Hablemos de las cosas que tú amabas,
para que caiga dulcemente tu almarendida en languidez sobre mi alma.
Hablemos del verano. De los cielos
teñidos de jazmín. Y de la brisa
como una inquieta niña en la ventana.
Hablemos de tus manos transparentes
en lenguaje cálido, llorando
la quietud del silencio inconmovible.
Hablemos de la ausencia de tus labios,
la perfecta caricia de tu pelo
y el anillo de sombras de tus ojos.
Hablemos de tu voz, gaviota herida,
arco de agua y cristal, lágrima pura
tibiamente rodando en tu garganta.
Hablemos de esos días. Nada pueden
ni el tiempo, ni el olvido, ni la muerte,
para borrar el rastro del pasado.
Para apagar el tono del recuerdo,
cuando se juntan nuestras viejas horas
en un quieto arroyuelo de memorias.
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