Y hubo quienes cayeran sobre sí mismos,
confiando en que la realidad no era más que interior,
que el mundo era una enfermedad del ojo.
Estaban quienes se juzgaron tránsito sin fruto,
accidental forma de lo vivo,
quien creyera que la muerte justificaba toda acción,
todo olvido y toda traición,
y que no existía más que el presente
con una sombra ensanchándose en su vientre.
Otros fueron a puestos de avanzada provisionales,
febriles, llenos de esperanza
donde la esperanza de un continente
hervía de un triunfo insular.
Todos buscábamos un sitio.
Rayo.
Vértigo.
Epitelio.
Flor.
Estrella.
Luz y penumbra del día que desciende.
Arco iris.
Viento que agita el follaje.
Palabras en las que el hombre antiguo
aún puede sangrar por nuestra boca.
Hoja.
Estrella.
Inmenso deslumbramiento ante el mar
visto por los ojos de quien estaba solo
y quizás tenía miedo
y no tenía palabras,
y una innombrable alegría temblaba
en su boca de niño.
Infancia del hombre a la que me debo ahora,
su amor innominado
su sed de Dios
su soledad perdida para siempre en la mañana primera del mundo.
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