jueves, octubre 01, 2015

Lego, y hablaré sin embargo de la música...



Lego, y hablaré sin embargo de la música.



Parto de esta fracasada ambición: hallar para la poesía escrita la virtud de la música.



La música transmite, tiene, contiene, lleva arquetípicamente la esencia de lo que somos. Es perfectamente concebible y real la existencia de una cultura sin tradición escrita, pero ninguna sin la música.



En la música es como si reposara, a punto de despertar, un dios necesitado de nosotros, y como si ahí se expresara, por no sé que extraña razón, la esencia de lo que somos.



¿Quién descubrirá esa razón última?



No será el verbo quien lo diga.



Es como si Dios fuera esquivo y astutamente nos hablara allí donde sabe que podemos intuir pero no apresar una razón última.



La música, sin embargo, es como si nos estuviera diciendo esa razón.



Ella canta mientras lo demás balbucea.

No hay oración más alta que la música.



Ella es más ligera que un pájaro de Perse, pero cuánto, cuánto pesa y cuánto da sentido de vivir en nuestro corazón tan huérfano.



Las preguntas en el Juicio Final son violines.



Y yo, ¿qué les diré?



Algo haré, claro,



pero no serán sino palabras.





Es horrible.








Gabriel Jaime Franco



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