Los que lo oyen cantar todos los días -distraídamente, de paso para sus asuntos- tal vez no adviertan el deterioro de la voz a medida que envejece, ni cómo el pulso es cada vez más inseguro en el encordado.
Pero yo, que sólo de cuando en cuando vengo a la plaza, y únicamente para averiguar si todavía sigue vivo, yo sí que lo advierto.
Es notoria sobre todo la furia con que la vieja mano, terminada la canción, se aferra al hombro del lazarillo.
Picasso: El Guitarrista Ciego |
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