A la memoria de Yeison Gómez Acevedo
Salía temprano a tomar el sol. Había estado expuesto a la sombra toda una vida atrás. Cuando yo salía a pedalear mi camino diario, él ya estaba allí sentado, enseguida de mi casa, absorto en la luz naciente. Eso fue lo primero que extrañé cuando lo mataron: verlo más decidido que el sol a iniciar el día.
Otras habían sido las noches. Le habían dado por
muerto y no acabaron el trabajo.
Después se supo, le dejaron el cuerpo maltrecho:
hasta se dijo que más nunca se levantaría de la cama. A causa de esto, lo que
en él animaba a su cuerpo tuvo que sublevarse: ya no se podía tratarlo sino como
inteligencia, como un brillo en los ojos. Y así como su cuerpo pudo levantarse
a recibir el sol cada mañana, él al fin hizo su arribo a un mediodía donde
ninguna sombra puede alcanzarlo.
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