglos,
febriles, vagamente sensuales,
untaban sus ungüentos prodigiosos
como si acariciaran un amante dormido
en sus cuerpos desnudos ...
Mi corazón bebía compartiendo el secreto,
el vino oscuro, mágico,
de una nueva locura.
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